D’A 2020 (I) – Habitación 212: Fantasías antroponímicas de color azul turquesa

Por Fernando Solla.

El D’A Film Festival inaugura su novena edición con Habitación 212 (Chambre 212, 2019). El apartado Direccions despega con el último título de Christophe Honoré, el protagonista de la retrospectiva del año pasado. Una aproximación particular y muy personal al “if/then” o a nuestros “y si…” o “que hubiese pasado si…” que convierte a Chiara Mastroianni en una perceptiva y muy adecuada protagonista. Así lo sintieron en Cannes 2019, donde ganó el premio de interpretación en la sección Un Certain Regard.

Que el tándem formado por Mastroianni y Honoré se entiende a la perfección es algo evidente. Ya no por las numerosas ocasiones en las que han colaborado sino por el resultado y la aportación recíproca de sus trabajo en común, siempre muy a favor del resultado final. Resulta muy interesante la contraposición/evolución entre Maria aquí y Vera en Les bien-aimés (2011). Recordamos mucho a aquella mujer que se consideraba víctima de las relaciones sexuales de sus progenitores y que asumía la posibilidad de contraer una enfermedad mortal si así se cumplía su deseo de quedarse embarazada.

¿Desarrollo, cambio o resignación? Esta progresión en la escritura de los personajes refleja muy bien cómo el autor plasma sus inquietudes más íntimas a través de la manifestación artística y el lugar donde se sitúa su estado de ánimo en paralelo al paso de los años. Es autor porque cumple con la preponderancia del cómo. ¿Qué mas da si otros muchos ya han hablado de esto antes cuando se halla siempre la voz propia y la aportación particular a un sentimiento de desencanto más o menos universal? En este punto conocemos a Maria, una mujer con un concepto presente de fidelidad matrimonial distinto al de su marido, que tras una discusión revisará su relación contraponiéndola con su amores pasados, incluido su cónyuge de entonces, es decir el hombre (joven) del que se enamoró.

No es un detalle sin importancia la concordancia de ambos filmes con Las canciones de amor (2007). Si nos fijamos en los créditos, la fotografía la firma Rémy Chevrin. Esto determina el desempeño formal de un modo casi tan presente como la autoría de Honoré. Del primero reconocemos la fusión del diseño y el cromatismo de las piezas de vestuario (en este caso de Olivier Bériot) con la planificación entre abrupta y contemplativa y la discordancia con el plano sonoro cuando se trata de la presentación de las personajes. También el uso de picados y contra-picados y el magnífico resultado con los cenitales, que plasman como si de un plano a mano alzada se tratara este transcurrir entre estancias y a través de puertas y ventanas que lo serán también de la mente y el pensamiento.  El sonido ambiente aparecerá y desaparecerá marcando el silencio de las conversaciones imaginarias consigo misma de la protagonista, en combinación con la saturación y manipulación de las imágenes para lograr  los apartes de la pareja, cuya imagen se verá magnificada y proyectada contra fachada y cielo en el planteamiento del conflicto (Chevrin se roba a si mismo para filmar el anverso de lo rodado en la película de 2007).

Esto favorece el cambio progresivo de tono y género. De lo que podría parecer un vodevíl a una comedia dramática, algo que marca también la frialdad entre el vestuario inicial y la combinación de interiores con exteriores (ducha, noche, ascensor) así como el uso de materiales como el vidrio o el metal. Sin duda, para configurar la identidad del personaje y aprovechar las posibilidades que ofrece el lenguaje audiovisual, evitando que la reflexión real se desarrolle de manera anodina.  La actitud de “un crush saca otro crush” siempre más joven cobra relevancia dramática al hacerlos convivir a todos en escena. Así entendemos a la protagonista. Su cuerpo puede que haya cambiado pero su idea romántica no. Entramos en el terreno de la ruptura de la psicogenealogía y es donde el trabajo de Mastroianni se eleva con un juego de miradas eminentemente comunicativas. Lo mismo sucede con su expresión no verbal, que consigue asumir las réplicas cortas y aceleradas con un movimiento asincopado en función del estado de ánimo y disonante en exteriores con el sonido de sus tacones sobre el asfalto o con un efecto sonoro que nos recuerda a un cronómetro, por ejemplo.

