Mrs. America (2020), creada por Dahvi Waller – Crítica Serie TV (capítulos 1-3)
Por Fernando Solla.
Banderas estadounidenses en miniatura y bengalas sobre una base de merengue y fresas. Mrs. America ya ha llegado a HBO España. La nueva serie de Dahvi Waller ofrece con esta primera imagen toda una declaración de intenciones. El creador y guionista encuentra en Cate Blanchett a una idónea y contundente protagonista y, juntos, forman una robusta power couple que expande su licencia hasta el terreno de la producción ejecutiva.
La lucha a favor y en contra del ERA (Equal Rights Amendment) en nueve capítulos titulados cada uno con el nombre de una mujer que, independientemente de su posicionamiento al respecto, se sitúa como figura real y, por tanto, histórica. Hasta el momento hemos podido descubrir los tres primeros y si bien hay algunos aspectos que todavía nos pueden desconcertar, no es menos cierto que esta serie se posiciona como una de las citas en plataformas más interesantes de los últimos meses.
Unos de los mayores atractivos del trabajo de Waller es que en ningún momento pretende justificar ni disfrazar su naturaleza argumental. No entrará nunca en subterfugios ni coartadas que intentan validar la posibilidad o no de unión entre la profundización política y el entretenimiento. Tampoco entre la “seriedad” que nos empeñamos en buscarle a este último y la decisión de su posible o probable posicionamiento como producto “cultural” certificado. Sin buscar un elitismo conceptual excesivo pero sin abandonar el proyecto de explicar un capítulo histórico que todavía está por cerrar (hasta el pasado enero el estado de Virginia no respaldó la enmienda), el creador nos traslada a 1971. Sin duda, una época que conoce más que bien y que por casualidades (o preferencias) del destino/guión se solapa con la de Mad Men (Matthew Weiner, 2007-2015). Guionista de ambas, el hombre que nos ocupa logra situar Mrs. America como una especie de sucesora espiritual de la anterior, que ya contaba con un desarrollo de los personajes femeninos impresionante. El eje central basado en la restricción y liberación de y hacia las mujeres copa aquí mayor protagonismo.
Hay guiños impagables entre ambas. Quizá el más próximo, el incisivo y mordaz uso del anuncio televisivo de la bebida Fresca (para ella, sin azúcar ni ciclamatos). También la presencia de John Slattery interpretando al marido de la protagonista. Sin embargo, en ningún caso hablamos de una secuela sino de una serie mural que observa con meticulosa minuciosidad el esfuerzo impetuoso y encendido de unas mujeres a las que sitúa como el germen de la América contemporánea. ¿Se puede explicar el feminismo desde el anti-feminismo? Waller lo tiene claro: ¿se pueden explicar los motivos e impulsos de la insurrección mostrando el sometimiento? Si tenemos en cuenta que para negar algo asumimos su existencia como algo verificable, parece ser que sí o, por lo menos, cabe co-existir en un mismo nivel de discurso. Este es el gran logro de la serie: la constatación a partir de cada figura real y de la artista elegida. Hasta ahora, podemos hablar de Phyllis Schlafly (Blanchett), Gloria Steinem (Rose Byrne) y Shirley Chisholm (Uzo Aduba). La escritura del personaje de la primera es fascinante, así como su interpretación, llegando a mostrarla como la mujer más liberada de los cincuenta estados juntos, aunque ella opte por una ideología que roza la negación de su condición. Un rompecabezas que nuestra anfitriona es capaz de resolver con una hipnótica y silenciosa caída de ojos. Brillante Blanchett.
