Entrevista a Ángela Álvarez Sáez, por «Palabra vegetal»
Por Jesús Cárdenas. Algunas palabras viajan al origen, a la raíz, al centro de todo. Para Ángela Álvarez la escritura significa arraigar, mostrar la propia identidad, y lo consigue gracias al entendimiento de la maternidad, interpretada como un concepto trascendente y mágico también. Un discurso donde las palabras sugieren microcosmos pequeños y detallistas. El lector podrá adentrarse en lo desconocido pero también en las aguas de la tradición. Su discurso poético nos remite a una poesía esencial, intensa y polifónica. Es cierto que no cabe toda la realidad, verdad o emoción en una sola imagen, sin embargo cada verso sostiene su universal rítmico, su inventario de imágenes poderosamente singular del que sobresale, el amor. Eliot afirmaba que la poesía no es otra cosa que un lenguaje más cargado de sentido. Un sentido, en el caso de Álvarez Sáez, se aborda desde la lucidez reflexivo y un compromiso ético que mira su alrededor y traspasa los dominios del interior.
Una decena de buenos libros de poemas publicados (Libro de la nieve, Palabra vegetal, La tierra frágil, entre los últimos) atestiguan que Ángela Álvarez Sáez es una poeta de primer orden. Un puñado de poemas deja ver una poeta de corte simbolista, aliento meditativo y de notable talento. Palabra vegetal (Premio Blas de Otero, Devenir, 2018) concluye con un poema que parece inagotable, cerca de doscientos versos. ¿Es inagotable tu poesía?
La poesía es inagotable. Los que nos agotamos somos los que escribimos poesía. En mi caso, a los períodos creativos les ha seguido otro de sequía. Después de publicar mis tres primeros libros en 2006 y 2007 estuve ocho años sin escribir. Ahora en cinco años he publicado siete poemarios y alguno que está por venir. No sé de dónde nace la poesía en mí, sólo sé que a veces fluye sin medida y otras veces se apaga.
Entre los motivos que infunden su obra figuran: la experiencia, la identidad y la conciencia de ser en el mundo junto al hecho de ser mujer, madre y poeta. ¿Te resulta difícil hoy en día en nuestro país conciliar maternidad, trabajo y escritura?
Lo que me resulta más fácil es conciliar la maternidad con la escritura. Desde que fui madre por primera vez en 2014, ha sido el período más creativo que he tenido. La maternidad ha abierto una puerta desconocida en mí y por ella se han escapado ciervos y bosques y casas que han hallado la forma de expresarse en poemas. Escribo mientras amamanto a mi hija pequeña que ahora tiene año y medio. Escribo mientras la mayor de cinco años está pintando. Escribo de noche cuando las niñas se han dormido. En cuanto al trabajo, es necesario compaginarlo con la escritura, porque con la poesía no me da ni para desayunar. ¿Es difícil? Supongo que sería más difícil compaginarlo con una novela, pero la poesía la puedo escribir con el móvil en el metro, en la cola del supermercado o de noche cuando los demás duermen.
En tu poemario la casa puede interpretarse como un símbolo en una doble vertiente, ambas de polo positivo: por un lado, es el lugar donde suceden las cosas importantes, el “vértigo” (p.17) y, por otra, el que conduce al interior (p.19) y al lado más familiar. ¿Contempla Ángela el lugar de la identidad en la poesía?
¿Quiénes somos realmente? Si nos despojamos de los hábitos, de las tradiciones, de los usos, ¿qué queda? No lo sé. Y creo que nadie lo sabe. Pero la poesía ayuda a dar luz sobre la identidad, puede que de una manera parcial, pero ilumina zonas oscuras que nos describen ese algo, ese poso que queda cuando nos hemos despojado de lo demás. La poesía es casa.
En los poemas se produce un diálogo generacional entre la voz de niña y la voz adulta, entre tú y tu hijo, pero también entre tú y tu madre, ¿hasta qué punto está reconstruyendo o alzando su “yo”?
