Cherry-Garrard y Bernard Shaw en el peor viaje del mundo
ANDRÉS G. MUGLIA.
Si fuera el guión de una película el espectador podría removerse incrédulamente en la silla, pensando que la trama es demasiado trillada. Un joven rico y británico que sin ninguna experiencia que lo ayude decide embarcarse en una de las más exigentes aventuras que un hombre pueda enfrentar. Ese “niño bien” además de no ser un dechado de virtudes atléticas (apenas si practicó algo de remo en el colegio) posee un defecto que oculta y que le trae numerosos contratiempos: una incipiente miopía. Hasta puede trazarse una línea argumental obvia, historia ejemplificadora de superación de una dificultad física a fuerza de tesón y voluntad.
Pero este guión poco creíble no es otra cosa que la historia real de Apsley Cherry-Garrard y su odisea junto a la segunda expedición del legendario capitán Scott en la Antártida, que se proponía nada menos que llegar al polo sur geográfico.
El anuncio en los periódicos con que aquel otro famoso explorador antártico, Ernest Shackleton, intentaba reclutar voluntarios para su excursión de 1914, es elocuente del destino que se le aseguraba a todo aquel que se atreviera a desafiar la geografía del polo sur: “Se buscan hombres para viaje peligroso. Salario bajo, frío penetrante, largos meses en la más completa oscuridad, peligro constante, y escasas posibilidades de regresar con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito”.
Hay quienes discuten la existencia de dicho anuncio pero, como sea, si no existió merecía existir por lo exacto que es al describir las condiciones que Cherry-Garrard y todo los exploradores de la época heroica de las expediciones polares debieron afrontar. A los 24 años, sin preparación ni experiencia, sin condiciones físicas que los destacaran ni especialización alguna en ciencia u otra disciplina, el joven Apsley fue elegido a último momento para acompañar a los hombres de Scott. Sus peripecias en aquella aventura fueron plasmadas en el libro El peor viaje del mundo.
“La exploración polar es la forma más cruel y solitaria de pasarlo mal que se ha concebido”. Así comienza El peor… y es desde esa clave de descarnada sinceridad para describir una supuesta aventura sin el menor ribete de romanticismo, es donde Cherry-Garrard se afirma para convertirse, según muchas voces autorizadas, en el creador de uno de los mejores libros de viajes de la historia.
Quizás fue la tragedia que coronó el viaje de Scott al polo, quien murió congelado junto a sus compañeros a poco menos de treinta kilómetros de la salvación en forma de un depósito (el ya célebre depósito de una tonelada) con comida y combustible suficiente como para salvarlos. Tal vez el hecho de que en el momento en que Scott y el grupo explorador agonizaban, el propio Cherry-Garrard se encontraba en dicho depósito con un grupo de perros suficiente como para rescatar a sus compañeros y no lo hizo pues respetó una orden previa que le diera su capitán que a la postre resultó fatal: cuidar a los perros. Quizás el detalle de que Scott había perdido la carrera por conquistar el polo a manos de una expedición mejor organizada que la suya a cuyo mando estaba el noruego Roald Amundsen. Tal vez por todo eso sumado la historia que narra El peor… y el libro en sí mismo se hayan convertido en leyenda.
O podemos buscar otra explicación que poco tiene que ver con la historia, que fue contada por varios de los que participaron en la expedición, incluido Scott. Sencillamente El peor… es una gran libro porque está bien escrito.