Decíamos mural porque, aunque nos hayamos centrado en estas tres, ya las conocemos a todas (o prácticamente) y a pesar de que no hayan tenido su capítulo ya se han presentado e interactuado (también las actrices que las encarnan, entre ellas unas prometedoras Tracey Ullman, Margo Martindale o Sarah Paulson). El orden cronológico no solo marca el ritmo de la historia sino también el tono, registro e intensidad de las interpretaciones (muy conseguidos los distintos acentos en función del estado originario de cada una), ya que las conoceremos en distintos momentos más o menos álgidos pero cruciales de la campaña electoral. Ninguna actriz desaparecerá tras la más que meritoria caracterización de su personaje y este detalle es crucial para que nuestro interés se mantenga intacto. Todas, especialmente unas insuperables Blanchett y Aduba, nos sitúan en un terreno áureo que refleja la verdadera vocación de la serie. Ni más ni menos que relatar cómo y en qué ganaron ambos bandos de esta batalla cambiando significativamente a Estados Unidos. No se trata de humanizar a Schlafly ni de demonizarla (tampoco de santificar o no al resto) sino de reflejar a través de las posibilidades que ofrece el audiovisual lo que podemos considerar el nacimiento de la guerra cultural moderna. Ese vasto y transversal espectro el cual sus ideólogos ansían alcanzar para perpetuar y/o modificar el poder dominante presionado las teclas más sectarias y preestablecidas.
A destacar también el buen entendimiento y visión de conjunto de los distintos directores para cada capítulo. Para el primero y el segundo contamos con el tándem formado por Anna Boden y Ryan Fleck, también co-firmantes de la dirección de Capitana Marvel (2019). Para el tercero, con Amma Asante, co-directora de El cuento de la criada (Bruce Miller, 2017 – actualidad). Mural también de acontecimientos reflejados (atención a los créditos iniciales), así como de las posibilidades elegidas de todas las que ofrece la tecnología propia del medio. A nivel fotográfico, la utilización de filtros y texturas hace convivir imágenes reales con las ficticias. Cada objeto y pieza de vestuario está ahí por algún motivo y tiene su color, pastel o no, según la realidad de cada una de las protagonistas. Y, por supuesto, el uso de la pantalla partida. Desde la segunda temporada de Fargo (Noah Hawley, 2015) que no brillaba tanto este recurso. Aquí incluso se supera el logro, ya que su utilización aporta antes contenido que capricho estético, además de mostrar la convivencia de situaciones y de plasmar el ritmo vertiginoso con el que se suceden y solapan.
Un acompañamiento constante que se traslada también a la confrontación de los posicionamientos. Se mostraran las aristas a partir del choque entre distintas actitudes independientemente de la ideología que las contenga, tanto en lo visible de la vida cotidiana como en lo más privado y a puerta cerrada. Desde las más acérrimas defensoras del ERA, que deberán lidiar con(tra) el poder dominante masculino para negociar peldaños y elevar su propia voz hasta la (de nuevo) increíble Schlafly, que preferiría centrarse en la Ley de Seguridad de Productos de Consumo o la política nuclear durante los últimos y definitivos coletazos de la Guerra de Vietnam pero que se “conforma” con situarse en el ámbito donde ya es escuchada. Mención para el juego que propicia el título: donde muchos habíamos visto el “honorífico” Miss corresponde leer Mrs. Quizá esto ya sirva de termómetro previo para medir lo arbitrario de nuestra ideología o conocimiento general del mundo reflejado. ¿No es irónica la dualidad del primer gentilicio? Mujer soltera que al mismo tiempo es la “novia” de ¿todos? los americanos. Paradójicamente, sea para reina de belleza o para militante/objetora del ERA, cada uno de los cincuenta estados requiere de una de ellas.
Por último (y a no ser que se posea un gran conocimiento, en constante actualización y con un nivel máximo de profundización, sobre el desarrollo geopolítico norteamericano de las últimas cinco décadas), Mrs. America contiene una doble gran virtud. La Historia nunca resulta ni se utiliza como spoiler de la historia. La habilidad de Waller para introducir detalles e información crucial mediante réplicas en apariencia inofensivas de las conversaciones de las protagonistas se materializa de un modo tan orgánico y formalmente poco cautivo de la realidad retratada que la verosimilitud de la “ficción” copa toda nuestra atención. Todo esto con solo tres episodios. A la espera de los seis que vendrán, no nos queda más que ofrecer una calurosa bienvenida a Phyllis, Gloria y Shirley a la vez que esperamos una pronta constatación en forma de capítulo propio de todas y cada una de sus aliadas/opositoras. Quizá se nos remita a los albores de la era Reagan, pero no es muy complicado visualizarlo tanto a él com a Manafort o Stone, por ejemplo, como instrumentos precursores de la ¿fase? Trump. De nuevo, la diversión comienza con el título.