Julio Llamazares en el Lago Bled
Por Antonio Costa Gómez. Estuve una vez inmensa en el lago Bled, en medio de los Alpes de Eslovenia. Di la vuelta entera al lago mirando la iglesia en la isla, las casas latentes, los castillos, los ríos solitarios y los balnearios. Miré tras la luz de una cerveza mágica la extensión calmada del lago como convirtiendo en leyenda apasionada todos los siglos. Cuando uno llega al lago Bled le hablan de France Preseren, el poeta nacional de Eslovenia, sufrió en este lago por el desdén de su amada Julia, situó ahí un poema sobre un pagano esloveno vencido que ama a una cristiana y ésta le promete su amor en el otro mundo. Pero a mí no me gustan los poetas nacionales sino los poetas solitarios y únicos.
Y me acordé de que en ese lago estuvo una vez, asistiendo a un congreso casi por equivocación, el poeta leonés Julio Llamazares. Y viendo la calma apasionada del lago me acordé de la calma apasionada de sus poemas. Recordé un poema de “Memoria de la nieve”: “Hace ya mucho tiempo que camino hacia el norte, entre zarzas quemadas y pájaros de nieve. / Hace ya mucho tiempo que camino hacia el norte, como un viajero gris perdido entre la nieve”. Y me fascinaron esos versos en aquel lago. Ahora que todo el mundo va al sur para quemarse en masa bajo el sol, él se dirige hacia el norte y la niebla. Ahora que todo el mundo busca el ruido y la estridencia, él busca el silencio y la nieve. Ahora que todo el mundo se asienta en costumbres y convenciones, él camina como un viajero entre la niebla.
Y al llegar a casa, completé el poema y lo puse en el lago que se esconde entre los Alpes: “En el camino del norte, sin embargo, solo mendigos locos me acompañan. / Duermo bajo sus capas en las noches de invierno. / Les digo este relato para ahuyentar el miedo”.