LOS LIBROS DE LA ISLA DESIERTA: ‘Cuentos esenciales’, de Guy de Maupassant

ÓSCAR HERNÁNDEZ-CAMPANO. Tw: @oscarhercam

La selección que incluye este volumen, a cargo de Marie-Helène Badoux y traducida por José Ramón Monreal, abarca casi toda la vida literaria del autor francés, desde finales de los años 70 hasta principios de los 90 del siglo XIX. Una selección que, como es lógico, es arbitraria, pero que, a lo largo de más de 1200 páginas, nos presenta casi 120 relatos que nos permiten conocer, adentrarnos y disfrutar de una de las plumas más dotadas de la narrativa gala.

Encontramos cuentos tan paradigmáticos como Bola de sebo, La herencia, El Horla (en dos versiones), La casa Tellier, La pequeña Roque o La adormecedora, por citar solo algunos. Relatos que han inspirado a otros autores o que, directamente, saltaron al cine, como es el caso de Bola de sebo, adaptada por John Ford con el título de La diligencia.

Maupassant nació en 1850 y murió en 1893. Falleció joven, víctima de enfermedades mentales hereditarias que lo llevaron a perder el juicio, cosa que también le ocurrió a su hermano y que ambos recibieron de su padre. Su vida, marcada por estas circunstancias y por el don de la escritura, fue una sucesión de cambios, viajes, excesos e insatisfacciones. Todo ello lo llevó a desarrollar un sentido crítico, cínico y fatalista. Su visión del mundo, de la sociedad y de sus contemporáneos rezuma pesimismo y desesperanza. Quizá el haber luchado en la guerra francoprusiana y haber contemplado sus horrores le hizo perder toda esperanza, cual Dante a las puertas del infierno.

La misantropía que destilan sus narraciones no interfiere en la belleza, en muchas ocasiones sublime, con que redacta sus cuentos. Puede que el único elemento que no destroza bajo su, a menudo, cruel narración, sea la naturaleza. Los parajes, los paisajes, el bucolismo de una campiña, las luces y sombras que riegan un bosque, las transparentes y gorjeantes aguas de un arroyo, nos sitúan en lugares fabulosos que, indefectiblemente, son estropeados por la presencia y las acciones humanas. No hablo de un proto-ecologismo, aunque varios relatos podrían servir de manifiestos animalistas, sino de que Maupassant desprecia al ser humano y por ello narra las horribles acciones que podemos ejecutar. Y más que pesimista, lo califico de fatalista, porque cuando algo puede ir mal, salir mal o empeorar siempre lo hace. Solo un relato, de la centena larga que recoge este estupendo volumen, acaba con, lo que podríamos llamar, un final feliz o, al menos, esperanzador.

Hay temas recurrentes en los relatos de Maupassant, por ejemplo: el funcionario público, el campesino y la mujer. El joven Guy de Maupassant, antes de cobijarse bajo la égida benéfica de Flaubert, trabajó en diferentes ministerios gubernamentales. Así como nuestro celebrado Galdós caricaturizó al funcionario español y desarrolló los tópicos que llegan hasta la actualidad, el autor francés tritura la figura del funcionario. Miseria, mezquindad, arribismo, envidia, desconfianza y todo tipo de comportamientos rastreros forman parte del retrato robot del funcionario descrito por Maupassant. En cuanto al campesino y el mundo agrario en general, el autor coloca en paisajes hermosos personas no ya incultas, sino embrutecidas y bestiales. El catálogo es inacabable. Todos los restos de incivilidad están ahí. Por último, el tema estrella es el relativo a la mujer. Las relaciones amorosas y sexuales son una constante entre los temas de los relatos de Maupassant. El machismo, cuando no misoginia, es la tónica en la descripción de las mujeres. Los celos, el adulterio, los amores no correspondidos, los hijos ilegítimos y el deseo, correspondido o no, forman parte del imaginario femenino del autor. A Maupassant no le gustan las personas y menos aún las mujeres. Las desea tanto como las repudia. Y todos los tópicos misóginos de base religiosa están ahí. No obstante, no podemos olvidar que siempre hay que leer un libro contextualizándolo en su época, porque solo así lo entenderemos y disfrutaremos.

Los relatos de Guy de Maupassant son bellos, duros y dejan una huella que nos obliga a reflexionar sobre ellos. Son historia de la literatura, por eso, nos los llevamos a la isla desierta.

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