‘Doce días, una vida’, de Lluna Vicens
JOSÉ LUIS MUÑOZ.
Hay escritores de raza que no saben que lo son: escriben de forma rutinaria, sin dar importancia a lo que vierten en el papel. Sus textos son espejos en los que se reflejan y muchos de ellos permanecerán inéditos y la humanidad se perderá un sinfín de obras maestras ocultas en cajones recónditos porque escribir es desnudarse y todos tenemos pudor la primera vez que lo hacemos. La tinta que corre por sus estilográficas es roja porque es sangre y les mueve la pasión. De esos escritores, terapeutas de sí mismos, apenas un uno por ciento merece consideración. Se puede ser apasionado, decir verdades, golpear, vomitar, lanzar gritos desgarradores y ser un pésimo escritor. En literatura, fondo y forma van acompañados, constituyen un todo, se amalgaman en la obra. Mucha gente tiene mucho que decir, pero no sabe cómo hacerlo, no encuentra el vehículo adecuado, se pierde con las palabras, la argamasa de la literatura. Hay que ser buen arquitecto y hay también que nacer para ello.
Se nota que Lluna Vicens es ratón de biblioteca, que leyó mucho y bien en su infancia y juventud, que los libros la marcaron y que se encuentra a gusto entre letras y no entre números, como especifica en uno de sus textos. Es una autora que tiene mucho que decir y que lo que dice, a menudo doloroso y con un poso de tristeza que no es mera pose, lo sabe comunicar con las palabras exactas, las precisas, ni una más ni una menos, y un rigor literario que para sí querrían muchos de los autores de infames bestsellers que llenan las librerías de nuestro país y que, a la segunda página, advierte el lector avezado que nada ha leído el escribiente o lo ha hecho muy mal. Suena a mantra, pero somos lo que leemos, y no me cansaré de repetirlo.
Doce días, una vida empieza con una frase sencillamente brillante: Soy el resultado de una canción que mi padre escribió y mi madre cantó, y luego uno, más adelante, encuentra un autorretrato tierno de la autora: Tal vez aprendan a quererme, a saberme necesaria, quizás se den cuenta de que ser como soy también tiene sus ventajas, que no soy esa delicada flor que hay que cuidar que nadie pise: soy tierra, suelo, raíz, pero sobre todo soy mar. El libro que publica de forma exquisita Parnass Ediciones, difícilmente clasificable, es una recopilación de escritos breves en palabras pero ricos en contenidos, relatos o prosa poética, que invitan a la reflexión por su profundidad. A lo largo de esta serie de textos de una exquisitez literaria poco común, Lluna Vicens se desnuda ante el lector con un derroche de pasión y sentimiento, y lo hace con ramalazos que trasmiten dolor, tristeza y rabia, en muchas ocasiones, pero también amor a la vida y a las cosas que verdaderamente importan.
Abunda lo lírico en el libro: No quiero llevar zapatos de tacón, últimamente las alturas me han provocado vértigos innecesarios, así que iré descalza para sentir el frío de la nieve y el agua, el calor de la arena y la paz que me produce pisar la hierba de cualquier valle. Las reflexiones existencialistas: Cuando te mueras, ya no van a importar tus miedos, ni tus excusas, ni tu exceso de ocupaciones. Manda al diablo, por un rato, tus obligaciones y temores. Ve y dile lo que piensas, abrázate a tus sueños, aunque los demás piensen que has perdido la cabeza, o que estás tensando demasiado la cuerda. Vuelve a ese lugar donde fuiste feliz, entrégate a ese proyecto tantas y tantas veces postergado por el qué dirán. Actúa, corre, vive, porque cuando te marches de este mundo solo te llevarás ese amor derramado, y no hay tiempo que perder. Ya no hay tiempo que perder. Las declaraciones de amor: Me gustas como para que dejes tu cepillo de dientes en mi cuarto de baño, un pijama y dos camisetas viejas en mi armario. Me gustas como para confesarte mis secretos, esos que solo mis mejores amigos conocen, sin miedo a que me juzgues. Me gustas como para intentar detener el tiempo, dejarte las llaves de mi casa bajo la alfombra por si un día cualquiera no puedes dormir y quieres venir de madrugada en mí busca para que te abrace. La sensualidad: Tumbada en la cama, desnuda, recorre con su dedo índice su vientre, tiene la sensación de que su cuerpo se convierte en líquido, hasta adherirse con el colchón. La sexualidad: Como una tela de seda que se pega al cuerpo, ella adhirió su pubis y muslos a las nalgas del hombre, formando un cántaro donde la vida parecía emerger. La indignación social: Me gustaba ir a la playa para escuchar el sonido de las olas, ese que me daba paz. He dejado de hacerlo; sentarme en la arena y mirar sus aguas solo me aporta una gran sensación de tristeza, el sonido de sus olas tan solo me transmite dolor. Tal vez los gritos de las vidas que se han perdido en sus aguas acaben enmudeciendo su sonido original. La desesperación: De repente puede que empiece a llorar y llorar y llore tanto que nada ni nadie pueda pararme y que las lágrimas llenen la habitación y que me falte el aire y que te arrastre conmigo y que nos ahoguemos las dos.
Decía Borges que estaba más satisfecho de lo que leía que de lo que escribía. Este libro me produce una doble satisfacción: por leerlo y disfrutarlo, por una parte, y por haber ganado esa batalla a las reticencias de su autora por publicarlo. Léanlo despacio, reflexionen después de cada texto, disfruten de su apabullante concisión y profundidad, y dialoguen luego consigo mismos como lo hace su autora en negro sobre blanco.
La vida es eso, una carretera de doble sentido. A veces con grandes avenidas llenas de sol, que te hacen seguir teniendo ilusiones, donde los árboles dejan pasar la luz y el calor te abriga. Otras, por el contrario, son cerradas y oscuras, de suelos perpetuamente húmedos porque nunca les llega la claridad, al igual que un bosque denso con ese aroma tan peculiar a tierra mojada y hojas en estado de putrefacción.
Doce días, una vida, hermoso título, es un ejemplo de lo que yo llamo literatura desde el dolor, 236 páginas de exorcismo, belleza, reflexión y sentimientos colmadas de preguntas. Un libro muy recomendable de una autora de una madurez literaria sorprendente que da sus primeros pasos en la narrativa y en la prosa poética y de la que oiremos hablar en el futuro. No se lo pierdan.
Gracias José Luis.