‘Subterráneo’, de Will Hunt
Subterráneo
Will Hunt
Traducción de Efrén del Valle
Crítica
Barcelona, 2020
282 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
La paradoja conlleva un contenido bipolar. Es extraño que alguien se sienta libre en los lugares clásicos de los mayores encierros, bajo tierra, pero existe quien practica la agorafobia hasta extremos insospechados. Durante la guerra de Vietnam, pueblos enteros cavaron ciudades con tal inmediatez, que apenas se puede nadie desplazar a través de unos túneles que suplían a lo que debería ser los pasillos del hogar. Pero allí dentro la gente se sabía segura, creía que tenían más probabilidades de conservar la vida, y si uno no está vivo, sobra decirlo, es imposible sentirse libre. Bajo tierra está el supuesto infierno de muchas religiones, y bajo tierra es donde uno puede quedarse sin oxígeno.
Sin embargo, Will Hunt pertenece a una estirpe convencida de que excavar es una acción tan natural en los niños como lo es trepar a los árboles. Convencido de que el sueño de la seguridad iguala al de volar, Hunt nos entrega un excelente libro de viajes para el que deberíamos crear una serie de nuevos conceptos a la hora de catalogarlo: escotadifilia -del griego skotádi, oscuridad-, kryfilia -del griego kryfí, oculto-, o, sencillamente, amor por la oscuridad y amor por lo oculto.
“Una vez, paseando por la Toscana, Leonardo da Vinci recorrió una zona rocosa y encontró la entrada a una cueva. Al situarse a la sombra del umbral, notó una brisa fresca en la cara y, contemplando la oscuridad, sintió que se hallaba en un impasse. “Afloraron en mí dos emociones contrarias”, escribiría más tarde. “Miedo y deseo: miedo de la caverna amenazante y oscura y deseo de ver si contenía cosas maravillosas”
Si exponer la tentación de da Vinci ayuda a entender el espíritu de este libro y, mayormente, el de quienes lo crean con sus viajes al interior de la Tierra, Hunt llega a aclararnos, sin aristas, de dónde nace su impulso: “Bajamos para ver lo invisible; vamos en busca de una iluminación que solo podemos encontrar en la oscuridad”. Dicho y hecho: ver lo invisible y buscar luz donde no llegan los rayos de sol. Es paradoja y es bipolar. Pero en lo que atañe al lector, da pie a un libro lleno de anécdotas, datos y hasta una dosis imprescindible de sabiduría, la que da la curiosidad y la que da la búsqueda de la calma.
Hunt nos lleva de viaje a través de minas, hombres topo, refugios, el metro, catacumbas, cuevas prehistóricas, cenotes y mitos. Visitamos Nueva York, París, Potosí, una Songline australiana, Capadocia o Belice. Nos muestra que no existe otra aventura que no sea la curiosidad y que ésta se proyecta en la naturaleza, sí, pero también en las creaciones del hombre, especialmente si no son muy recientes, especialmente si han acumulado memoria. Para Hunt lo telúrico es el cosmos, los inframundos son fuente de inspiración creativa, lugares casi imaginarios. Su estilo no puede ser más divulgativo y nos guía, como Hermes guiaba a las almas para llegar al reino de Hades. Es capaz de encontrar horizontes, más allá de la realidad, en el subsuelo. Y, en ocasiones, hasta la paz de la meditación:
“Habíamos sentido una intensa ansiedad y miedo. Pero, debajo de eso, en un canal más oscuro de la mente, habíamos encontrado momentos de calma lúcida en los cuales nos elevamos fugazmente por encima de nosotros”.