La maternidad te pone frente al espejo de tus padres. Juana Castro lo reflejó perfectamente en estos versos “Y ahora soy tan igual a ti, madre, / que no me reconozco en el cristal / de este retrato tuyo tan presente.” Ser madre hace que dialogues con tu yo de la infancia, es como si se abriera la memoria y vieras a tu yo-niño deambulando ante tus ojos con nitidez. Pero ahora eres tus padres y eso genera una disociación en el yo que abre grietas en la conciencia que tenemos de nosotros mismos. Ahí, a partir de esa grieta, reconstruyes tu memoria, te reconstruyes y alzas como yo autónomo, pero también como yo en el que se refunde una memoria.
Desde la raíz el extrarradio parece una ciudad horrible, más aún cuando se mira desde la inocencia de un bebé, ¿cabría dar esta interpretación tras la lectura del texto que comienza “Esta ciudad desfigurada. Perversa. Llena de nubes..”?
El poema entero gira entorno a la idea del vacío y el desasosiego, la orfandad más descarnada. “Este vacío es un hueco animal que lame y lame a su víctima sin saber que será su último alimento. Este mínimo espacio desde el que te escribo. Como un corderito llamando a su madre desde la tripa del lobo. Esta ciudad desfigurada. Perversa. Llena de nubes. Llena de polvo y jardines. Estas manos que tocan tierra desde su raíz. Esta acidez. Estos ojos que miran.” Los versos que señalas hacen referencia a la mirada de la ciudad con los ojos de la inocencia ya perdida, pero también con los ojos de quien mira hacia el vacío y el horror. Es un poema que no da tregua, ni siquiera las nubes apaciguan el ánimo del mismo.
Pese a toda esa interiorización, vemos que en los poemas se contempla el cielo y la naturaleza, ¿acaso es una manera implícita de proyectar el estado de ánimo o forma parte de la simbología de la obra?
Es cierto que en mis poemas además de la descripción del interior, de la memoria que nos conforma, se contempla el cielo, los árboles, la nieve o la ciudad que nos rodea. Es una forma de ampliar y desbordar el interior hacia el exterior, como una continuidad de lo que ocurre dentro, pero también es una forma de posicionar el yo en contrapunto con el exterior. En mis poemas describo la naturaleza no sólo con su belleza, sino también, y sobre todo, con su violencia. Formamos parte de una naturaleza que es ajena a nosotros. El cielo sigue siendo igual de bello aunque tú hayas sufrido un desengaño. Los almendros siguen floreciendo aunque tú estés de duelo o ya no estés. Mi poesía quiere situarnos en ese mundo violento. En la naturaleza en estado salvaje. Hay muchos bosques y ríos y ciervos en mis poemas, pero también está la ciudad, como casa, como lugar en el que vivimos. Yo escribo la palabra ciudad y la palabra naturaleza para inventar un espacio.
Son varios los poemas que ponen el foco de atención en el valor de las palabras: “Nombramos el vuelo y se convirtió en pájaro” (p.47); en el propio lenguaje: “Que el lenguaje sea casa y abrigo y cueva” (p.27); y en la propia sugerencia evocadora: “Hallar el acorde con el que tatuar el vértigo. No decir. Rodear las palabras” (p.53). Son muchos los poetas que confían en el poder genésico de la escritura. Cabría preguntarse si nuestra poeta sigue pensando que las palabras refundan espacios y pueden terminar en revoluciones.
Para que hubiera una auténtica revolución teniendo como base la poesía, tendríamos que tomarnos en serio las palabras. Y no lo hacemos. Somos pocos los que nos atrevemos a adentrarnos de lleno en el bosque primigenio de palabras. Pocos los que leemos poesía. Pero sí, entiendo la poesía como refundadora de espacios. Muchos de mis poemas tratan sobre el acto de escribir, giran sobre el vértice de las palabras. Escribir, en mí, al igual que leer, es el acto más importante, por eso escribo mucho sobre la escritura como idea.
En tu poética parece vislumbrar que el poema nace de lo oscuro, como en las leyes científicas, pero ¿debe ser lucero y resplandor, o puede regresar al ámbito de lo oscuro?
El poema nace de la sombra y da luz. El poema es resplandor. Pero como todo resplandor enseguida se apaga y vuelve a la sombra. Y lo que creías haber comprendido, lo indecible, vuelve a su espacio de sombra. Pero tú ya no vuelves a ser el mismo, porque algo entre las sombras ha cambiado. Ha sido iluminado y te ha hecho ver. Para eso sirve la poesía, para que comprendamos de una forma ancestral, para que hallemos la naturaleza que hay en nosotros, antes del lenguaje y los usos, pero a través de ese mismo lenguaje construido de una forma diferente que actúa como una llave que abre lo que no se puede nombrar.
