‘Del océano al cielo’, de Sir Edmund Hilary
ANDRÉS G. MUGLIA.
Quién no conoce a Edmund Hillary, el primero en coronar un viejo anhelo del hombre occidental (que sherpas y otros lugareños de la cordillera del Himalaya no podían comprender) hacer cumbre en el Monte Everest, el pico más alto del mundo. Eso fue en 1953. De allí hasta su muerte, acaecida en 2008, Sir Edmund (la reina lo nombró caballero el mismo año que posó su pie sobre el techo del mundo) estuvo lejos de dormirse en los laureles de la celebridad automática que su proeza le valió. En cambio, vivió, produjo y se involucró en otro puñado de aventuras que lo llevaron a ser, por ejemplo, el primer hombre en haber estado en los dos polos geográficos del planeta.
En 1977, con 58 años y muy lejos de pensar en el retiro, Hillary planeó una aventura, una expedición, una nueva forma de diversión para él y el grupo de amigotes que solían seguirlo en sus temerarias empresas. Se propuso recorrer el río Ganges en lancha. El plan no hubiese tenido mayor relieve, a no ser porque Hillary se proponía hacer su trayecto a contracorriente, desde el delta del río hasta su fuente, 2.500 km adentrándose en la India. El corolario de la expedición lo constituiría, una vez remontado el río sagrado, el escalamiento de las montañas en las cuales ya dentro de los Himalayas nacía el Ganga; como los exploradores comenzaron a llamarlo después de contagiarse de la veneración religiosa que los indios tienen por sus aguas leonadas.
Para tal empresa Hillary mandó a fabricar tres lanchas de propulsión a chorro, con motores similares a un jet-sky sin hélices, que proporcionaban gran potencia y tenían la ventaja de poder navegar con muy poco calado (apenas 7 cm. de agua). Cargó en ellas a sus compañeros de aventuras, mezcla de marineros y montañistas, un equipo completo de filmación, un oficial de enlace indio, y se hizo a la aventura. Del océano al cielo es el libro que Hillary escribió como parte del combo que producía al cabo de cada una de sus correrías: libro + película o documental (la peli online https://www.youtube.com/watch?v=PjWNxoyvUck).
Ignoro si Hillary contó con algún “ayudante” literario para escribir Del oceáno… Vamos, un escritor fantasma. Tengo conocimiento de que publicó alguna obra en colaboración, como la que produjo junto al escritor Desmond Doig a propósito de una excursión al Himalaya en busca del mítico Yeti (!). Por el estilo de Del océano… no parece ser éste el caso. La prosa en la que está escrito el texto es tan fresca, llena de humor, sin pretensiones de literatura ni de elevación poética o filosófica (el paisaje que atravesaban era bastante a propósito para eso), pero a la vez tan didáctica y capaz de reflejar un mundo extraño y fascinante para el occidental; que es difícil pensar que no haya sido el propio Hillary, o por lo menos alguien presente en la expedición, el que haya escrito el libro. Démosle la derecha a Sir Edmund y digamos que Del océano… es un libro fácil y ameno de leer, lleno de detalles y descripciones interesantes, un poco de historia y geografía y contrariamente a lo que pudiese pensarse o anticipar, poco de aventura en una tierra virgen.
Por el contrario, el primer tramo del viaje por río es una larga sucesión de recepciones donde un famoso Hillary (el modo que describe el acoso de los fans se me ocurre sólo comparable a lo que ocurre con Maradona) baja de su lancha al cabo de una jornada donde ha transcurrido horas de diversión y descubrimiento de un río lleno de sorpresas, para recibir el agasajo siempre multitudinario de las diferentes poblaciones, dar autógrafos, ofrecer discursos y ser invitado a ágapes en su honor en las sedes de gobierno; para después descansar en el mejor hotel de la población.
Hillary describe con asombro, estupefacto ante su celebridad, las incontables muestras de cariño y el entusiasmo de los indios que algunas veces llegan al tumulto y a un desborde que pone en peligro y fuga a toda la expedición. De paso cuenta el modo de vida de un pueblo en su mayoría pobre, en violento contraste con las islas de prosperidad de las zonas construidas por los ingleses y el desarrollo de impactantes represas que regulan el caudal de la madre Ganga. Son especialmente interesantes las páginas sobre Calcuta, la ciudad donde esos contrastes se magnifican hasta cotas inimaginables.
