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Feliz recuerdo de Buero Vallejo en el 20 aniversario de su fallecimiento

Veinte años ya de la muerte de Antonio Buero Vallejo, y del panorama teatral madrileño lo más inmediato que podemos recordar es la puesta en escena de Mario Gas de «El concierto de San Ovidio», para el Centro Dramático Nacional. Nos basta para ensalzar la obra de un creador singular que triunfó en los años de posguerra tras salir de la cárcel por republicano. Pintor y dramaturgo, nunca cedió a ninguna tentación de cambio ideológico, hijo de un hombre injustamente ajusticiado «por los míos, sí, pero nunca abandonaré lo que prevaleció en aquella Segunda República, principios humanistas que se han quebrado con la guerra».

Desde aquel gran premio Lope de Vega de 1948 para «Historia de una escalera», Buero forjó una manera de mirar la realidad y expresarla entre lo poético, lo histórico, el teatro psicológico y sobre todo la inquebrantable voluntad de decir lo que la censura no permitía… pero podía susurrarse. El azar hizo que en plena posguerra un antiguo condenado a muerte se llevara el máximo galardón de una gran obra muy política, tras la apariencia de gran teatro costumbrista.

Un modelo de ética, de calidez humana y de laborioso encuentro con el mundo, sin duda heredado del maestro de maestros, Benito Pérez Galdós.

Trascripción de la entusiasta crítica publicada el 16 de abril de 2018

Un «Concierto de San Ovidio» que entusiasmaría a Buero Vallejo

Por Horacio Otheguy Riveira

Fotografía de José Aymá.

Don Antonio no era fácil de entusiasmar, como mucho sonreía ligeramente, y en la intimidad de un buen café en su saloncito de entrevistas podía susurrar una que otra alegría junto a uno que otro disgusto, pero en esta ocasión, en el 18 aniversario de su fallecimiento, el director Mario Gas —bien escogido por sus herederos Victoria Rodríguez y Carlos Buero— ha logrado una de las mejores puestas en escena de su abundante obra, y el entusiasmo se impone.

Ya desde la primera escena se percibe una satisfacción largamente anhelada: la palabra de Buero al fin fluye con la armonía necesaria en una interpretación alejada del engolamiento tantas veces atribuido a la retórica del autor. Este concepto se afincaba en puestas en escena donde los intérpretes decían su texto sin sentirlo como propio, una dificultad habitual en el teatro de tesis, aumentada por vetustos conceptos de puesta en escena. Sin duda, este montaje de El Concierto de San Ovidio entusiasmaría a Antonio Buero Vallejo, tan alejado de aquellos presupuestos como del afán —en exceso recurrente hoy día— de adaptarlo a presuntas corrientes escénicas actuales cortando por aquí, añadiendo por allá.

Yo diría que de los dos polos de toda dramaturgia completa, el que podríamos llamar polo filosófico, o acaso metafísico, y el que podríamos llamar polo social, mi primera obra de ciegos, En la ardiente oscuridad, se inclina con preferencia hacia el primero, y El concierto de San Ovidio hacia el segundo. (…) Personalmente creo más lograda la última porque, si sus valores dramáticos no me parecen inferiores, ni en el fondo distintos, de los de la primera creo que gana a ésta en una mayor realidad de atmósfera o ambiente. Pero en ambas se plantea la misma cuestión, la de una sana rebeldía contra nuestras limitaciones que se plantee la posibilidad de superarlas. Ambas quieren ser tragedias. Ambas quieren, por ello, servir a lo que en mi criterio determinan el último significado de lo trágico: a la esperanza.  (Antonio Buero Vallejo, «La ceguera en mi teatro», 1962, citado en los Textos Complementarios de la edición de David Johnston para la publicación de El concierto de San Ovidio, Austral Teatro, 1974).


Esta representación es un modelo de reconstrucción histórica y de musicalidad cinematográfica dentro del teatro. Con un estupendo elenco encabezado por dos grandes protagonistas: José Luis Alcobendas y Alberto Iglesias: explotador de ciegos desvalidos, y valiente rebelde, respectivamente. Una tragedia histórica basada en hechos reales que —como toda obra maestra— funciona como parábola de conflictos atemporales.