Palabra vegetal está conformado por un número redondo sin capítulos: veintitrés poemas, encabezados por un número romano, salvo los tres últimos que lo hacen mediante título. Un bloque homogéneo con textos centelleantes pero reflexivos. ¿Por qué esta estructuración? ¿Conecta con otros poemarios tuyos?
El libro se divide en cuatro partes: Palabra de la tierra, Palabra del cielo, Palabra del fuego y Palabra del mar. Las dos primeras partes son bloques de poemas cortos, en prosa,, que giran sobre la palabra que da nombre al capítulo. Estos poemas son una continuación, en cuanto a su forma, de mi Libro de la Nieve (Premio María del Villar), los dos últimos capítulos se componen de dos poemas largos, forma que luego he continuado en Cabeza de ciervo sobre papel de flores (Premio José Luis Núñez), que se extiende en un largo poema o La casa salvaje (Premio León Felipe) que se compone de cuatro poemas largos sobre el nacimiento, la infancia, el amor y la vejez. En libros anteriores cultivé los poemas más cortos. Es que si no cambio la forma de escribir me aburro. La poesía va evolucionando con los años.
Se habla desde tu libro De conjuros y ofrendas (Polibea, 2015) que tu discurso se centra en una rica acumulación de imágenes y símbolos, pero, por otra parte, tus versos anclan en una realidad referencial muy concreta, ¿cómo justificarías ese equilibrio? ¿Qué camino debería seguir el lector para llegar a la comprensión de lo abstracto?
Cada uno de mis libros es bastante distinto entre sí. Tengo libros más herméticos, entre ellos el que nombras o La tierra más frágil, otro en el que describo de una forma personal los cuadros de Frida Kahlo, La columna rota, también tengo libros sobre la maternidad en los que los símbolos son más asequibles por basarse en emociones que entroncan con la realidad, como La estación de las moras o La casa salvaje. En todos ellos, aunque transformo la realidad en imágenes, las mismas siempre dan vueltas alrededor de un hecho anclado a la tierra. Aunque en mis poemas hay vuelo, a la vez son muy terrenales, se pueden leer en ellos los temas fundamentales como la infancia, la maternidad, el amor, el acto de escribir, el nacimiento, la muerte. Yo no creo que mi poesía sea abstracta, siempre tiene un poso de cuerpo, un poso terrenal. Cualquier lector de poesía, con un mínimo de entrenamiento, puede disfrutar de sus imágenes. Con palabras de T.S. Eliot “La poesía genuina puede comunicar antes de ser entendida”.
La atracción de los lectores es siempre complicada, pero ¿cómo resulta esa relación, a grandes rasgos, en el caso de Ángela?
Pues es una relación complicada. Recuerdo que cuando publiqué La torre de las tortugas en Hiperión, allá por el año 2006, vino mi padre con el periódico en la mano muy contento al ver que el libro estaba entre los diez más leídos de poesía. Ese hecho no me ha vuelto a suceder. Mis lectores son silenciosos, como yo, que soy una escritora silenciosa, no suelo dar recitales ni hacer presentaciones de mis libros. Para que se dé la magia de la poesía es fundamental esa comunión del lector con tu libro, en silencio. Facebook me ha ayudado a salir de mi burbuja y dar a conocer algo más mis libros, al igual que yo he conocido a buenos poetas. Las redes sociales han ampliado mi horizonte, siendo como soy una persona que no se prodiga en los ambientes literarios.
¿Cuál dirías que es el fin último del poemario? ¿Es necesario para la sociedad la poesía?
El fin último del poemario es encontrar un lector y cobrar vida con su lectura. Con cada lector el libro es diferente, porque nadie interpreta la poesía de la misma manera. No hay nada necesario, pero la poesía amplía nuestra conciencia de nosotros mismos y de nosotros en el mundo. La poesía nos lleva a terrenos desconocidos del lenguaje, en una suerte de aventura interior. Creo que sería necesario aprender a leer poesía desde niños. En mi día a día veo muchas personas que no son capaces de leer poesía. Están constreñidos por las paredes estáticas del lenguaje heredado. Son los que te dicen cuando te preguntan que qué escribes: “es que yo no entiendo la poesía”. Si desde pequeños, que es cuando nuestras mentes son más moldeables y flexibles hacia lo desconocido, hubieran leído poesía, disfrutarían y aprenderían de ella.
