Por Jaime Fa de Lucas.

El chiste fácil es decir que con Un juego de caballeros Netflix nos ha metido un gol de campeonato. Empiezas con ella pensando que vas a ver algo interesante sobre los orígenes del fútbol en Inglaterra y acabas tragándote un melodrama cursi y efectista sin un ápice de profundidad y en el que apenas rueda el balón. Mención especial para esa banda sonora empalagosa que aparece por todas las esquinas.

Esta concatenación de escenas sentimentaloides que es la serie busca conmover al espectador en todo momento –lo que parece su único objetivo– en lugar de intentar ofrecer algo medianamente informativo y entretenido. Y claro, el fracaso es evidente, pues da la sensación de que estamos ante una telenovela disfrazada de drama futbolístico, que en el fondo usa al fútbol como reclamo.

La ambientación de la época está conseguida, las ideas sobre la diferencia de clases funcionan y algunos conflictos son convincentes, pero su dimensión melodramática es demasiado abrumadora. Es cierto que los tres primeros capítulos se dejan ver, sin embargo, a partir del cuarto la experiencia se hace cuesta arriba y hay que tener muchas pelotas –amor a las pelotas– para ser capaz de acabarla.