Viajes y libros

‘Un día más en la muerte de Estados Unidos’, de Gary Younge

Un día más en la muerte de Estados Unidos

Gary Younge

Traducción de María Luisa rodríguez Tapia

Libros del K.O.

Madrid, 2020

360 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

“Por lo demás, es como si cada muerte se hubiera producido en un aislamiento impotente y desesperado: una tragedia privada y separada en cada caso”. Así lo expresa Gary Younge (Hertfordshire, 1969) en el epílogo de un libro que es mucho más que una crónica sobre las muertes de niños y jóvenes en Estados Unidos. Younge parte de un día cogido al azar y destroza, con una pasión sin violencia, con un pulso contemplativo, las horas que vivimos con la narración de los diez episodios de asesinatos de gente que murió mucho antes de su hora, y por armas de fuego, en Estados Unidos. Decimos narración y comentemos un error, pues en cada uno de los episodios se centra en diferentes aportaciones al estudio del terror, un terror que expone con la justa gravedad como para que podamos encararlo sin que nos derribe: en un capítulo relatará la vida previa del muchacho, mostrándonos cómo de grave es cercenarla; en otro se dirigirá hacia un estudio psicológico sobre el duelo y los habitantes de esos duelos que no deberían suceder; a continuación puede estar centrándose en estudios sociológicos, o psicosociológicos, con una intención divulgativa tan bien expresada que serviría para que en las escuelas de periodismo se supiera cómo integrar el humanismo en la crónica; más tarde nos llevará a contextos políticos, siempre que entendamos la política como la forma de gobernar la polis y las consecuencias de ésta sobre los ciudadanos. Y así jamás tendremos la sensación de que repite estrategia de contacto con el lector, pero siempre sabremos que estamos frente a un gajo del fruto del terror, pues las muertes juveniles bajo fuego en Estados Unidos superan las dos mil al año, exactamente 2.462 el año pasado.

Younge intenta evitar el debate que surge cada vez que estas se producen en masa bajo un único atacante, que es el relativo a la posesión y venta de armas. Pero su anhelo de suprimirlas se lee entre líneas constantemente: “No es posible legislar sobre el sentido común y la decencia”, terminará por afirmar. El tema le resulta inabordable, como lanzar semillas a la superficie lunar. No así los encuentros con las familias, excepto en uno de los casos, un episodio más corto, tanto como para resultar impactante por el silencio. No rehúye del contexto de raza y pobreza, pero se significa en el individuo, en la impresión de que cada tragedia es única e individual, en la dimensión del hombre y no en la de las estadísticas. Estremece la falta de objeto y de fin que tienen estas muertes sin enemigo, en una guerra “de la que confiaban en mantener a salvo (a sus hijos), gracias a la suerte, la sensatez la disciplina y la prudencia”. Se tratará de una guerra en la que carecemos de compañeros, de tribu, de gente que pueda compartir con nosotros el dolor, una guerra que se libra a solas, que nos remite al espanto de la soledad. Y el estudio de la soledad pertenece al ámbito de la psiquiatría, la psicología, la sociología, la antropología, la filosofía, la historia, la filología y, ¿por qué no?, el periodismo. Con toda esa carga Younge nos ofrece un proyecto cuyo triunfo no deja de ser una derrota de la humanidad: “La gente tiene que asumir su responsabilidad personal por lo que hace y vivir con las consecuencias. Pero las sociedades deben asumir la responsabilidad colectiva de lo que hacen y vivir con las consecuencias también”. Y él, que se ha criado en Inglaterra, donde la sociedad todavía valora el bien común, donde se protege a la gente, ha vivido mucho en Estados Unidos, donde se ha propagado, hasta empapar las mentes a conciencia, que el bienestar de la sociedad surgirá del triunfo del individuo, sin mirar las cabezas que debemos pisar, los cadáveres que dejaremos a un lado en la cuneta.

“Durante la mayor parte del tiempo, la distancia cultural de la que disfrutaba siendo británico me sirvió como un barniz que me otorgaba una mezcla de invencibilidad e invisibilidad. No me sentía participante, sino espectador.

Sin embargo, en algún punto del proceso, empecé a sentirme involucrado.”

No es fácil mantener la distancia cuando se habla del niño al que le disparó a bocajarro el padre de su hermano, del adolescente caído mientras paseaba por la calle, del que murió por un descuido de su amiga y la indolencia del padre de la amiga. Younge consigue que veamos reflejado el rumbo de nuestro planeta, de una parte de nuestro planeta que nos sería ajena, tanto como una serie de televisión, de no ser por la humanidad que contiene este libro incatalogable: como crónica es un ensayo, como relato es una novela coral, como literatura es ciudadanía, algo de lo que estamos muy necesitados.

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