Entrevista a José Luis Morante, por “A punto de ver”
Por Jesús Cárdenas.
Los recuerdos son tamizados por el cedazo de la nostalgia: pesa mucho aquello que ha desaparecido. El poeta canta lo que se pierde. Sigue la estela del haiku pero se aparta de los convencionalismos: del paso del tiempo, la referencia al paso de las estaciones representado en lo que los japoneses llaman Kigo, produce nostalgia y dolor porque el sujeto poético es consciente de que las cosas han cambiado, provocando un tono de tristeza (conocido con el nombre de aware), desconsolador y elegíaco de sesgo senequista; consciente de que indaga en la raíz más profunda de lo vivido; también enriquece la tradición con la incorporación de la emoción del yo. Se trata de una poética de contención expresiva, sobria, una poética del recogimiento. Oculta una postura nihilista, de vacío ante el precipicio de la realidad. Entre la poesía y la existencia tan sólo se encuentra el tiempo, del que surgen los poemas donde vibra cada palabra reconstruyendo nuestro mundo. Pero no sólo de haikus se compone A punto de ver (Polibea, 2019), el último libro de José Luis Morante.
Después de la publicación de la antología Pulsaciones (Takara, 2017) que recogía una selección personal de toda tu trayectoria poética, nos ofreces este centenar de haikus escritos en los últimos años. Es novedoso como aportación a tu trayectoria poética. ¿Por qué escribir en esta forma japonesa, José Luis? ¿Era el cauce más adecuado donde verter tu emoción?
Empecé a escribir haikus en la primera década del 2000; salieron entonces dos pequeñas publicaciones, Pateras (Santander, 2005) y Nubes (Málaga, 2013); por tanto había utilizado la estrofa con cierta frecuencia, aunque opté por no publicar en antologías al pensar que mi forma de entender el haiku se alejaba de la configuración tradicional. Mis haikus vislumbraban lo social y hacen de la denuncia un activo argumental. Esta vez, en los haikus de A punto de ver la estrofa ha estado conviviendo conmigo casi cinco años. Y halló en el trébol versal una puerta activa, una maduración pautada.
He leído algunos de tus haikus donde el yo impregna el verso. Muestra de ello es el delicioso “El yo y el otro”: “En el espejo / con sutil acritud, / reproches mutuos”. Además, te reafirmas en uno de los aforismos del epílogo: “No me parece agotado el concepto de poesía estacional; pero es una cualidad compatible con la adhesión del haiku a las causas del corazón”. Según algunos críticos (Rodríguez Izquierdo-Gavala, Fernando y Haya Segovia, Vicente), el haiku no debe contener la personalidad del autor, ¿supongo que a tenor de lo escrito, no estarás de acuerdo con esa afirmación?
Creo que los dogmas en poesía tienen una vigencia limitada; los trabajos críticos que usted cita son esenciales en la indagación conceptual del haiku en España y merecen todo mi respeto como estudioso y como escritor; sencillamente, los míos exploran otras posibilidades y se guían por otros criterios estéticos; tampoco en la tradición japonesa canónica hay un monolitismo formal y la evolución en el tiempo es evidente. Como sucede siempre, la sociedad japonesa del siglo XVI, jerárquica, feudal y con un fuerte componente religioso, nada tiene que ver con el urbanismo tecnológico y digital del siglo XXI; la poesía tampoco.
Tu labor como crítico literario y tu tarea como estudioso tanto en ediciones como en reseñas, además de mantener un blog actualizado («Puentes de papel»), ¿de dónde saca tiempo José Luis para explayar su creatividad?
Dedico muchas horas diarias a la literatura en todos sus géneros; es cierto que la lectura y la indagación crítica consumen el tramo temporal más dilatado y paso entre libros la mayor parte del día; durante mis años docentes hice lo mismo, así que ahora tras la jubilación prosiguen los hábitos que enraizaron en mí cuando era muy joven. Los libros nunca son intrusos, son los compañeros naturales de mi estar en lo diario.
