El placer de recordar entre aplausos a Ramón Barea en «Montenegro», de Valle Inclán
Más allá del tiempo y el espacio, las Comedias Bárbaras de don Ramón María del Valle Inclán pertenecen al teatro universal como testimonio histórico-social, a través de un texto dramático que sentó las bases de una forma de mirar y escribir la realidad. Un estilo único que, prácticamente no ha tenido herederos, aunque el concepto de esperpento, hermano del grotesco italiano pirandelliano, pero con una fuerza telúrica muy distinta, ha impregnado el gran teatro universal desde su origen en los años 20. La última versión conocida hasta la fecha pertenece al autor y director Ernesto Caballero y es la que se admira minuciosamente en la crítica que acompaña estas palabras.
Trascripción de la crítica publicada en CULTURAMAS en diciembre de 2013
Por Horacio Otheguy Riveira
La España negra feudal hecha de herejes, corruptos y falsos creyentes junto a otros que se entregan al suplicio para salvar su alma. Violencia social, satanismo, violaciones, codicia y parricidio por Valle Inclán, padre del teatro español del siglo XX en una gran adaptación escrita y dirigida por Ernesto Caballero.
Las Comedias Bárbaras de Valle las componen tres obras, la primera escrita mucho después de la última hasta quedar en este orden por expreso deseo del escritor, cronología creativa, más allá del año de composición: Cara de plata (1922), Águila de Blasón (1907) y Romance de lobos (1908): un fresco épico de una sociedad feudal que se descompone en la Galicia en que se crió y forjó el autor, pero con la impronta española bajo el yugo de un catolicismo corrupto que con mucha facilidad pasaba de mecerse entre ángeles a regocijarse entre demonios.
Audaz resolución de texto y puesta en escena
Don Juan Manuel Montenegro es el protagonista de la saga y ha tenido muchos pretendientes entre los hombres de teatro, pero sólo una vez se montaron las tres obras íntegras; fue en 1991 en el Teatro María Guerrero, sede del Centro Dramático Nacional que entonces dirigía José Carlos Plaza, a su vez responsable de la puesta en escena. Se podían ver las obras por separado o en una sesión maratoniana que recuerdo con entusiasmo. No todo resultaba compacto ni mucho menos armónico (tan excepcionales como difíciles de interpretar los textos), pero resultaba imposible dejar fuera la emoción de un Valle al fin en manos de una empresa tan valiente; un teatro lleno de dificultades donde sobrevolaba el esperpento como marca del corazón roto valleinclanesco: la España negra del feudalismo amancebada con su ejército de sumisos criados.
Aquella fue una experiencia inolvidable que duraba unas siete horas con descansos. Un reto el de entonces y notable audacia la de ahora, a cargo de un dramaturgo y director como Ernesto Caballero que ha hecho de las tres funciones una sola reducida a unas 3 horas y media con un descanso de 15 minutos. El resultado es un trabajo minucioso en que el despiadado señor feudal habla siempre por boca de Valle, crece como feroz señor de lo humano y lo divino alcanzado por apetitos primarios que luchan constantemente entre sí: la pasión por las jóvenes por parte de quien no soporta envejecer, un responsable de Mayorazgo, es decir, dueño de tierras y de cuantas mujeres desclasadas se le pongan por delante, interesadas a su vez en sacarle provecho. Mas el hombre tan admirado y deseado como temido se trastorna en noche de tormenta cuando un desfile de espíritus (legendaria Santa Compaña) le advierte de su muerte inminente: tormenta feroz, mar embravecido, las fuerzas de la naturaleza que parecen odiarle, y su cuerpo que aún ansía carne joven, bellas criaturas de húmedo terciopelo entre las piernas. Y en esas que le avisan de que su santa esposa se está muriendo, lo que le arrastra a un largo viaje en busca de su perdón: todo se le desdibuja, y en su desmorone la propia raíz de la España negra condenada al desastre entre la codicia, la lujuria y la pertinaz hipocresía de un catolicismo ruin alimentado con los desechos de lo divino y lo satánico.
Mientras don Juan Manuel se disloca en su propio infierno y en el infierno que ha provocado en muchos, avanza a ciegas en busca de luz y perdón; la vida y la muerte se encuentran y desbocan en una serie de escenas envolventes. No hay aquí tratamientos psicológicas para comprender a los personajes y sus imperiosos deseos, especialmente esa lujuria que les acecha y devora, sino necesidades primarias, lanzadas a un vértigo que sólo se trastoca cuando llega el miedo a la muerte y a la vez el deseo de morir.
El padre de los pobres, el espejo de los ricos
Podemos involucrarnos con las peripecias de los personajes, sufrir, amar y despreciar cuanto queramos: la ira valleinclanesca y su necesidad de compasión están muy presentes en manos de un Ernesto Caballero que cabalga con gran dominio sobre tempestades de todo tipo, y las vence, las excomulga y luego las redime. Las vicisitudes que irritaban al escritor gallego, tanto nacionales como hispanoamericanas (hasta el 8 de diciembre, Tirano Banderas en el Teatro Español), se ven hoy con el ánimo encogido, reconociendo en aquellos paisajes aparentemente exóticos la cruel realidad de una España en crisis en la que se grita: “¡Malditos estamos!”.
