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Reseña de «Sin saber qué te espera», de Jesús Aparicio González.

Por Jesús Cárdenas. De lo cotidiano a lo insólito.

Contemplar el picoteo de un ave, escuchar el trabajo de las hormigas, prestar atención al agua y al roce del aire son algunas de las tareas de las que se ocupa Jesús Aparicio González antes de que el pensamiento le induzca a rellenar la página en blanco. Tras la antología Huellas de gorrión (2017) y La sombra del zapato (2018), ambos libros publicados en Ars Poética, sigue reconstruyendo un espacio para la memoria y que albergue la celebración de nuestro día a día en hondo canto, ahora con motivo de la presentación de un nuevo poemario, Sin saber qué te espera (Ars Poética, 2019).

Como puede verse en sus libros anteriores, domina un elemento en su poética: el hecho de capturar el instante en un tiempo y un espacio determinados. Ese instante deja de ser doméstico porque trasciende al lenguaje de las emociones, esto es, se universaliza. Se trata de profundizar en lo más adentro hasta encontrar el verdadero sentido de las cosas, el poder atemporal de la naturaleza frente al fluir finito del ser: «Lo que pasa en el tiempo en que se está / despertando un poema». El anclaje a la tierra más que una decisión es un proceso natural, manifiesto en varios poemas, entre los que cabe mencionar «Poética»: «Esa mano que escribe / sobre la arena, / […] no engañará a la muerte».

La poesía del briocense continúa la línea contemplativa-reflexiva de carácter hondo y tono melancólico que viene practicándose desde aquel lejano Con distinta agua (2002), sometiendo sus versos al cuidado del artesano, a la poda del jardinero. Las preocupaciones del sujeto lírico son ahora más hondas pero se sienten y expresan más cercanas, con la naturalidad de Fray Luis de León o el tratamiento del tiempo machadiano.

El título del poemario aparece inmerso, como si de un juego textual se tratase, en el poema titulado «Un sueño blando», donde la voz desecha el sueño en busca de lo real, de lo que puede verse, del anclaje espacio-temporal; sin embargo, se permite el vuelo de la fantasía:

aceptas ese sueño que te llega

blandamente y dejas caer los párpados

rendido a la vida que conduce

al olvido, sin saber qué te espera.

En un conjunto de 61 poemas al que le sigue el «Epílogo tras una despedida», un breve apartado conformado por cuatro poemas, de gran intensidad emocional, que trata sobre la enfermedad y posterior muerte de su padre, Jesús Aparicio dota de unidad temática el volumen: amar de manera sencilla los elementos naturales, sembrar semillas que nos aten ante la ventisca del paso del tiempo. Se ocupa de meditar y comunicar las relaciones inestables del sujeto con el fluir del tiempo. Sin embargo, la poesía de Aparicio González se colma del gozo de ser.

En este poemario el lector no encontrará tensiones sino antes bien contrapesos: el ser convive en comunión con la naturaleza, como se desprende de la lectura de varios poemas («Gratis», «Calor», «Luz», «Metamorfosis de la libertad» o «La sangre de las flores»). El enlace entre un símbolo de la naturaleza y la poesía es recurrente en la obra de Aparicio González. La voz trata de captar el instante y se nos aparece mágico: la semilla arrojada en la tierra, el canto o el vuelo de un ave, el trabajo de las hormigas…

Nosotros, los receptores, recibimos del poeta humildad, conocimiento y paz, un camino de perfección interior, y, al mismo tiempo, nos colma de paz y calma al modo de las composiciones japonesas, como apreciamos en «De lo más pequeño»:

Una mota de polvo

en su insignificante quietud

es presagio y semilla

de una constelación de voluntades.

Un escritor que sabe asimilar despacio y profundamente la realidad, en una actitud ética que nos conduce a Valente y a Paz, como leemos en «Piedra al agua»:«Espera ahora / a calmarte y espera». La esperanza aumenta la visión optimista y celebratoria de la vida, ilusión que proyecta en una planta, así se desprende de la recreación del conocido poema de Antonio Machado: «Han de brotar de nuevo / hojas verdes al árbol / de ojos eternos».

La paciencia, la lentitud, la constancia y la introspección son cualidades de la poesía de Sin saber qué te espera, como se nos muestra en uno de tantos poemas magníficos que contiene este libro, «Tierra preparada»:

Esta cuartilla en blanco

sabe su condición

de tierra preparada

para la lluvia.

Y yo, en el poema que aún no leo,

espero ver mi rostro,

 

La escritura se convierte en una forma de conocer su entorno y conocerse, y también en un medio de escapar de la dura cotidianidad. El núcleo del proceso creador radica en la necesidad de que el sujeto salga de casa, en caminar para descubrir las revelaciones del mundo en la naturaleza, descalzado o acaso con unas alpargatas: «sal al camino / calzado con zapatos / de vagabundo». Entonces, la realidad suele traer envuelta varias capas, a veces en forma de aventura, «con el canto que enseña / que hay dentro un pan oculto». De nuevo, podemos encontrarlo en el poema «Cine al amanecer»: «Las diarias rutinas / esconden / […] el germen de la sorpresa».

En el último tramo del libro el lector se encuentra en el caminar no siempre amable, especialmente deja de serlo, con la ausencia de un familiar querido, al que el sujeto echa de menos. Como homenaje al padre, los versos se hacen manriqueños, puros y honestos, profundos y doloridos: «Flujo de tempestades / ya pasadas / que van a dar a la mar».

En el estilo Jesús Aparicio prefiere los metros cortos imparisílabos (heptasílabos y pentasílabos) sobre los largos, aunque tampoco rehúye los poemas en endecasílabos, como «Hoyos de un viejo patio». En este poemario resulta novedoso la alternancia de las composiciones en verso libre con otras rimadas al modo de los romances («Poética», «Un mínimo cantar», «Pequeños deseos»); o aquellas otras que siguen el esquema de las soleares («Pequeño inventario», «Canción para el 1 de noviembre»). El autor de Huellas de gorrión sigue siendo proclive a rematar con un haiku algunas de sus composiciones. Baste como ejemplo la conclusión del poema «Fragmentos de escarcha»: «Un vaso roto / conserva en la memoria / la frescura del agua». O este otro, «Cielo habitado»: «En nuestro cielo / bandada de gorriones. / Alas de lluvia».

Las imágenes son ricas y ciertas, así como el empleo de otros recursos expresivos, entre los que destacan los que producen musicalidad en el texto (repeticiones léxicas, aliteraciones, anáforas, duplicaciones, versos bimembres…), también los que enriquecen la realidad abarrotando la palabra de connotaciones que tan pronto nos llevan a un medio rural bucólico como nos sumerge en el medio mágico de la palabra. Preste atención el lector a los sonidos que se recrean en un ramillete de poemas, «De frente en la tormenta» o en «Grullas volando».

Pero si hubiese que quedarse con una singularidad del estilo de Aparicio, podríamos nombrar el mecanismo de la sugerencia, donde alcanza categoría artística la forma de decir tanto en pocas palabras. Su voz ha ganado en recreaciones del ser: las anécdotas trascienden lo cotidiano, porque desde el interior del poeta llegan hondo al ánimo de los lectores. En favor de la sobriedad expresiva el poeta sugiere más de lo que escribe, así funciona el poema «Palabras»: «Soy hombre de palabra. / Muchas no. / Una y labrarla».

Jesús Aparicio González consigue en Sin saber qué te espera que el lector vaya de lo cotidiano y visible a lo insólito y mágico y a la poesía de forma natural. Seguramente hallará esa calma que en muchos momentos necesitamos.

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