¿Puedes adelantarnos algunos de los proyectos que tienes en mente?
Este 2020 viene con tres libros debajo del brazo. La Diputación de Sevilla editará mi libro Cabeza de ciervo sobre papel de flores, como recompensa por el Premio José Luis Núñez, organizado por el Ayuntamiento de Espartinas, que gané este verano. Además, voy a publicar otros dos libros de poesía con dos editoriales independientes. Una de las dos editoriales nace con mi libro, por lo que me hace una ilusión especial, pero todavía no puedo desvelar nada. ¿A quién no le haría ilusión ser el primer libro de una editorial que nace con mucho amor y fuerza?
Este año también quiero terminar de pulir un libro que he escrito en 2019, a caballo entre la prosa poética y la narrativa. Con este libro cambiaré de registro. Me da vértigo adentrarme en terreno no conocido, pero a la vez me atrae un cambio.
Por último, podrías dejarnos uno de esos poemas que recitarás próximamente…
El único acto que tengo a la vista es la entrega del premio “José Luis Núñez”, en Espartinas, en fecha aún por confirmar. No tengo ningún recital ni presentación a la vista, pero sí puedo regalaros un poema:
Mamá dice que no debo bajar al río.
Pero no hago caso a mamá. Los hermanos
miran cómo bajo la ladera. Ven mi cuerpo
desaparecer en la culebra. Mamá
me pregunta dónde he estado. La cena
está servida. Esperamos a papá como se espera
una roca. Sube papá por las paredes y nos deja
un alambre como espina dorsal. Mamá no quiere
ver el juego. Los hermanos han vuelto
sus cabezas hacia mí. Me miran con los ojos
de papá. La noche es fría. Unos perros
ladran con los hocicos llenos de culebra.
Mamá no quiere oír el llanto de los hermanos.
Se tapa los oídos mientras papá desaparece
por el desagüe. Me han traído un bebé que
no quería. Mamá no quiere verme. Repto
por el baño hasta los ojos de mamá.
Los gritos de los hermanos suben
como la espuma del detergente
que utiliza mamá para lavar
la vajilla. La abuela ha venido. Mamá
recoge los desechos del baño. La abuela
pasea su larga cola por las habitaciones.
Los hermanos gritan y escupen a la abuela.
Mamá grita y me aparta. La abuela sale.
Yo rezo en el río. Salgo de la culebra.
La culebra expulsa hijos
como una máquina expendedora.
Papá ha vuelto. La abuela ha llamado por teléfono.
Esta noche no hay sitio para la culebra.
Quiero agradecerte Jesús, la lectura del libro. Ha sido un placer esta entrevista en “Culturamas”. Os dejo, aquí, este poema para los lectores de “Culturamas”.
Muchas gracias y abrazos para todos.
Angela , mujer y joven , Hugo, varón y mayor, son las grandes diferencias que tenemos entre coincidencias asombrosas. Como vos siento en escribir la necesidad de buscarme, como vos estudie leyes, que alguna vez escribí. En mi sangre como en la tuya está España y este idioma que me atrapa y desafía y se esconde con una gracia que me fue negada, pero me perturba. La sangre ya la tienen mis hijos de la carne, argentinos. Mis otros hijos, como vos compartis , están en las palabras que los impulsos raros ordenan y desordenan, hasta que alguien las lee y nacen. Como vos soy Álvarez. Y también soy Sáez. Y todo esto tendrá o no que ser algo o nada. Si te llegó la misma intriga, me lo cuentas . Acaso sea una puerta ,te invito. Halvarezsaez@gmail.com.ar
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El placer es mío, gracias por tenerme. «Palabra Vegetal» surge de mi profunda fascinación por la naturaleza connections y mi deseo de explorar la conexión íntima entre las plantas y el lenguaje. Siempre he sentido una especie de simbiosis entre el mundo vegetal y las palabras, como si ambos compartieran un lenguaje secreto que solo los más sensibles pueden percibir.