Muchos hallazgos en la puesta en escena. Algunos empiezan en el vestíbulo. Y se agradece mucho. Hacía tiempo que no encontraba esa creación de ambiente desde la entrada. Paredes con fotos en blanco y negro de los ensayos, rincones para conversar con lámparas de pie, mesitas y dos sillas, combinación de clásico y moderno, y presidiendo: el retrato de Valle pintado por Zuloaga: tan enjuto y barbado, la mirada severísima con la que desprecia el teatro de su época y la poderosa burguesía de entonces, de allí que escribiera obras sin ningún ánimo de ser estrenadas: novelas dialogadas con muchas acotaciones.
Entre los numerosos aciertos de esta versión destaca ampliamente la selección de algunas escenas capitales de la trilogía donde siempre se escucha a Valle y no a Caballero, lo que tiene gran mérito, ya que como dramaturgo venció la tentación de emular, entrometerse o corregir al maestro, y la voz de Valle es riquísima en giros idiomáticos, en neologismos, en cruce de lingua galega y lengua castellana, en conceptos; se aprovechan muy bien las escenas costumbristas para romperlas después con momentazos de farsa (por ejemplo, el niño Dios que pende de una cuerda y sentencia ante la madre beata), de evocación cristiana (un actor representando a un gran Cristo en un salón de Montenegro), de pasión por lo obsceno y la lascivia, sin planteamientos morales ni psicológicos que lo justifiquen: fiestas, herejías, violaciones, o lo que es más importante, en la joven ahijada, el terror a perderse, el deseo de hacerlo y el deleite de repetir una vez desvirgada.
Lo que menos funciona: la música altisonante, de innecesario subrayado. Un gran alivio cuando desaparece y sólo escuchamos el texto, o recibimos con agrado los efectos sonoros siempre medidos y eficaces. Luego hay decisiones discutibles en la recta final que empobrecen un trabajo con enormes aciertos, más abundantes y atractivos en la primera parte, aunque en la segunda hay también varias situaciones de gran riqueza, como cuando Montenegro —transformado en una especie de niño desvalido— encabeza a un grupo de miserables, y les incita a prender fuego su propio poderío, y pasa de déspota feudal a revolucionario inflexible para cambiar una sociedad que reconoce injusta, y les lleva a su casa para que les den de comer y allí no hay nada: ni pan ni harina… Es uno de tantos perfiles de Montenegro, el padre de los pobres, el espejo de los ricos.
Admirable trabajo coral
Esta producción cuenta con un reparto de 20 actores, algunos de los cuales hacen toda clase de personajes, perros y caballos incluidos. Una labor muy valiosa, eminentemente coral, en la que, no obstante, sobresalen algunos de sus intérpretes: Ramón Barea, reciente Premio Nacional de Teatro, en un Montenegro que conjuga admirablemente al déspota y al conmovedor suplicante; Janfri Topera en el bufón, el criado que hace reír y provoca reflexiones en su señor, siempre tratado de “imbécil”, pero querido, escuchado y alimentado en la implacable soledad del caballero; Mona Martínez, la sabia criada de toda la vida, la única que está desde el comienzo hasta el final con “mi señor amo” y “mi señora ama”;
David Boceta en el sexto hijo, el apuesto y elegante muchacho que contrasta con la animalidad de sus cinco hermanos, el que deja paso a su padre ante su propio deseo sexual y que no se involucra en el parricidio. Ester Bellver, la Pichona, la puta en constante situación de embeleso y disfrute, la que goza sin culpa ni deseo de castigo y asume una escena crucial muy bien resuelta: le tira las cartas al señorito y una pareja de actores representa las figuras de la baraja española. Yolanda Ulloa (foto), doña María, la imponente figura de la mujer entregada con su obcecada rendición a los caprichos de Dios y de los hombres. La gran actriz asume este personaje en una magistral acrobacia de sentimientos y contención dramática, el punto justo donde se conjuga el esperpento y su contrario, en un distanciamiento sobrecogedor.
Y por último, Rebeca Matellán, la frágil, desconsolada y tan ardiente Sabelita: la joven prisionera de los vaivenes místicos de la España negra marcada a fuego por un catolicismo cerrado y siniestro que obliga a huir del pecado en un entorno que lo excita, haciendo sonar constantemente las campanas que unen a Dios con el Diablo, uniéndoles en una orgía salvaje.
MONTENEGRO
Autor: Ramón María del Valle Inclán (Villanueva de Arosa, 28 de octubre de 1866-Santiago de Compostela, 5 de enero de 1936).
Versión y dirección: Ernesto Caballero.
Intérpretes: Ramón Barea, Rebeca Matellán, Ester Bellver, Yolanda Ulloa, David Boceta, Bruno Ciordia, Janfri Topera, Toni Márquez, Mona Martínez, Edu Soto, Juan Carlos Talavera, Fran Antón, Javier Carramiñana, Paco Déniz, Silvia Espigado, Marta Gómez, Carmen León, Iñaki Rikarte, José Luis Sendarrubias, Alfonso Torregrosa, Pepa Zaragoza.
Escenografía: José Luis Raymond.
Vestuario y caracterización: Rosa García Andújar.
Iluminación y vídeo: Valentín Álvarez.
Música: Javier Coble.
Lugar: Teatro Valle Inclán.
Fechas: Del 29 de noviembre de 2013 al 19 de enero de 2014.
Actividades paralelas: Los lunes con voz: Del caciquismo al capitalismo salvaje. 9 de diciembre a las 20 horas. Encuentro con el público: 12 de diciembre al finalizar la función. Teatro accesible: Funciones con accesibilidad para personas con discapacidad auditiva y visual. 15, 16 y 17 de enero de 2014.