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Títulos de películas que pueden llamar a engaño (II)

Por Gaspar Jover Polo.

El cielo protector.

Al fijarnos en este título por primera vez, quizás pudiéramos pensar que la película va a tener un contenido teológico, o por lo menos religioso, con el mismo sentido de expresiones como “el cielo nos proteja”; pero enseguida, casi desde la primera secuencia, comprobamos que este film queda bastante lejos de la influencia de la religión. No se trata de una referencia a la protección de Dios o de los dioses, que supuestamente residen allá en lo alto, sino que este título hace alusión al cielo físico, al cielo azul, a la capa de atmósfera que nos queda por encima.

Es cierto que el protagonista, Port, afirma en una secuencia capital que el cielo, en concreto el cielo del desierto africano, puede proteger: “Aquí el cielo es tan extraño, es casi sólido, como si nos protegiera de lo que hay por encima” le explica Port a su esposa y compañera de viaje. “¿Y qué hay encima?”, pregunta ella. “No hay nada; solo la noche”, añade él. Pero, justo en la secuencia siguiente, vemos a la pareja protagonista viajando dentro de un autobús destartalado y comprobamos que están siendo literalmente comidos por las moscas. Los supuestos efectos protectores del cielo africano quedan muy en entredicho porque, muy poco después, a mitad de película más o menos, Port, el marido, contrae una enfermedad contagiosa que está causando estragos en esa parte del mundo y, como consecuencia, tras algunos días de terrible angustia, le llega la muerte, sin que los desvelos de la esposa por sacarlo adelante obtengan ningún resultado. La realidad es que, bajo el cielo protector del desierto al que hace referencia el título, los protagonistas mueren, se separan y sufren un radical aislamiento.

Puede que se trate de la primera pareja de viajeros, o de turistas, o de viajeros turistas occidentales que se lanzan a recorrer esa parte de África después de la segunda guerra mundial, y naturalmente corren todo tipo de riesgos, se adentran en un ambiente muy primitivo y más bien hostil. Kit y Port tienen asumidas las dificultades que pueden encontrar pero solo de una manera teórica, pues se ven sobrepasados por la realidad en casi todos los momentos y circunstancias del viaje. Y cuando ella, Kit, se queda sola, nos podemos imaginar las penurias que va a sufrir una mujer blanca y burguesa en un sitio tan remoto. Él es un viajero convencido y es el que realmente desea conocer, vivir esa parte exótica del mundo; ella, por el contrario, se considera a sí misma algo a medio camino entre turista y viajera, y, en consecuencia, se siente menos preparada para enfrentarse a los imprevistos. Se dice en otro importante diálogo de la película que el marido es un viajero porque no piensa en si va a regresar o no a Norteamérica y a su antiguo modo de vida. “Un turista”, explica Port, “es el que piensa en regresar a casa desde el mismo momento de su llegada”. Y Kit no puede ser una auténtica viajera porque ha emprendido el camino, sobre todo, por dar gusto al marido, y porque teme que en cualquier momento va a sentir la necesidad de volver a su antiguo modo de vida. En el otro diálogo al que ya hemos recurrido, a continuación de la referencia al cielo “protector” por parte de Port, Kit confiesa: “me gustaría ser como tú pero no puedo”. “Tal vez los dos tengamos miedo de lo mismo”, le dice el marido para animarla. “No, seguro que no. Tú no tienes miedo de estar solo. Y no necesitas nada. No necesitas a nadie”. 

En el caso de esta película, es claro que el título resulta engañoso porque, a partir del momento en que el marido muere, el director, Bertolucci, se recrea en explicar el penoso proceso físico y mental sufrido por la mujer blanca norteamericana ya en solitario, sin ayuda de ninguna autoridad y sin conocer a nadie; es decir, completamente desvalida bajo el cielo del desierto. Es un proceso mental complicado porque, aunque ella se considere una amateur de la aventura y se queje muy a menudo de las incomodidades del viaje, la experiencia en el desierto constituye también para Kit una huida: se ha marchado de casa porque tampoco le llenaba la vida que llevaba en Norteamérica. Estupendamente acompañado por la fotografía de Storaro y por la música de Sakamoto, Bertolucci combina con fluidez la belleza de las imágenes del desierto y de sus poblaciones más pintorescas con ese complicado proceso mental, espiritual y con las penalidades de todo tipo que sufre la mujer abandonada. La película trata, a partir del momento en el que muere el marido, sobre la lucha de Kit por sobrevivir a pesar de no ser ciento por ciento una viajera.

Como también se trata de una película de aventuras, no se puede contar el final, no podemos decir si consigue salir con bien de la peligrosa experiencia. Solo cabe añadir que, a partir del momento en que ella se queda sola, el principal suspense se centra en saber si la mujer abandonada lucha por sobrevivir gracias a la ilusión que le hace volver a casa, a su país de origen, a Norteamérica, al seno de la civilización en la que se ha educado, o se mantiene viva solamente por el puro instinto de supervivencia, de conservación. Aunque sin aclarar el final, podemos concluir que se trata de una tragedia porque introduce el dilema de si la protagonista lucha por recuperar su vida de siempre o, por el contrario, lo que pasa es que, en su caso, es el puro instinto animal el que la empuja a seguir adelante.

 

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