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El placer de recordar entre aplausos: «Terror y ceniza», de Ramón Paso

De pronto una tarde, en una sala pequeña del off-off madrileño, en diciembre de 2016, me sorprendió un espectáculo de mujeres ante personajes de la Iglesia en la represión de posguerra. Terror y ceniza; la Iglesia Católica en la Guerra Civil Española fue —y sigue siendo— un valor aislado y escasamente divulgado en el panorama teatral español. Sin duda, un esfuerzo grande para la Compañía PasoAzorín que, con muy pocos elementos físicos, junto al talento de sus integrantes, estableció escénicamente la mirada del autor-director sobre acontecimientos nunca tratados en el teatro nacional.

Audacia grande, fascinación ante el trabajo de un equipo de jóvenes actrices admirables, y el testimonio desgarrador de un tiempo de represión religiosa fiel a la perversión de una fe que se engaña a sí misma para gozar del abuso de poder sobre seres indefensos.

«Mujer #20. ¡Cállate! ¡No digas nada!
Mujer #19. ¡Cállate! ¡No digas nada!
Mujer #18. ¡Cállate! ¡No digas nada!

Comienzo frenético que enlaza al espectador y no lo suelta. Tampoco lo agrede, lo hace cómplice de una travesía conmovedora que reposa en momentos de reflexión y gran ternura. Con un aliciente de extraordinaria riqueza que lo aleja de otros intentos similares: no aparecen curas ni monjas, sólo sus víctimas en diferente grado y condición. Algunos apenas se mencionan por sus actos, otros con precisos brochazos, pero en todo caso su ausencia refleja un compromiso con el colectivo de mujeres prisioneras de un terrorismo típico de los que ganan la guerra: la violación y la tortura como vocación de masa masculina —a menudo con el apoyo de mujeres ideológicamente afines—, tanto en algunas tropas como en el más siniestro plantel de confesiones religiosas que predican lo contrario de lo que hacen.

Reproducción de la crítica publicada en CULTURAMAS el 12 de diciembre de 2016

Memoria histórica de mujeres maltratadas «con catequesis de polla y hostias»

Por Horacio Otheguy Riveira

Teatro-denuncia, teatro testimonial de gran calidad que huye del griterío mitinero como de los golpes bajos, avalado por la lucidez de sus creadores. Terror y ceniza: el cotidiano espectáculo de la represión sobre el sexo femenino republicano adquiere gran fuerza dramática en un despliegue de personajes sufrientes, pero también solidarios; víctimas valientes o destrozadas, abandonadas a su perra suerte o protegidas por otras de igual condición. Un enjambre de dolor y lucha frente a la bestia que todo lo devora con su hipócrita sarta de bendiciones:

(Almudena comienza a rezar un Padrenuestro)

Soledad. ¿Qué hace ésta ahora?

Clara. Reza.

(Las dos comienzan a reírse a su pesar, con tristeza).

Clara. No hemos cambiado nada. Nada. España sigue siendo un país de
cruces, lo que pasa es que ahora las cruces son gamadas.

Soledad. Mientras reza, no llora.

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Un gran trabajo en equipo en el que cinco estupendas actrices dan vida a muchos personajes con rápidos cambios a buen ritmo.

 

La Compañía PasoAzorín cumple cuatro años con dos espectáculos en cartel en salas distintas y temática diferente: El síndrome de los agujeros negros, desde septiembre en La Nao 8, y ahora Terror y ceniza de la Iglesia Católica en la Guerra Civil Española. Dos producciones muy distintas con dos elementos en común: su excelencia escénica y el protagonismo de mujeres sumergidas en oscuros conflictos de nuestro tiempo, o marcados a fuego por la barbarie guerracivilista de la Iglesia.