Quizás sea oportuno hacer una reflexión acerca de los motivos para realizar ésta o cualquier expedición. El lector aficionado a la literatura de viajes o de exploración está acostumbrado a que las estimulantes aventuras narradas en esos textos, tengan detrás algún tipo de justificación. Esta excusa puede ser geográfica (cartografiar territorios desconocidos) con posible implicaciones políticas o económicas, como en los viajes de tantos exploradores (Colón, Cook, etc). También puede existir una motivación científica, como en las exploraciones de las regiones Árticas y Antárticas; y hasta antropológica. No son incluso extrañas las motivaciones del orden de la primicia o la conquista de un objetivo: el primero en llegar al polo o subir a tal montaña. Pero hay otras exploraciones, viajes, expediciones, sin ambición edificante alguna. Hechas por el único motivo de la aventura, la adrenalina, poner al o los protagonistas en situaciones de riesgo gratuito. La narrada en Del océano… es una de estas últimas.
Tarea (ardua sin dudas) para otro artículo más extenso, la de dilucidar cuáles de todas las exploraciones o arriesgados viajes que sí contaron con una buena excusa detrás, fueron en realidad sendas experiencias encubiertas, aventuras donde la inclusión de científicos de diversas ramas en el contingente de exploradores, no era más que lastre para quienes buscaban financiación con tal de explayarse en estímulos lejanos a la civilización y la rutina. Se me ocurren varios de esos casos.
En ese sentido la experiencia reflejada en Del océano… es completamente sincera. Por momentos el lector tiene la sensación de ser testigo de las correrías de un grupo de adolescentes que buscan pasarla bien. Hillary y compañía se desvían de la ruta trazada, visitan lugares al paso de los que no tenían ninguna noticia anterior, aceleran sus rápidas lanchas poniéndolas a prueba y arriesgando equipo y personal con el sólo objeto de divertirse un rato. Del océano… es una aventura por la aventura misma y es por eso quizás que resulta tan estimulante su lectura.
Si dijimos que la primera parte del libro es una sucesión de trayectos placenteros y recepciones triunfales, la segunda es muy diferente. Cerca de su nacimiento el Ganges irá abundando en complicaciones y rápidos traicioneros que las tres lanchas deberán superar. La aventura, aunque planificada y calculada, estará a la orden del día. En los rápidos más complejos que las embarcaciones superarán a contracorriente, deberán ser descargadas de equipaje y expedicionarios, enfrentarán los peligrosos remolinos ante la presencia de multitudes entusiastas y cámaras de cine.
Llegado un punto, los obstáculos se harán insalvables. Una cascada de dos metros de altura marcará el final de la aventura acuática y el comienzo de la escalada. El cambio de ritmo en la narración, de vertiginosa con las lanchas a superando obstáculos, a reposada en los pasos de los expedicionarios que deciden hacer a pie los cien kilómetros que los separan de la ladera de las montañas; no beneficia demasiado el texto, que se torna algo aburrido. Pero sobre el final de la historia, como si Hillary hubiese advertido que las correrías montañeras no eran tan estimulantes como las fluviales, el mítico neozelandés, el caballero de la reina, cae enfermo a 5.500 metros de altura de un edema pulmonar que pone en jaque no sólo su ascensión al pico del Nar Parbat sino su vida.
Un desesperado rescate sobre una camilla improvisada, con los montañistas arriesgándose en las traicioneras laderas nevadas, y más tarde en helicóptero, reactiva el interés del lector y le da un final a toda orquesta a un libro que declinaba. El hijo de Hillary, Peter y su compañero Murray serán los que finalmente coronen la montaña y pongan epílogo a esta interesante aventura cuyo único fin era recordar que cuando el hombre se propone algo con firmeza, por más que ese algo no tenga ningún sentido edificante, puede conseguirlo.