‘Tennessee’, de Luis Gusmán
JOSÉ LUIS MUÑOZ.
Lo sustantivo frente al adjetivo. Esto viene a cuento de un pequeño libro de un excelente escritor argentino llamado Luis Gusmán (Buenos Aires, 1944), de quien previamente había leído Villa, novelas muy distintas ambas, tanto por temática como por extensión. Pero en el caso de esa breve novela titulada Tennessee y que la editorial valenciana Contrabando ha editado en España con una muy atractiva portada (un forzudo de los años 20 levantando los brazos sobre fondo amarillo limón) lo de que menos es más cobra una inusitada relevancia.
Villa era una novela sobre un oscuro funcionario obediente que asiste, impávido, a ese ensayo de Isabel Estela Martínez de Perón, con López Rega el Brujo a la cabeza, de lo que luego sería la sanguinaria dictadura argentina. Tennessee gira alrededor de la amistad entre dos forzudos, dos levantadores de pesas con un pasado glorioso (las olimpiadas de Tennesse), que les llevó a luchas de pressing catch y a ser dobles de acción en películas, y un presente desolador. Es novela negra por ambientes y por personajes: los dos amigos nacieron para ser perdedores. Y hay una mujer, una chica que ejerce la prostitución, que hace creer a ambos que la hija que tuvo fue de ellos.
Luis Gusmán, a quien tuve el gusto de leer y, hace unos días, conocer en persona, estuvo hablando en su presentación del libro en una librería de Barcelona llamada Lata peinada (en homenaje a una novela de Ricardo Zelarayán) sobre su obsesión podadora. En esa presentación yo dije que realmente Tennesse podía perfectamente tener 400 páginas sin que ninguna de ellas cayera, que una de las cosas que más me habían llamado la atención de esa novela tan espléndida como corta que no llegaba a las 140 páginas, era su concisión, el fraseado breve, su lenguaje destilado, la huida constante del adjetivo para centrarse en lo sustantivo.
Destacó Manuel Turuégano, quien tiene esa magnífica editorial llamada Contrabando y la dirige con valentía, que la anterior edición argentina de Tennessee tenía cuarenta páginas más que esta española que habían caído por la obsesión con la tijera del autor de Villa. Me llamó mucho la atención, porque no es habitual, que un autor vuelva sobre un libro ya publicado (yo sencillamente lo olvido, ya no es mío, no me atrevo a actuar sobre él porque seguramente lo cambiaría de principio a fin), pero Luis Gusmán en eso es obsesivo y vuelve una y otra vez sobre lo que ya ha publicado para hacer una destilación de su propio texto y jibarizarlo.
Si antes, cuando empecé a escribir, me gustaba la ampulosidad en la literatura, ahora, que ya estoy en la madurez, disfruto de los textos desnudos de adjetivos y repletos de sustantivos, de un Thomas Bernard o un Alfons Cervera, por poner a un autor extranjero y a uno nacional que huyen de los adjetivos, y por el fraseado corto como el de Luis Gusmán. Hay una expresión de mi admirado Juan Marsé que define esa sobreadjetivación: literatura de sonajero.