 

Mujer #12. ¿Y qué le van a hacer?
Mujer #13. La van a dejar pálida.
Mujer #12. ¡Es mi hija!
Mujer #13. ¡Cállese! ¡No diga nada!
Mujer #14. ¡Cállese!
Mujer #15. ¡No diga nada!
Mujer #16. El cura estaba en los interrogatorios. Él también me pegaba.
Mujer #17. ¡Él también me violaba!
Mujer #18. ¡Me meó encima!
Mujer #19. Me clavaron clavos en los dedos. Yo gritaba. Y el cura se reía.
Mujer #20. ¡Cállate! ¡No digas nada!
Mujer #19. ¡Cállate! ¡No digas nada!
Mujer #18. ¡Cállate! ¡No digas nada!

Comienzo frenético que enlaza al espectador y no lo suelta. Tampoco lo agrede, lo hace cómplice de una travesía conmovedora que reposa en momentos de reflexión y gran ternura. Con un aliciente de extraordinaria riqueza que lo aleja de otros intentos similares: no aparecen curas ni monjas, sólo sus víctimas en diferente grado y condición. Algunos apenas se mencionan por sus actos, otros con precisos brochazos, pero en todo caso su ausencia refleja un compromiso con el colectivo de mujeres prisioneras de un terrorismo típico de los que ganan la guerra: la violación y la tortura como vocación de masa masculina —a menudo con el apoyo de mujeres ideológicamente afines—, tanto en algunas tropas como en el más siniestro plantel de confesiones religiosas que predican lo contrario de lo que hacen.

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De izquierda a derecha: Ángela Peirat, Laura de la Vega, Patricia Bertrand.

 

Cinco jóvenes actrices se transforman en mujeres de distintas edades, todas ellas en diverso grado de padecimiento de monjas y sobre todo de curas lascivos, fálicos tiranos con la coraza del celibato por dios-nuestro-señor exigido, bajo faldas negras de sádicos bendecidos. No aparece en escena ni uno de ellos y de esta manera se convierten en personajes ausentes de los que se habla, y cuando no, se convierten en amenazantes jadeos a punto de lanzarse sobre nosotros. Un gran testimonio teatral de la España fascista que arrancó con saña en 1936, y que aún palpita en numerosas esquinas y estrados institucionales.

Terror y ceniza pone el acento en unas injusticias que formaron parte de un entramado del que aún se reciben informaciones, un día y otro también, como el caso de los campos de concentración alemanes con apoyo del gobierno franquista para castigar a los republicanos apresados presente en una crónica sobre hechos de 1941 que acaba de publicar eldiario.es en un magnífico reportaje con datos bien detallados.

Además, constantemente nos asaltan escándalos de abusos sexuales y violaciones en instituciones católicas cuyos responsables forman la perfecta camarilla que obstaculiza castigos ejemplares. La buena gente de la propia Iglesia, el eterno factor humano por encima de las ideologías y las autoridades, también ha sido sojuzgada y marginada. Este es el enfoque de un gran trabajo teatral que estremece sin descuidar la belleza del fenómeno escénico para exponer el dolor de mujeres que viven y mueren por defender un modo de vida, o simplemente por pertenecer a familias de hombres condenados.

Un homenaje visceral desarrollado en 12 escenas por las que circulan personajes de diversas edades en situaciones límite; el autor profundiza con éxito en todas las escenas elaboradas con variedad de estilos. Doce escenas y entre ellas, la conversación de tres chicas en el muro donde van a ser fusiladas; una mujer que se aferra a su bebé y se resiste a la ayuda de sus compañeras para sacarlo de allí donde no tendrán piedad y lo matarán como a ella; la muchacha de 15 años que ha de aprender a realizar felaciones y descubrir que su cuerpo entero puede ser violentado por los mismos que la han bautizado y confesado; una mujer pide ayuda para su marido a otra que vive en la casa de Don César: una suplica, la otra rehúye el contacto, hablan deprisa, frases cortas; sin escenografía alguna podemos ver la sordidez del encuentro, la ansiedad de la que pide y el miedo de la otra, que ha salvado la vida como amante del ensotanado «al que no le importa la gente». El mar de fondo se sugiere en un creciente diálogo angustioso hasta dar con un final seco, de irremediable espanto y tensa solidaridad:

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Inés Kerzan, Ana Azorín.

