‘Las palabras y los días’, de Esperanza Ortega
Las palabras y los días
Esperanza Ortega
Páramo
Valladolid, 2020
334 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Uno puede pasarse la vida rondando la idea de que existe un misterio, llamado el enigma de la bondad, sin terminar de recurrir a una certeza. La bondad es algo que, sencillamente, sucede, como el amanecer, como el viento, como las olas, como la lluvia, como la primavera. No hace falta escrutar mucho para darse cuenta, aunque hay una parte de la inteligencia, esa que conocemos como intuición y que no depende tanto de la materia gris como de la memoria del cuerpo, que no dejará de relatar ese viaje hacia la parte bondadosa del alma humana, pues la intriga permanece: al fin y al cabo, lo natural es estremecerse con cada muestra que nos surge en el camino: “Él los consolará, él les transmitirá la alegría de no haber sido abandonados en una isla solitaria”, dice Esperanza Ortega (Palencia, 1953) en una de las columnas que se reúnen en este libro. Ortega se refiere a Robinson Crusoe y a la mirada de Robinson Crusoe sobre su situación, sobre su posible desdicha, sobre su supervivencia, en la que ve una oportunidad de sacar lo mejor de sí mismo. Ortega propone ese tipo de lectura del clásico de Daniel Defoe, pero es la misma propuesta que aplica a cada pequeña lectura sobre diferentes centros de interés, en función del que nutre la columna.
Escritos a lo largo de una de las décadas más agitadas que nos ha tocado vivir, por los sucesos, sí, pero también por el tsunami de información y manipulación informativa sobre los sucesos, el conjunto de textos expone, bien a las claras, quién es esta mujer que se coloca, sin dilación, junto al que sufre. Profesora de educación secundaria, humilde y erudita, tal vez desconozca las leyes, pero no carece de un sentido de la justicia que tiene más de humano que de judicial: “Eso es lo que hacían los héroes, defender a los débiles y compartir con ellos la dicha y el valor de haberse conocido”.
“Es en la pobreza y la insignificancia, incluso en la monstruosidad, donde se oculta lo sagrado”.
Su erudición está, siempre, en función de algo, y ese algo es universal y estrecha los brazos entorno a la bonhomía. No es casualidad ninguna interpretación mitológica ni ninguna cita poética. Esperanza Ortega sabe que las verdades comenzaron a expresarse hace miles de años y que ha sido la poesía, esa virtud de la que carece tanto la historia de la última década, quien mejor las ha reflejado. Se la podrá tachar de idealista, incluso de ingenua, pero el hombre ingenuo, como bien sabían los antiguos romanos, era el hombre libre. De ahí viene ese espíritu a sabiduría que rezuma en los textos. Sí, es cierto que de vez en cuando no puede ocultar su enfado, por ejemplo, pero jamás abandonará la cortesía, que es una cualidad que une la bondad y la inteligencia.
Ortega confiesa intentar permanecer en el ámbito de un objetivismo impasible, aunque se trate de juicios personales. De la paradoja surgen, y es otro de los recursos clásicos para la sabiduría, los pensamientos más interesantes. Las piedras en el estanque pueden ser la corrupción política, los conflictos del mundo árabe, los refugiados, el destino del planeta o cualquier otra convulsión, frente a las que ella mantiene una distancia que baila entre la ilusión y el cariño, con algo de la sal de la maldición sobre la condición humana, la que se opone al enigma de la bondad. El libro se divide en cinco apartados: sobre problemas sociales, sobre el feminismo, sobre problemas de la educación, sobre acontecimientos políticos y glosas de distintas personas. En todos ellos, se puede reconocer la maldad, pero no es ese el centro de la diana hacia el que quiere mirar Ortega. Es a esa idea que expresó Omar Jayyam: “Soy la vela en la fiesta, nada soy si me apago”.
Durante una década Esperanza Ortega publicó sus columnas semanales en las que procuraba dejar una huella de su pensamiento y de sus lecturas sin renunciar a vivir en el mundo. La defensa de la educación pública, la lucha feminista, la denuncia de la corrupción y el homenaje a aquellas personas que hacen la realidad más habitable aparecen ensartados en estos 101 textos de no más de 3.500 caracteres, como testimonio de una década, la que va de 2010 a 2020, presidida por la crisis económica y la corrupción moral y, sin embargo, rica en sucesos dignos de ser comentados. Eso es lo que nos ofrece la lectura de este libro, uno de los mundos de los que hablaba Paul Éluard reescrito por una autora que siempre procuró cobijar el presente bajo la solícita sombra de la poesía.
“Desde mi primera columna hasta la última no cejé en el intento de vincular los sucesos de actualidad con un texto poético, bien integrando los versos en el discurso, bien relacionando el sentido de una obra literaria con el tema central de la columna. Con esta insistencia he querido demostrar que los poetas pertenecen a este mundo, lo que no impide que intenten transformarlo por medio de la palabra. Los poetas, los novelistas, los filósofos, los músicos, los cineastas…, todos aquellos que no se conforman con una interpretación pacata de la realidad. «Hay otros mundos, pero están en este», dijo Paul Éluard, y yo he pretendido humildemente hacer visibles algunos de esos mundos ocultos”. Este fragmento del prólogo resume el sentido de Las palabras y los días como propuesta radical enfrentada a la banalidad que en tantas ocasiones caracteriza el comentario del presente.»