CríticasPoesía

Reseña de «Alexis en la ciudad sitiada», de Pedro Juan Gomila Martorell

Por José Antonio Santano.

Muy pocos son los poetas de hoy que se atrevan a escribir un libro en el cual mitología y épica se complementen, al estilo más puramente homérico. Conjugar ambos aspectos en un poemario del siglo XXI se hace casi imposible, porque hoy, la poesía goza de esa mirada escueta y fragmentada que canta un objeto, un paisaje, un concepto o una vida. Sin embargo, y aunque sea necesario lo dicho, se hace grandioso y deseable que existan libros que nos sitúen en nuestra propia esfera y otras distintas, foráneas, que forman parte de una otra cosa o de otro ser. Hay poetas que desde su inicio como tales ya se les nota esa dimensión de lo universal, de lo incluyente, sin menosprecio alguno a lo distinto y diferente por naturaleza, constituyéndose así su poética en premonitoria, incluso podríamos decir que creadora de un nuevo héroe que lucha contra gigantes y monstruos del siglo que vivimos, un siglo apocalíptico (?). Por infrecuente llama la atención que, en este caso por fortuna, existan poetas así. Y creo que hora de desnudar los ojos de las vendas impuestas y liberarnos al fin de ellas. Salir de la oscuridad, llámese usura, humillación, tiranía, corrupción, hipocresía, mentira, etc., y abrir las ventanas de par en par para que nos deslumbre la luz de la libertad y solidaridad necesarias para construir un universo digno del género humano. Si hay en la actualidad un poeta español de este calibre, no puede ser otro que Pedro Juan Gomila Martorell, y un libro que aluda con contundencia y rigor poético, así como con ingenio y sabiduría a los muchos recovecos de la existencia, ese no puede ser otro que Alexis en la ciudad sitia.

Alexis es ese ser desmembrado, marginal, que arremete contra todo y todos, pues ya no halla alivio en nada, sólo la poesía podrá salvarlo. Y por ello, desde el principio, las citas que anteceden al corpus del libro son ya esclarecedoras y proféticas (?): «Días de lanzas y espadas, se raja el escudo, / días de tormenta y lobos, / se hunde el mundo, / no habrá hombre ninguno que a otro respete», dirá Völuspá, también las de Pier Paolo Pasolini y Emilio Lledó acompañan en los preliminares. Por su extensión, nada frecuente en nuestro tiempo, el libro cuenta con más de 300 páginas, el autor ha querido dividir el mismo en siete partes si incluimos como tal el poema final.

En la primera, “Los cálices amargos”, Alexis se nos presenta ebrio («Ne despierto con resaca aguardentosa / como si durante la pasada noche de lujuria…»), el yo poético es el cuerpo tras la entrega amorosa y recorre el tiempo desde la creación misma. Versos cortos, de arte menor, combinados con otros de metro dodecasílabo, conformarán el libro en su integridad, aunque en algunas partes prevalezca uno sobre el otro. No obstante, el ritmo y la voz del poeta se expande con agilidad asombrosa y dominio, capaz de contagiar al lector desde la primera página.

No cabe duda que este libro es un monumento grandioso a la poesía, a la de todos los tiempos, más cercana quizá a esa que nos dejaran, salvando las distancias Ovidio, Hölderlin o incluso Whitman. Hay como un dolor dentro tan intenso que el poeta (Alexis) no puede sino desde el conocimiento de la tradición clásica más selecta y la intuición, crear un universo extraordinario, un colosal tributo a la Poesía, muy ajena, afortunadamente, de la actual ortodoxia. Pero además es que sus versos son, en algún momento, premonitorios: «El virus, mutando, se radicaliza, / cuando sufre la amenaza del sistema» / defensivo: multiplica las extrañas / variaciones del patógeno, escribiendo, / fulminante, partituras de un Oficio/ de Tinieblas…». Habla, implora, medita y con rabia e impotencia escribe de “hervideros de putrefacción”, de África, y Esparta, Grecia y Roma, Europa, pero ¿de qué Europa?: «Es un nuevo amanecer sin luz de origen / donde el alma y la razón se han extinguido», de una «Europa mentida, vencida, vejada, / envuelta en la tela de estrellas sin brillo».