Asunción. Olvídese de su marido.
Lola. ¡No puedo!
Asunción. Ya está muerto.
Lola. ¿Quién podría olvidarse de un marido que se muere de tos y de frío, al que pegan todos los días, al que una nunca puede ver, pero que no deja de oír en su cabeza? ¿Cómo se olvida una de eso?
Asunción. Se puede. Créame.
(Asunción empieza a retirarse).
Lola. ¿De verdad no va a hacer nada por mí?
(Asunción se detiene).
Asunción. Sí lo voy a hacer.
(Silencio).
Asunción. No le voy a contar a Don César nada de usted.

La ferocidad de las situaciones está muy bien equilibrada para que el espectador no padezca lo que ve y escucha, uno de los males del teatro-denuncia, cuando sus artistas se acaban convirtiendo en los verdugos denunciados, regocijándose en el carácter perverso de las acciones. La buena medida surge del conocimiento de Ramón Paso por un teatro que entra perfectamente en el campo del periodismo literario, y que al ponerlo en escena lo acompasa de comienzo a fin por una acción donde la expresión corporal está íntimamente ligada a los matices de voz.

Terror y ceniza es su tercera obra sobre la guerra civil. Las anteriores son dos piezas redondas que merecen su edición, así como la representación conjunta en una maratoniana sesión de gran teatro testimonial: Matadero 36/39 y El mono azul.

(De izquierda a derecha) Patricia Bertrand, Laura de la Vega, Inés Kerzan, Ana Azorín, Ángela Peirat: un equipazo de jóvenes actrices que trabajan intensamente en un complejo drama coral escrito y dirigido por Ramón Paso: memoria histórica de mujeres a las que se les borró la sonrisa «con catequesis de polla y hostias».

 

Mujer #24. Y al cura que repartía leche entre los pobres, a ése también le han
matado.
Mujer #25. Y al que enseñaba a leer por las noches. A ése también se lo han
cargado.
Mujer #22. Cuando esto termine, no va a quedar un cura bueno en España.
Mujer #23. Cuando esto termine, no va a quedar nadie en España.
Mujer #24. El cura ha violado a una niña.
Mujer #25. Las monjas han ahogado a un bebé en el pozo.
Mujer #26. El cura ha asesinado a más de cien personas con una pistola con culata
de marfil. Lo dice él. Enseña el arma. Está orgulloso.
Mujer #27. El obispo se ha quedado con treinta casas de rojos. Ahora las alquila.
Es propietario.
Mujer #28. Las monjas azotan las tetas de las putas del pueblo. Las risas de unas
se confunden con los gritos de las otras.
Mujer #29. Cállate y no digas nada.
Mujer #30. Cállate y no digas nada.
Mujer #31. Cállate y no digas nada.
Mujer #32. Cállate y no digas nada.
Mujer #33. ¡Cállate! ¡No digas nada!

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terror-y-ceniza-2-3Terror y ceniza

de la Iglesia Católica en la Guerra Civil Española

Autor y director: Ramón Paso

«Incluí la palabra ceniza por dos motivos. El primero, el rito cristiano, y el segundo, el estado en que quedó la moral, la libertad y España en general tras pasar el filtro de la Iglesia: cenizas».

Intérpretes: Inés Kerzan, Ana Azorín, Laura de la Vega, Ángela Peirat, Patricia Bertrand

Diseño de iluminación: Pilar Velasco

Vestuario: Sandra Pedraz Decker

Fotografías: María Jordán

Diseño gráfico: Ana Azorín

Ayudantes de dirección: Blanca Azorín, Laura de la Vega, Daniel San Miguel

Una producción de Pasoazorín Teatro

Agradecimientos: Teatro Fernán Gómez-Centro Cultural de la Villa, Junta Municipal Distrito Retiro, El Marco Verde.

Jueves de diciembre 2016 a las 20,30 horas en Sala Montacargas, Madrid

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