Ocurre con esta obra como con otras pocas. Son grandes libros pero a la vez, son el único que su autor escribió. Se me ocurren varios ejemplos: El diario de Anna Frank; El gran Meaulnes, de Alain Fournier, Al oeste con la noche, de Beryl Makham. Los dos primeros han sido fruto de una vida corta, quizás si sus autores no hubiesen muerto jóvenes nos hubieran regalado otras maravillas. El último es otro tipo de “libro único”, el que cuenta la vida del autor. Difícil sería que escribiese otro si no pudo tener la bizarra posibilidad de vivir dos vidas. En el caso de El peor… no se trata de un libro sobre una vida de aventuras, sino sobre un episodio aventurero breve de una vida que, vista en perspectiva, fue bastante gris, sosegada y burguesa. Pero sería bajo la sombra de ese episodio que Cherry-Garrard viviría el resto de su existencia. Y la duda lacerante de si efectivamente había hecho bien en seguir las órdenes del Capitán Scott, preservando los perros de una excursión que podría haber significado la vida de sus compañeros.
La historia de Cherry-Garrard es incomparable para cualquier escritor que quiera abordarla. Tiene drama, aventura, es intensamente humana. Pero Cherry-Garrard no era escritor, era, en el amplio sentido de la palabra, nada más ni nada menos que “un millonario y un caballero”, como lo definieron sus compañeros de viaje. El ejemplo de la declinante clase terrateniente de una Inglaterra que se alejaba de aquel sueño victoriano que concluiría en la Gran Guerra. De regreso de su desventurado viaje, Cherry-Garrard retornaría a Lamer, su finca, y allí languidecería cómodamente en base a sus rentas. Cuando se propuso escribir El peor… una coincidencia feliz hizo que un verdadero escritor se cruzara en su camino y su influencia fue quizás determinante para hacer que su libro se convirtiera en la obra maestra que terminó siendo.
George Bernard Shaw cuenta con la distinción de ser la única persona a quien se le ha otorgado el Premio Nobel de Literatura y el Oscar de la Academia al mejor guión. Destacado dramaturgo, crítico y ensayista, su influencia excedió el terreno del arte y se introdujo en la cultura y la política de su tiempo. Quiso el azar que Shaw fuera vecino de Lamer y de Cherry-Garrard y que junto a su mujer Charlotte Payne-Townshend, una notable feminista irlandesa, se hicieran amigos de Apsley en tiempos en que éste escribía las memorias sobre su viaje antártico. Según su biógrafa Sara Wheleer, era normal que Cherry-Garrard caminara hasta la casa de los Shaw en horas de la tarde, para conversar con ellos frente a una buena taza de té. Aparentemente Payne-Townshend estaba fascinada por el libro que su vecino estaba escribiendo, al que describía como una de esas obras largas en que uno “vive durante un tiempo” al leerlas.
Es seguro que Shaw aconsejó a Cherry-Garrard, cuyo método de trabajo era escribir párrafos aislados para después ensamblar las páginas en una suerte de collage. Esos consejos, el intercambio permanente de impresiones con el matrimonio, fueron sin duda alguna decisivos para la génesis de El peor… Contar con la ayuda de quien fuera la personalidad más importante de las letras británicas de su tiempo no es una influencia que se pueda soslayar. No obstante, una obra no se construye en base a buenas sugerencias. Cherry-Garrard trabajó sobre la suya revolviendo recuerdos y heridas que nunca se cerraron, hasta que puso de pie el testimonio ambicioso de un libro que pretendía a la vez contar no sólo una aventura, sino ser el reflejo de una época que se precipitaba a la disolución; a la vez que una historia conformada por la acción de hombres de carne y hueso, capaces del heroísmo pero también del error y la estupidez.
Seguramente por la suma de todos esos detalles es que El peor… ha llegado hasta nuestros días provocando el interés de los lectores, interés que no tuvo sin embargo en los de su época.
Si lo que se quiere es pasarla bien con el morbo de leer como otros la pasaron muy mal. Si nos gustan las historias de aventuras para leerlas al borde del asiento. Si simplemente lo que da placer es asomarse a un mundo pasado o a una geografía fascinante que rechaza la intromisión del hombre. Entonces El peor… es el texto indicado para, como apuntaba Charlotte Payne-Townshend, vivir adentro de un libro durante un tiempo.