En los poemas se desprende la contemplación del haijin, pero no sólo de la vista (como se muestra en “Ángelus”: “Despuebla nidos / el metálico son / de la campana”), ¿por qué el esforzarse por captar la imagen empleando todos los sentidos?
La percepción sensorial mantiene un diálogo muy fluido con el pensamiento; ambos son ingredientes activos de la identidad que no limitan aportaciones. Actúan en esa vigilia de sombra y sueño que es la existencia. La contemplación no es la quietud, es el enlace relacional del sujeto con el entorno, la captación de la contingencia para que lo temporal se haga permanente.
En estos poemas se transparenta la palabra, como leemos en el titulado “Primavera”: “Un estornino / picotea la nieve. / Abril regresa”. La sencillez no está reñida con el discurso elaborado, como ya se sabe. Sin embargo, a algunos poetas les he oído decir que resulta un ejercicio demasiado fácil, ¿estás de acuerdo?
Lo complejo es un concepto abstracto que apenas sé cuantificar; el haiku es una herramienta poética que exige, como las demás, estudio, conocimiento del oficio y versos necesarios; es decir, los mismos paramentos que las demás formas literarias. Yo soy un torpe profesional y a mí siempre me cuesta mucho escribir; supongo que hay gente más lúcida e instantánea, capaz de hacer haikus como esas pompas de jabón que los animadores estivales realizan en el paseo marítimo…El prodigio habla distintos idiomas y, reitero, el mío es el estudio y el trabajo, la preparación del surco, el abono y el riego… Y después la espera, para ver si amanece la cosecha.
En varios de los haikus (“Con Bashô”, “Vida laboral”, “Silencio”…) se desprende un modo de mirar irónico, distanciado tal vez, ¿acaso debe plantearse también el haiku desde esa perspectiva irónica?
La ironía propicia una mirada lúdica, acorde con este tiempo de incertidumbre en pie que nos toca vivir; no tengo mucho sentido del humor (mejor dicho, no tengo humor) y una manera de poner distancia afectiva frente al desasosiego es situarse a los pasos justos de la confidencia, para que lo intimista no se haga declamatorio, para que la confidencia no sea la respiración de un único yo; así nace la perspectiva irónica. Que hay que cuidar para que no sea lesiva o sarcástica, para que no mire por encima del hombro.
Puede decirse sin miedo a equivocarnos que estos textos contienen la emoción abreviada. Muestran la tensión lírica de sostener el tiempo con un esquema métrico muy limitado (versos heptasílabos y pentasílabos sin rima), ¿te has visto constreñido por este trazado?
Al contrario, seguir la línea continua de un trazado facilita mucho la conducción; si el haiku pacta un esquema 5/7/ 5 que convierte a un texto de tres versos en un fruto reconocible, la medida no puede ser aleatoria. No se pueden escribir haikus cortitos; la estrofa se convertiría en un supermercado de posibilidades.
Introduces las citas de Bashô y Buson, dos de los más grandes escritores japoneses, ¿incluiríamos entre tus lecturas del mismo género a Kobayashi Issa y a Masaoka Shiki, o algún otro?
Sí, siempre; los maestros japoneses hasta primeros del siglo XX, cuando Tablada propició el paso de la estrofa al ámbito idiomático castellano, a través de los modernistas franceses, necesitamos anclajes fuertes para seguir creando; y el final de siglo ha multiplicado el número de contemporáneos que utilizan la estrofa con solvencia. Hace unos meses, la revista Ínsula publicó un monográfico sobre el haiku, con varios estudios breves y una amplia antología. Y merece la pena conocer esa entrega; en ella se advierte la pujanza que ha cobrado en nuestros días.
Repasando algunos de tus poemas, lo confesional tiene un lugar primordial de tu poética. En este caso la creación del diálogo con uno mismo te ha valido para enunciar lo asumido. ¿Lo entiendes así?