La segunda parte, “Desiertos de la paz en llamas” es un solo y extenso poema en dodecasílabos, sin signos de puntuación, donde el verso fluye y fluye sin descanso, galopante, manteniendo el ritmo y la denuncia, el dolor del abisal futuro y del pasado: «mas quién juzga a las naciones que toleran / las maldades de los cuervos sus crueldades / que levantan nuevos hornos crematorios / con la antorcha de los fuegos como lengua…». Sitiada la ciudad, sitiado Alexis en la voz del poeta continúa su periplo con “Los demiurgos salvajes”, ocasión que aprovecha para sostener su deseo de «Alcanzar el centro mismo del silencio, / la pupila donde el ojo duda y cede / ante el brillo de un azar inconmovible», también para proclamar que «Concordia es la razón, no los caprichos / que rompen la armonía y soliviantan / los ánimos con rábidas porfías». El poeta se crece a medida que vive y siente en carne propia el oprobio, y que sitiado Alexis tendrán que levantarse cada día para seguir su trazado camino: «Pero el ídolo de gentes sin mesura, / sin la brizna de ternura en la mirada, / se levanta sobre el hueso quebrantado / de la patria malherida por los cuervos».

En la parte cuarta, el poeta bucea en la “Exégesis de las sombras”, indaga en ese mundo que, por otra, bien conoce. El cuerpo de nuevo, pero no masa de carne como escribe el poeta, como depositario de los sentidos y el alma: «…ahí guardamos como el oro los recuerdos / y engendramos las quimeras y espejismos, / ahí florecen los distintos sentimientos / que revelan en procesos misteriosos // todo aquello que nos hace y nos recrea». Con “Zelin o la música silenciada”, la voz de Alexis resurge del abismo, se revela contra la injusticia y la tiranía del ser humano, cuando se refiere al cantante Zelin Bakáyev, desaparecido y víctima de una purga anti-gay en la República de Chechenia. Y esa música silenciada que nos recuerda a la “música callada” de San Juan, en la que el amor triunfa siempre: «Pero mañana no te quebrarás, / destinado a ser libre, / brisa ardiente, / mientras miras a los ojos de tu amante / hasta que no duela nunca, / hasta que no exista el nombre».

“La palabra que arde en la noche” es el título de la parte sexta. La palabra como fuego, como luz que alumbra la oscuridad en la que vive Alexis, y su ciudad Metrópolis, grandiosa, en un recorrido por la Historia de las opresiones («Mas quien arde en la opresión durante siglos / se acostumbra al fuego eterno y luce ampollas». En este sentido la palabra es la esencia, la única salida del largo túnel, y ha de ser, pero la palabra que es grito y verdad, si acaso: «Han vetado aquella lucha de las Clases. / La ganaron hace mucho los que tienen / bien sujeta nuestra rueda. Y no son dioses: / los he visto defecar sobre los cuerpos / reducidos a carnaza, a podredumbre, / humillar al que es vejado con deleite / de ramera, sin consciencia de ese trato, // ufanarse de la saña demorándose / en causar laceraciones diminutas, / extinguir pausadamente a cada víctima». Para el poeta este mundo infame no tiene salvación, si no es a través de la justicia y la solidaridad entre seres humanos, y aunque el peso y el tributo que ha pagado y paga es muy alto, no deja que un hilo siquiera de luz y de esperanza sea suficiente para recomponer y recuperar ese jardín donde la libertad, al fin, sea la salvación del hombre.

De esta manera, en la séptima y última parte nos propone un “himno para otra Europa”, en latín (origen de las lenguas románicas) y en castellano. Este poema que cierra el libro es más que un himno, es un canto universal, un verdadero canto para la unión, en un deseo único de concordia y libertad, que reproduzco entero:

 

¡Atendedme, gentes de los pueblos europeos!

Danza la amistad ene torno a la tierra habitada,

y, como un heraldo, anuncia

nuestro contento al compartir;

y aún los poderosos velarán por los humildes.

 

Somos más fuertes unidos:

donde hay Concordia, existe paz,

dulce es la contienda sólo para el inexperto.

 

¡Vamos, ciudadanos de naciones europeas!

En la diferencia nuestra autoridad se funda.

 

La paz alegre del orbe,

madre común universal:

por naturaleza todo ser humano es libre.

 

Mas no habrá una paz verdadera,

falta de hermosa libertad,

ni para nosotros libertad si no hay justicia.

 

Sin duda alguna que, Alexis en la ciudad sitiada es una colosal obra y un excelente legado del gran poeta Pedro Juan Gomila Martorell, como ha demostrado hasta ahora con su intachable trayectoria. Una voz tan diferente como profunda, tan apasionada como liberadora, que viene a ocupar un lugar destacado en el panorama actual de la poesía española.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *