Drácula: biografía no autorizada, del siempre interesante dramaturgo Ramón Paso
Por Ana Riera
Pocas figuras resultan tan atractivas y tan universales como la de Drácula, rey indiscutible de las criaturas malignas en general y de los vampiros en particular. Es tal la fuerza de este mito universal e inmortal, que se remonta al principio de los tiempos, que su figura regresa una y otra vez a través de los libros, el celuloide y, como en esta ocasión, de las tablas teatrales.
El primero en adaptar la novela que Bram Stoker publicó en 1897 –que fue un superventas desde el primer momento convirtiéndola en novela de referencia– fue Hamilton Deane. Su adaptación, con John L. Balderston como coautor, se estrenó en Londres en 1924. Tres años más tarde llegó a Broadway y acto seguido a varias ciudades estadounidenses, entre ellas Nueva York. En España el primero en dirigirla fue Jaime Azpilicueta, en 1978, que se repuso en 2012, en esta ocasión dirigida por Eduardo Bazo y Jorge de Juan. En 2009-2010 Ignacio García May llevó a cabo una nueva adaptación de la novela, que se estrenó en el teatro Valle-Inclán, protagonizada por José Luís Alcobendas.
Y ahora nos llega Drácula: biografía no autorizada, la última aventura del prolífico Ramón Paso, dramaturgo que no deja de sorprendernos con sus propuestas siempre transgresoras, actuales y con un toque gamberro.
Según Bram Stoker (Irlanda, 1847-Londres, 1912), padre literario de la criatura, Drácula murió hace ya muchos lustros, cuando Quincey P. Morris logró atravesarle el corazón con un cuchillo. Durante todos estos años nos hemos conformado con esta versión. Nos ayuda a dormir tranquilos, a pensar que el mal supremo está bajo control. Pero… ¿puede morir alguien que ya está muerto? ¿Tiene eso realmente sentido? Según H.P. Lovecraft, maestro indiscutible en la materia, no.
La escena inicial de esta obra también lo pone en duda. Corre el año 1898. Un disparo resuena en la oscuridad. Luego se oye un gemido ahogado y un grito angustioso. Un foco nos muestra a Drácula abrazando desesperado el cuerpo ya sin vida de una mujer. A varios metros de ellos, el profesor Van Helsing sostiene un arma. Mientras el profesor escapa, Drácula, roto de dolor, jura vengarse del asesino haciéndole sufrir por los siglos de los siglos. Amén.
Éste es el punto de partida de la propuesta de Ramón Paso, que plantea una inquietante pregunta. ¿Acaso Stoker no nos contó toda la verdad en su célebre novela? ¿Qué hay de cierto y qué de falso? ¿Estamos preparados para conocer todo el relato? Es posible que el propio Bram Stoker nos diera la clave de este enigma cuando dijo aquello de que “el verdadero poder de un vampiro reside en que nadie cree en su existencia”.
En cualquier caso, parece que por fin el propio Drácula, cansado tal vez de su propia inmortalidad, está dispuesto a narrarnos su verdadera historia. De su mano viajaremos adelante y atrás, del pasado al presente y de nuevo al pasado, para ir descubriendo nueva información, nuevos datos que nos ayudarán a descubrir toda la verdad de este fascinante personaje.
Así, del 1898 de la escena inicial damos un salto en el tiempo hasta 2020. Estamos en Madrid donde un Drácula convertido en estrella de rock es visitado por una periodista, Anastasia Román, que quiere entrevistarlo para averiguar quién se esconde tras el personaje. La periodista, además, se parece increíblemente a la princesa Drakul, la única mujer a la que realmente ha amado Drácula. Volvemos luego a 1897, al momento en que Jonathan Harker visita a Drácula en su castillo de Valaquia, donde acabará retenido contra su voluntad y seducido y torturado por las tres vampiras insaciables que viven en el castillo. Asistimos también al primer encuentro entre Drácula y Alisande Renfield, a quien el primero convierte en vampiro para tener cerca a alguien con una mente tan brillante como la suya para compartir la eternidad; aunque, sorpresa, según esta versión no autorizada, se trataba de una mujer y no de un hombre.
Viajamos a 1462, concretamente al instante en que la princesa Drakul, tras ser tristemente emparedada, decide rebanarse el cuello delante de su amado, el conde Draculea III, convirtiéndose así con su acto de venganza en la responsable de la aparición de la extraña criatura que conocemos con el nombre de Drácula. Y de nuevo a 1897 para descubrir detalles de la vida de Mina, la novia de Harker, en Londres: su amistad con la bella Lucy; la relación de ésta con sus pretendientes, el terrateniente Quincey P. Morris y el doctor Seward; la extraña enfermedad que aqueja a Lucy, trastocándolos a todos; y la muerte de ésta, que acaba derrotada por su mal, ¿o no? Un incesante ir y venir que va entrelazando presente y pasado hasta reescribir la historia entera.
En el papel principal de esta truculenta historia tenemos a un espléndido Jacobo Dicenta, que parece haberse metido literalmente en la piel de Drácula. Tanto que uno se pregunta si no habría que echarle un vistazo a su cuello, por si una leve marca nos ayuda a comprender por qué consigue interpretar tan acertadamente al NO MUERTO.
Ana Azorín se encarga de dar vida a una entrañable Alisande Renfield, la amiga fiel del conde, una vampira perversa y brillante que lo cuida y lo acompaña, y que aporta un toque cómico e irónico –qué bien se le da hacerlo– a esta singular historia.
Una brillante Inés Kerzan da vida a la princesa Drakul, a Mina y a Anastasia Román, tres personajes separados en el tiempo, pero que en realidad son versiones —o tal vez sería más apropiado decir reencarnaciones— de uno solo que está ligado irremediablemente a la figura de Drácula por toda la eternidad.
Ángela Peirat, por su parte, encandila con su papel de Lucy Westenra, tan dulce e inocente como jovencita casadera, tan ardiente y apasionada cuando es cortejada en sueños por el “no muerto”, y tan maléfica y divertida una vez que se pasa al lado oscuro.
También participan en esta aventura Ainhoa Quintana, Lorena de Orte y Laura de la Isla como las tres crueles y sensuales vampiras del castillo de Valaquia (Ainhoa además hace también de Sara Van Helsing); Juan Carlos Talavera en el papel de Van Helsing; Jordi Millán como Jonathan Harker; David DeGea como Jack Seward y como la sombra de Drácula; y Guillermo López-Acosta como Quincey P. Morris.
La ingeniosa escenografía de María Fernández juega básicamente con dos elementos, uno fijo y otro móvil. El primero es una estructura elevada, a modo de plataforma con dos rampas, por las que suben y bajan los personajes, muchas veces deslizándose como si fuera un tobogán; la segunda, una estructura circular con ruedas que igual sirve para representar la cama de Lucy, que un carruaje, que la cubierta de un barco.
La iluminación de Carlos Alzueta, intimista y sepulcral, juega un papel muy importante, ya que ayuda a crear las distintas atmósferas y a ambientarnos en el mundo de esta singular criatura de ultratumba.
Precioso el vestuario (diseñado por Inés Kerzan y Ángela Peirat), sobre todo el de las tres vampiras y el de la princesa Drakul, y también algunos de los atuendos que lucen Mina y Lucy.
La propuesta de Paso nos muestra a un Drácula que atemoriza y que nos sorprende como de costumbre. Pero que, además, también puede divertirnos y emocionarnos. ¿Acabará triunfando el amor en esta historia llena de pasión y traición? ¿Y en caso de que triunfe, lo hará como esperamos? No olviden que se trata de una biografía no autorizada. Por si acaso, vayan preparados para lo peor. Pero vayan.
Autoría: Bram Stoker, Ramón Paso
Iluminación: Carlos Alzueta
Escenografía: María Fernández
Vestuario: Inés Kerzan y Ángela Peirat
Espacio sonoro: Jorge Muñoz
Asesora de movimiento: Ángela Peirat
Ayudantes de dirección: Blanca Azorín y Ainhoa Quintana
Ayudante de producción: Sandra Pedraz Decker
Diseño gráfico: Ana Azorín
Fotografía: Ramón Paso
Prensa y comunicación: María Díaz
Realización de escenografía: Mambo Decorados S.L.
Producción ejecutiva: PASOAZORÍN TEATRO
Dirección de producción: Inés Kerzan
Dirección: Ramón Paso
Teatro Fernán Gómez. Centro cultural de la villa. Del 9 de enero al 9 de febrero 2020
Un desastre de obra. Dos horas y cuarto de representación sobre actuada, contradicciones e incoherencias en el guion en el mismo minuto y un intento de erotismo que se queda en algo cutre y desagradable. ¿Suspense sexy? Qué risa… Como la que nos entró de lo mala que era. Lo peor: el intento catastrófico de su guionista de reactualizar la historia para situarla en el presente y el trato sexista y la estupidez que se le da a los personajes femeninos. Aunque no sorprende después de descubrir que el señor es el mismo autor de títulos como «La ramera de Babilonia», «Herejía de una musa impía» o «Las mujeres son malas», los cuales gritan «¡misoginia!» a todo pulmón. En definitiva, una obra que cuesta 20€ y que no se merece ni cinco ni el estar 2 horas en la butaca. Mucho mejor haberse ido a tomar una cerveza con los amigos y amigas, como hicieron las personas que se salieron a la mitad de la obra.
Lamento tu disgusto, Beatriz. Pero no te dejes engañar por los títulares: «La ramera de Babilonia» es un formidable espectáculo donde se pone a caer de un burro al judeocristianismo con mujeres protagonistas que reivindican su sexo. Y así es toda la obra de la Compañía PasoAzorín donde tres mujeres son las protagonistas, más invitados.