Japón en el horizonte del año 1600
Por Jorge Mur.
A pesar de su corta duración, desde 1573 a 1603, el periodo Azuchi-Momoyama (o, simplemente, Momoyama) es clave por cuestiones artísticas y, sobre todo, históricas, ya que durante estos años se logra unificar y pacificar Japón. El periodo abarca el mandato de dos líderes militares, el de Oda Nobunaga y el de su sucesor, Toyotomi Hideyoshi; y su denominación proviene de la fusión del nombre del castillo que cada cual erigió: el castillo de Azuchi en el caso de Oda Nobunaga, y el de Fushimi-Momoyama por parte de Toyotomi Hideyosi. Habrá, además, un tercer personaje importante en este periodo, Tokugawa Ieyasu, quien tras la Batalla de Sekigahara en 1600 —que ya mencioné en mi anterior post— lograría la unificación del país y un largo periodo de paz y estabilidad; pero se trata de un hito que no habría sido posible sin el impulso previo de los dos líderes arriba citados.
Ambos señores feudales, Nobunaga e Hideyoshi, fueron además unos grandes mecenas de las artes. En este sentido y, siguiendo su deseo de impresionar a todas las partes, es decir, tanto a clanes afines como a sus enemigos, desarrollaron un arte propio que se oponía a la austeridad medieval precedente.
Cabe aclarar, no obstante, que durante el periodo Momoyama las artes contaban con dos focos o vertientes: por un lado estaba la influencia del Budismo Zen, una corriente que abogaba por una nueva belleza más elevada y sobria, alejada de la vistosidad externa y centrada en la simplicidad, naturalidad, caducidad, pobreza, entre otros valores; y, al mismo tiempo, comenzaba a emerger un arte opulento que hacía uso de materiales preciosos y atractivos, un arte ostentoso lleno de color.
Pero, ¿qué hacen Nobunaga e Hideyoshi ante esta disyuntiva?
Deciden tomar una tercera vía. Esto es, no se decantan por una u otra corriente, sino que optan por combinar ambas estéticas, en principio opuestas, para crear un estilo singular que se plasma en las diferentes artes.
Aunque existen ejemplos anteriores, es en esta época, durante el periodo Momoyama, cuando proliferan a velocidad de vértigo los castillos, una tipología arquitectónica poco habitual en el país nipón, y que difiere de los típicos castillos medievales europeos.
En este momento, cada señor feudal tenía en su provincia un castillo fortificado. Solían alzarse en mitad de una llanura como emplazamiento estratégico desde donde controlar todo el territorio, y muchos de ellos fueron el origen de las grandes ciudades japonesas actuales, como es el caso del antiguo castillo Tokugawa de Edo, germen del actual Palacio Imperial de Tokio.
De los numerosos castillos que poblaban Japón en aquel momento, sólo unos pocos han sobrevivido a incendios, terremotos, bombardeos y demás vicisitudes históricas. El más importante de cuantos se conservan es el de Himeji, también conocido como el “Castillo de la Garza Blanca”, o Hakuro-jo, por recordar según la tradición a una garza a punto de emprender el vuelo.
El citado castillo fue construido a mediados del s. XIV y, a pesar de las múltiples restauraciones, mantiene su estructura original, la cual destaca por una planta laberíntica, ya que el camino principal del castillo tiene un trazado en zigzag que comienza de manera amplia pero que se estrecha al avanzar, haciendo muy difícil el acceso a la torre principal. Se cree que este diseño fue realizado durante la presencia de Toyotomi Hideyoshi en el castillo.
Cabe señalar que éste y otros diseños similares no fueron trazados por casualidad, ya que se pretendía que cada castillo fuera único por cuestiones defensivas, es decir, el principal objetivo era confundir al enemigo. Por este mismo motivo, en los castillos encontramos numerosos muros de piedra y fosos, además de distintas aberturas o ventanas diseñadas para arrojar piedras o disparar flechas, así como orificios destinados a las armas de fuego, las cuales fueron introducidas en Japón durante este periodo.
El elemento más emblemático del castillo es la torre central o del homenaje (denominada tenshu kaku), que cuenta con siete plantas, seis elevadas y una subterránea, y se dispone en la zona más protegida del complejo para favorecer su defensa. La principal característica de estas torres es que se asientan sobre amplias bases de piedra que caracterizan al típico castillo japonés. De hecho, durante el periodo anterior, el punto débil de los castillos residía en estos elementos, ya que sus bases solían ser unas simples laderas esculpidas, lo que obligaba a importantes obras de mantenimiento cada pocos años, además de ser incapaces de soportar más de dos o tres pisos de altura.
Otra de las cuestiones fundamentales del periodo Momoyama es el arte Namban, que surge a raíz del primer encuentro entre japoneses y occidentales. A este respecto, la segunda mitad del siglo XVI y el arranque del siglo XVII, ha sido definido muchas veces como el siglo ibérico debido, precisamente, al contacto con españoles y portugueses.
En aquellos años se establecieron dos rutas comerciales con Japón, la portuguesa y la española, que además de estar vinculadas al comercio favorecieron los primeros contactos diplomáticos. Así, en 1584 tuvo lugar la Embajada Tenshô, con los jesuitas por la ruta portuguesa, y en 1614 llegó a la Península Ibérica una delegación japonesa impulsada por el señor feudal de Sendai, conocida como la Embajada Keichô.
Los biombos del arte Namban se componen de seis o más hojas articuladas cuyo bastidor se recubre de una fina capa de laca. La lectura se realiza de izquierda a derecha, y narran la travesía de los portugueses a Japón, así como el posterior desembarco de curas, comerciantes y mercancías. Es decir, representan el inminente encuentro entre dos civilizaciones casi opuestas.
Con la llegada de los portugueses y españoles a Japón se produjo también el primer contacto con el cristianismo. Muy pronto, los jesuitas y otras órdenes religiosas iniciaron la evangelización de los japoneses, pero el cristianismo nunca dejó de ser una religión minoritaria. Poco después, a comienzos del siglo XVII, el cristianismo fue prohibido, un hecho que supuso la desaparición del arte de ese primer encuentro con Occidente: el arte Namban y el arte japonés que representaba a los Namban, a los bárbaros del sur.
De igual modo, también se considera arte Namban a las piezas exportadas a Europa, en especial las cajas o pequeñas arcas para conservar reliquias de santos; cajas negras, lacadas, con incrustaciones de oro y madre perla para su decoración. Estas piezas eran objetos exclusivos que se destinaban a palacios o monasterios reales, y fueron los primeros ejemplos de arte japonés que pasaron a formar parte de las colecciones europeas.
Para saber más:
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GARCÍA GUTIÉRREZ, F., Japón y Occidente. Influencias recíprocas en el arte. Sevilla, Guadalquivir Ediciones, 1990.
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HANE, MIKISO, Breve historia de Japón. Madrid, Alianza Editorial, 2000.
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MITCHELHILL, JENNIFER / GREEN, DAVID, Samurai Castles: History / Architecture / Visitors’ Guides. Tuttle Publishing, 2018.