Un poeta venezolano, en una de mis últimas lecturas públicas, me comentó que en mi poesía había un exceso de ensimismamiento y la frase me pareció un principio a tener en cuenta para nuevos libros; sí, hay que cuidar que el recorrido por los laberintos propios no ciegue los itinerarios abiertos, esa caminata que muestra un entorno hecho de formas plurales y estados de luz.
El conjunto de aforismos (págs. 51-61) que le sigue formando un epílogo puede entenderse como tus afirmaciones sobre el género poético. Podría parecer un modo de justificarse al apartarse de los convencionalismos del haiku. ¿Era ése tu deseo?
Qué atinada apreciación; cualquier poética por naturaleza expone un ideario estético; y los aforismos integrados en A punto de ver son mi cuaderno de trabajo sobre los poemas, sus temas, las incertidumbres que generan en mí o las líneas de fuerza que exponen en abierto. Mi trabajo crítico, sostenido durante tres décadas, me ha enseñado que la reflexión, al contrario de lo que se piensa, nunca enfría el tacto del poema; al contrario, muestra la textura de la piel, la densidad de su epidermis.
A punto de ver está compuesto por versos que se dedican al detalle, a lo pequeño, pero si el lector despierta entenderá que, realmente, es lo más grande. En concepto, parece como si el poeta presentase de un modo simple algo tan sumamente complejo como es nuestro alrededor. Pero ¿podría esfumarse ese instante que capta la forma japonesa?
Somos tiempo, la primavera pasa; la temporalidad nos hace y su discurso es siempre diacrónico: los instantes mudan, lo natural evoluciona…, pero este proceso nunca es simple, alumbra matices con una sorprendente celeridad, de esos ojos abiertos ante lo transitorio nace el haiku.
Desde tu perspectiva de crítico, ¿qué cabida encuentra, hoy día, un libro de haikus en la crítica española?
La recepción de cualquier libro de poesía es limitada; cuando se empieza a escribir (en mi caso, hace treinta años) el recibimiento de un libro propio causa cierta preocupación que se va curando con los años; es muy hermoso encontrar lectores y críticos que hacen de nuestras obras un espacio de reflexión y hospitalidad emocional; pero las circunstancias limitan el recorrido: los críticos reciben muchos libros y solo pueden leer algunos; a veces, no los mejores, sino los que imponen los medios de comunicación donde colaboran; así que hay muchos trabajos que quedan levitando en la penumbra, como si nunca salieran al sol. Y eso duele.
¿Cuál dirías que es el fin último del poemario? ¿Es necesario para la sociedad la poesía?
Cuando se publica nuestro libro adquiere un grado de autonomía que permite dedicarnos a otra cosa; seguir con otros proyectos y lecturas, emprender caminos por otros géneros. La finalidad editorial del libro es buscar un mercado que rentabilice su edición. Por lo demás, como sucede con cualquier oficio u ocupación, las metas literarias suelen ser subjetivas y líricas, y el entorno está en otras cosas.
¿Puedes adelantarnos algunos de los proyectos que tienes en mente?
Con mucho gusto; este año 2020 es un tanto especial para mi trabajo; se cumplen tres décadas de escritura y este largo tiempo de páginas abiertas exige un balance; así que saldrán algunos libros que dan fe de vida y que ya se preparan en la imprenta: una antología poética, otra antología de aforismos y un nuevo libro de crítica… Será un placer seguir haciendo que vida y escritura sean espacios complementarios de la identidad.
Por último, ¿podrías dejarnos uno de esos poemas que recitarás próximamente?
Un haiku de A punto de ver que tiene como itinerarios próximos Cáceres, Rivas y Madrid:
Húmedo brilla
el surco removido;
una lombriz.
Quiero agradecer el atinado diálogo, que toca puntos esenciales y no permite el lugar común, Jesús Cárdenas. Ha sido un placer y un verdadero diálogo con la inteligencia, esta entrevista en “Culturamas”. Muchas gracias y abrazos para todos.
Mi gratitud a la revista CULTURAMAS por su incansable apoyo a la poesía; en sus páginas digitales la literatura es siempre mar abierto. Fuerte abrazo y seguimos navegando.