Hablábamos del cómo y eso aquí lo podemos traducir en dos detalles definitorios. La insistencia protagónica del color turquesa y la elección de las localizaciones interiores para favorecer la visión panorámica (extrínseca e intrínseca). Esta última característica estética también se evocaba en Hombre en el baño (2010). Insistiendo en el turquesa, veremos cómo este color pasa de un abrigo, a una ducha, toalla, sábana o lo que haga falta. No es casualidad, ya que si entramos en la psicología que se atribuye a este color veremos que ayuda a la comunicación entre el corazón y el habla. Pensar con claridad para tomar decisiones, ayudando a la organización y la gestión. En última instancia, creando equilibrio y estabilidad. Convertir en palabras sentimientos interiores y escondidos es lo que busca Maria (y consigue Mastroianni). Eso es Habitación 212. No solo el número del artículo del código civil que determina que los cónyuges se deben (mútuamente) respeto, fidelidad y asistencia.

Asimismo, de las películas de 2007 y 2011 se mantiene también un efecto similar en la elección y el uso de las canciones. El filme que nos ocupa no es un musical, pero cada pieza aparece en el momento necesario, dando voz a los personajes cuando ya no pueden seguir hablando. También promueven la convivencia sentimental de un mismo protagonista en sus distintas edades y en un mismo lugar, que los espectadores asumimos escena a escena. La melancolía del entonces desde el ahora que puede provocar una letra o melodía se utiliza tanto en originales como en versiones. En este terreno se añaden bromas con cierta ironía como la corporeización de la voluntad de la protagonista en un personaje masculino muy parecido a lo que podría ser un Charles Aznavour trasnochado.

Con todas estas cartas sobre la mesa, es cierto que la película parece quemar todos sus cartuchos durante la primera hora de metraje y que la resolución una vez planteado el dilema puede no encandilar como las escenas precedentes. También lo es que a pesar del notable trabajo de Benjamin Biolay, cuando las riendas del ejercicio retrospectivo recaen en su personaje, nuestro apego se nubla un poco y se vuelve algo grisáceo. Aquí hay un juego que para muchos pasará desapercibido y es que el músico y actor es el ex-marido real de la protagonista. De un modo ni sensacionalista ni amarillista, los implicados cruzan unos límites impensables antes del encuentro cinematográfico con Honoré. De Biolay hay que destacar, eso sí, su química con su alter ego Vincent Lacoste y, de manera más episódica, la de ambos con el niño Kolia Abiteboul. El rompecabezas continúa y ellos juegan con Camille Cottin hasta conformar un cubo de Rubik sin resolver, ya que ni director-guionista ni personajes (ni probablemente su público) hayamos dado con la fórmula todavía. Emotivo el planteamiento de estos personajes personajes cuando intentan alinear su yo de ahora con su mismo momento vital de entonces y solapar ambos, intentado continuar algo que lleva décadas en pausa y que saben recoger las interpretaciones de todos.

Lo mismo sucede con Irène, bien defendida por Cottin y Carole Bouquet. Aunque se agradece que se intente desarrollar al resto de protagonistas, el careo joven-veterano nunca funcionará tan bien con uno mismo como con Maria. La mirada de Chiara de nuevo. De todos modos, si entramos en esta coyuntura de traspasar y retomamos nuestro propio equipaje, el efecto efervescente conseguido hasta el momento surtirá su efecto, que no es otro que la reflexión panorámica sobre un momento vital y cómo enfrentar lo que viene después, lo que queda. No hay una conclusión contundente porque no existe o, por lo menos, no la hemos encontrado todavía.

Ya (nos) llegará. De momento, nos quedamos con una idea muy bien enfocada en este largometraje. Y es la aceptación de que toda elección conlleva en sí misma una perdida. Como bien escribió el maestro Sondheim: “The road you didn’t take hardly comes to mind, does it? The door you didn’t try, where could it have led? The choice you didn’t make never was defined, was it!/?…”. Si es interrogante o exclamación ya dependerá de cada quien o cada cual. Y eso Honoré lo sigue comprendiendo muy bien.

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