‘Años de hotel’, de Joseph Roth

Años de hotel

Joseph Roth

Traducción de Miguel Sáenz

Acantilado

Barcelona, 2020

311 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

A pesar de tratarse de textos escritos por una condición menos inserta en su alma de lo que es costumbre en Joseph Roth (Brody, 1894 – París, 1939), los artículos siguen poseyendo su presencia y su músculo. El conjunto se trata de un caleidoscopio de la Europa de entreguerras, durante la cual Roth viaja por Rusia, Albania o Austria y, sobre todo, la propia Alemania. El conjunto nos muestra un mundo que sería triste de no saber, como sabemos, que estaba impregnado de un miedo justificadísimo. Roth lo sabe ver y lo sabe expresar en cada cuadro, de manera que los párrafos pueden llegar a ser poliédricos: muestran a la gente y muestran a la sociedad, al individuo y a la polis, al temor único de la persona y al temor conflictivo del enfrentamiento. Y este enfrentamiento es, a su vez, múltiple, porque hay una amenaza latente -y en ocasiones presente-, pero también se ensarta en la necesidad de sobrevivir.

De hecho, Roth se supera en los momentos en que se enfrente a la pobreza. El costumbrismo no hogareño, valga aquí el oxímoron, que frecuenta en los viajes, se expande ante la injusticia más universal, que es la de quien pasa hambre sin justificación. De ahí que el autor que podría ser cínico, pero se contiene para dar paso a la literatura, sea capaz de cargar la pluma con más potencia cuando está junto a los emigrantes, los desahuciados. Porque se conmueve. No nos lleva a las lágrimas, pero apunta a la conveniencia de soltarlas para poder relajarnos frente a las situaciones. Lo común le parece vulgar, pero lo marginal tiene algo que uno siente la tentación de llamar encanto, pero se contiene frente a la frivolidad.

“Tal vez lo casual, extraído de esa confusión, sea lo que más contribuya a establecer cierto orden”.

La cita expresa la ubicación moral desde la que escribe Roth: en contradicción, con un imperativo de hallar un sentido que, sabe, va a ser casi imposible relatar. En buena medida, Roth ha perdido cualquier atisbo de ilusión:

“El mar, mientras tanto, sigue como siempre, limpio e indiferente a los violentos juegos infantiles de los hombres. Basta contemplar la infinitud del cielo y el agua para olvidar. El viento que agita la bandera con la esvástica nada sabe de ella. Las olas en que se refleja no son responsables de tal profanación. Pero los seres humanos son tan estúpidos que ni siquiera contemplar la eternidad los estremece”.

Sin atisbo de esperanza para la clase media, y con la única esperanza depositada, para los humildes, en que encuentren un catre y un plato de sopa, Roth encuentra motivos para fundamentar aún más esos prejuicios que intoxican la condición humana y que le son tan propios:

“La bajeza es más grande aún que la curiosidad, y de que no es difícil quitar a un moribundo la almohada y malvender las plumas en la primera esquina”, comenta. Y añade un poco más adelante: “Como puede verse, hay dos tipos de personas: malvadas o estúpidas”.

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