Al levantarse el telón, la priora de un hospicio del París de 1771 recibe a un hombre de negocios con una propuesta de trabajo para los ciegos allí asilados. Ganan mísero jornal mendigando por la calles de la ciudad. El pícaro negociante ofrece 200 libras a cambio de que seis de ellos formen una orquesta en la inminente fiesta de San Ovidio. La religiosa sospecha la trampa que se avecina, pero cede ante la hambruna que persigue con saña a su institución. Y del grupo de ciegos que entrarán después a negociar, sólo uno comprende que Valindín no será su filantrópico amigo —tal y como él se presenta—, seguro de que buscará aprovecharse al máximo de su condición para ridiculizarlos en un espectáculo de éxito popular. La primera escena está planteada con un distanciamiento formidable por parte de los principales antagonistas de ese momento, la monja y el depredador; tiene un enfoque muy bien elaborado en las voces y la tensión corporal de los dos intérpretes: Mariana Cordero y José Luis Alcobendas, y el vestuario y la escenografía completan una atmósfera que irá a más, en un crescendo dramático fantástico que coordina muchos elementos con idéntico rigor: la música, la sucesión de escenas, un cortometraje de gran precisión, interpretado a su vez con mucha riqueza de situaciones y composición plástica, con una secuencia violenta resuelta a la manera de antiguas sombras chinescas, y un epílogo también de cine, con el monólogo de la obra original maravillosamente interpretado por Carlos García, quien evoca a un personaje real de la época de trascendental importancia, Valentín Haüy (Francia 1745-1822).

En definitiva: una armonía de valores tan importante que restituye el valor de un teatro histórico de alcance mundial (una de las piezas de Buero más valoradas internacionalmente) para que la voz del gran autor vuelva a nosotros con la profunda calidad que merece.

Alberto Iglesias, Lucía Barrado: admirables interpretaciones en el valiente ciego que se enfrenta al poder, y la hermosa muchacha que también ansía escapar del tirano.

 

La orquesta de ciegos payasescos a su pesar, para divertimento de borrachos pasados de rosca. Al frente, el feroz explotador Valindin (José Luis Alcobendas).

 

Mariana Cordero compone con exquisita contención dramática una monja con tensa lucha interior, al tener que aceptar una propuesta detestable por necesidades económicas de su caritativo asilo. (Detrás, eficaz en sumisos silencios, Nuria García Ruiz).

 

La magnífica escenografía de Jean-Guy Lecat alberga en esta escena a los seis ciegos que darán un bochornoso espectáculo. Un gran elenco con Agus Ruiz, Aleix Peña, Alberto Iglesias, Javivi Gil Valle, José Hervás, Lander Iglesias.
Germán Torres es Latouche, el feroz policía que acosa a los rebeldes interpretados por Lucía Barrado, Alberto Iglesias, Aleix Peña.

 

Esta secuencia cinematográfica está tan bien conseguida que provoca una muy interesante vuelta de tuerca en un montaje eminentemente teatral. En el centro, José Luis Alcobendas: espléndida creación del temible Valindin, gran manipulador de la desgracia ajena para diversión de señoritos y populacho, y a la vez trágico personaje, finalmente consciente de su ruindad.

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Estrenada en 1962, dirigida por José Osuna, con José María Rodero, Pepe Calvo y Luisa Sala; repuesta en 1986 con dirección de Miguel Narros. Protagonistas: Manuel Tejada, Juan Gea, Ana Marzoa.
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Videos de autores españoles del CDN: Nuestro Teatro.

Autor: Antonio Buero Vallejo (Guadalajara, Castilla-La Mancha, 1916-Madrid, 2000)
Director: Mario Gas
Ayudante de dirección: Montse Tixé
Intérpretes (por orden alfabético): José Luis Alcobendas, Lucía Barrado, Jesús Berenguer, Mariana Cordero, Pablo Duque, Nuria García Ruiz, Javivi del Valle, José Hervás, Alberto Iglesias, Lander Iglesias, Ricardo Moya, Aleix Peña, Agus Ruiz, Germán Torres
Escenografía: Jean-Guy Lecat
Iluminación: Felipe Ramos
Vestuario y caracterización: Antonio Belart
Música original y audioescena: Orestes Gas
Videoescena: Álvaro Luna (AAI)
Cámara/fotografía: David Girón
Diseño cartel: Javier Jaén
Fotos de escena: marcosGpunto
Teatro María Guerrero. Del 23 de marzo al 20 de mayo 2018.

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