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Pere Cervantes presenta ‘El chico de las bobinas’

REDACCIÓN.

La falta de un brazo apenas estorba a Nil Roig, ni siquiera repara en ello. Eso no le impide al chico coger con firmeza el manillar de su bicicleta y pedalear veloz de un cine a otro. Acarrea las bobinas de aquellas inolvidables películas que se exhibían en las interminables sesiones de cine de barrio precedidas por el  NO-DO. Ese es su trabajo y el muñón es lo de menos. Quizá porque las más dolorosas mutilaciones provocadas por la aviación italiana sean internas y no visibles. La ausencia de su hermana pequeña, muerta en un bombardeo junto a la mejor amiga de su madre, Soledad Riera. O la ausencia también de su padre, David Roig, que ha huido a Francia en 1939 y se ha hecho maqui, del que no sabe si algún día volverá a ver.

En 1945, el día de su decimotercer cumpleaños, su madre Soledad, en complicidad con el proyeccionista Bernardo buen amigo del muchacho, le regala la cinta de El gran dictador de Chaplin. Pero Nil apenas puede disfrutar de esa efímera felicidad, porque un hombre agoniza en el portal de su casa en el Poble-Sec. Antes de morir el desconocido pronuncia el nombre de su padre y le entrega un misterioso cromo de un famoso actor de cine de la época, Blas Vaccaro, apodado Blas Montjuïc. Como si fuera poco, Nil consigue ver a la distancia el rostro de quien probablemente sea el asesino. Un hombre extranjero al que identifica con el rostro del actor Joseph Cotten, un villano de película, que con un gesto le amenaza con cortarle en cuello si cuenta una sola palabra.

No tarda en entrar en escena Víctor Valiente, un despiadado inspector de la Brigada Político-Social, la policía secreta del franquismo. Valiente, junto a su cruel ayudante el agente Espinosa, parece tener una motivación personal extra para resolver el caso. Pero no para encontrar al asesino que se parece al actor Joseph Cotten, un exagente de la Gestapo dedicado en la ciudad al tráfico internacional de arte fruto del expolio nazi; sino que el policía más bien se empecina en localizar, interrogar y torturar a todos aquellos que tuvieron algún contacto con la víctima. Un ciudadano francés de apellido Bernier que tal vez funcione de enlace entre los conspiradores republicanos y la resistencia francesa al otro lado de los Pirineos, los maquis liderados por Ramón Vila Capdevila, el legendario anarcosindicalista apodadoCaracremada.

A partir de allí se desata un apasionante thriller a tres bandas en el que intervienen por un lado la brutal represión del corrupto régimen franquista. Por el otro, la red de espionaje de exagentes de la Gestapo que, en complicidad con el régimen, se encarga de tanto de ocultar a jerarcas nazis en busca y captura por los Aliados tras el final de la Segunda Guerra, como de traficar con el expolio artístico nazi. Y en tercer lugar, la red clandestina de la resistencia republicana, los maquis a un lado y otro de la frontera francesa, que aún siguen combatiendo por la libertad. Y todos ellos persiguen, de algún modo, el misterioso cromo en poder de Nil, el chico de las bobinas que no cejará hasta desvelar el secreto que encierra esa pequeña estampa publicada por la histórica Editorial Bruguera.

Pere Cervantes construye una lograda y conmovedora epopeya narrativa. Una obra que conjuga a partes iguales el ritmo trepidante de la novela de misterio o el thrillerde espionaje a finales de la Segunda Guerra mundial, la reconstrucción histórica de una Barcelona, implacable y cruel para los derrotados de la Guerra Civil y, a la vez, la enternecedora novela de aprendizaje en torno a un chiquillo mutilado apasionado por el cine, superviviente de una guerra, que se hace muchacho en tiempos oscuros de violencia y privaciones, pero que está dispuesto a todo por alcanzar un sueño. No en vano Pere Cervantes organiza la trama en cuatro partes, ubicadas temporalmente en los años 1945, 1947 y 1949, a medida que Nil Roig se hace mayor, para acabar la última parte, a la manera de un breve colofón de la historia, ubicada en un luminoso y entrañable futuro cercano

El chico de las bobinas es todo eso, pero también un canto de amor y gratitud al séptimo arte, en su versión más próxima y modesta. Un homenaje a aquellas salas de barrio que dieron refugio y cobijaron los sueños de infancia y primera juventud a toda una generación de hombres y mujeres que padecieron la dura posguerra. No en vano, en los agradecimientos, el autor le dedica la obra a Juan Marsé, y confiesa su deuda con el maestro.

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