Akiko Yosano en Tokio
Por Antonio Costa Gómez. En Hiperión apareció la antología Pelo revuelto. El título significa mucho. En Japón la llaman “poeta de la pasión”. Akiko Yosano revolucionó la poesía japonesa a principios del siglo XX. Esa rebelde se saltó las rigideces clásicas, defendió la libertad de la mujer, cantó el amor hondo con versos rupturistas.
Le pedía pasión a quien la amara:
De los innumerables escalones
que conducen a mi corazón
él subió tan sólo
quizás dos o tres.
Pedía al amante que se atreviera, que subiera todas las escaleras y llegase a lo más íntimo. Que se dejara de mediocridades.
En 2006 pasé unos días en Tokio y me acordé de ella. Una tía mía me regaló unos euros y no supe hacer nada mejor que visitar el fascinante Japón de la rigidez y el romanticismo soterrado, de las ciudades galácticas y la naturaleza exquisita. Me alojaba en la estación central de Tokio. Yosano vivió allí muy cerca, al otro lado de los Jardines Imperiales, en el barrio Chiyoda.
En un poema hablaba de entrar en los sueños de alguien:
Puedo entregarme a ella
en sus sueños
murmurándole sus propios poemas
al oído
mientras duerme a mi lado.
Estar dormido junto a alguien en la noche es entrar en su fervor y su apasionamiento. En otro poema la nostalgia llega con la noche y en ella se asoma todo cuanto anhela: “¿Será porque siempre anhelas, corazón, / que siempre enciendo una lámpara / en el naranja del ocaso?”. El anhelo, igual que en Cernuda, es una pregunta cuya respuesta nadie sabe, traza un territorio sin límites. Pero, de pronto, en la noche se desata el prodigio apasionado:
Viniste al fin, y por eso
dejé ir a las libélulas
que conservaba cautivas
entre mis cinco dedos
este atardecer de otoño.