Novela

La distopía de ‘El hombre analógico’

REDACCIÓN.

El hombre analógico es una suerte de distopía contemporánea de un hombre anormal que lucha contra las circunstancias del tiempo que le ha tocado; y, más que nada, contra sí mismo. O quizá el protagonista resulte ser un hombre vulgar, tan vulgar como el que lee y escribe estas líneas, como cualquier lector/a que se asome a ellas y se sienta interpelado, y lo extraordinario sean sus circunstancias. Eso es lo que la novela pretende no dejar claro.

Cayo Augústulo Tertuliano Sánchez Zumalacárregui (en lo sucesivo, Tertuliano) es el nombre que el protagonista decide adoptar para su peripecia. A imitación de sus héroes clásicos, busca un nombre parlante que hable de sus hazañas memorables y su estirpe divina con solo decirse.

Estructurada en, por ejemplo, 5 partes (en la versión que les adjunto son unos 800 folios, times new roman 12, doble espacio)las dos primeras son una Bildungsroman, una novela de aprendizaje —o más bien de desaprendizaje, según se mire—, donde Tertuliano transita por una adolescencia y una primera juventud alucinada y tumultuosa,  y fragua su carácter atrabiliario (El hombre Bachiller). La segunda parte (El hombre galán) son sus cuitas amorosas, sus reservas contra el amor romántico y su odio furibundo contra Petrarca hasta que se convierte de forma sobrevenida en padre putativo por partida doble, que da paso a la tercera parte, El hombre Padre (pag 177).

En la cuarta (El hombre furioso), ya hombre cuajado y refractario a las cosas del mundo —muy en especial a la pujanza de la tecnología y a su constante intromisión en el espacio privado  y al contexto político delirante de la Carpetovetonia de los últimos 40 ó 50 años, aunque sin marcas de tiempo ni espacio claras—, Tertuliano vive lo cotidiano como una brega diaria contra el Mal. Carpetovetonia, es, evidentemente, un trasunto de España.

Entre la lucidez, la torpeza y la alucinación, mira su realidad como en un espejo deformante, donde la galería de personajes que le salen al encuentro se le antoja como un desfile de animales salidos de un bestiario medieval. Hombre con y sin atributos, según el caso, a veces está persuadido de que un malvado Genio Maligno (que toma la forma difusa de un corrector de textos, de un móvil con geolocalizador, de un programa de telerrealidad, de teorías de conspiranoia, de libros de autoayuda) le tiene ojeriza; y otras está convencido de que la vida es un cuento contado por un idiota lleno de ruido y de furia que no significa nada. Formado intelectual y sentimentalmente en la épica, su vida es un contraste entre las altas aspiraciones de las potencias de su alma, que él se encarga de atesorar intactas desde la adolescencia, y su realidad adulta como sucia o imbécil, especialmente la laboral.

Otro de los ejes (podrían ser incluso una parte en sí misma, pero la mayor parte ha quedado fuera de este manuscrito que les envío) que vertebran la novela son las Ideomaquias, los formidables pulsos intelectuales que Tertuliano, insomne crónico, libra con la tradición en la alta noche. En la idea de que, si Virgilio plagió sin reparos a Homero (algo que la poética imitativa del momento permitía hacer) y hoy se los percibe como pares aunque los separaran siete siglos, dentro de poco tiempo, y más en la era digital, nadie notará la diferencia si él interviene en los diálogos platónicos con la ventaja que los siglos le dan en materia de genética o neurociencia, y así pasar a convertirse en el más alto litigante de la tradición, por encima de Fedro o Sócrates.

La quinta parte, El hombre purificado, es la última parada del camino de perfección de  Tertuliano antes de la catarsis final.

La edición en papel todavía no está disponible. Actualmente se está estudiando la posibilidad de sacar un Ebook si el número de solicitudes es suficiente.

El autor.

Daniel Fuentes Casado. Me matriculé en literatura en Berlín para por fin vivir lo que había leído. El cabrón de Hegel me hizo despertar del sueño dogmático del Idealismo, así que me tuve que ir a Granada a desintoxicarme del Espíritu Absoluto y del germánico yugo. Allí conocí a mis compañer@s de las armas y las letras, queridísim@s cuates de Letra Clara y Letra Turbia, que vivían como los detectives salvajes de Bolaño. Nos hicimos cargo de la revista Letra Clara, a la que sin querer dimos la puntilla. Una vez llegamos a las manos por una sola coma con otra revista literaria.

Como hasta hace poco no había Internet en casa, en esos años todavía se leía.
Antes de que cambiara definitivamente la pauta de lectura, aproveché el fin de época para escribir o garrapatear bastante. Entre otras cosas esta novela que ahora tienes entre manos, querido/a lector/a, animado más incluso por el prestigio de rechazar premios que por el de ganarlos. Publiqué poco, y eso lo estoy intentando corregir ahora.

Aunque juro sin cinismo que siempre admiraré a los escritores que no escriben, todavía hoy sobrevivo como una fiera letraherida. Amenazo con próximas publicaciones de materiales inéditos. Date, querido/a lector/a, por amenazado/a. Y ya sabes: el que avisa, no es traductor.

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