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Ocho lagos rusos

ANDRÉS G. MUGLIA.

Encontré en una mesa de ofertas de una feria el libro Relatos Escogidos de un ignoto (para mí) Konstantín Paustovski. Me llamó la atención la calidad del libro: cosido, encuadernado en tela y con sobrecubierta. Pero lo que más me atrajo la atención fue la editorial: Progreso, y su procedencia, pues el libro está impreso en Moscú. Intrigado por el insólito derrotero que le supuse, empecé a investigar y descubrí que la editorial Progreso había sido fundada en la URSS durante los años ´30 del siglo pasado, con el objetivo de editar autores extranjeros que no estuviesen traducidos al ruso dentro del territorio soviético y difundir los propios al exterior. Progreso, junto con la editorial Mir que editaba textos científicos, llegó a tirar millones de ejemplares traducidos a cincuenta idiomas que se distribuyeron en todo el mundo. 

Paustovski fue uno de los autores elegidos por Progreso. Investigando un poco descubrí que había sido nominado al premio Nobel de literatura en 1965, por lo que no me encontraba como creía ante un desconocido. Naturalmente al principio del libro, prologado por el mismo autor, éste hace una pequeña lamida de botas al régimen: 

“Finalmente quiero insistir en que mi formación como escritor y como hombre ha trascurrido en la época soviética. Mi país, mi pueblo y la sociedad nueva, auténticamente socialista, creada por él son el fin supremo a que he servido, sirvo y serviré con cada palabra escrita”. 

Queda bastante claro, a mí me queda, por qué la URSS editaba y difundía a Paustovski. Por otro lado esto no es nuevo. En época de la Ilustración y antes también era costumbre dedicar los libros al rey, príncipe o mecenas de turno. Y si Maquiavelo dedicó El Príncipe a Lorenzo de Médici, por qué Paustovski no lo iba a dedicar a su amo. Tibia justificación a veces la de la historia y los archivos.

Como sea, Paustovski no se queda en el alago de bienvenida, sino que lo que escribe está atravesado por su ideología. ¿Y qué texto no lo está? Se podría inferir a esta observación. Sus relatos y descripciones, de un estilo romántico que el autor reivindica, contienen constantes referencias a los logros de la revolución. Eliminada esa maleza, nos encontramos con algo más profundo y que, suponemos, llevó a que Progreso difundiera su obra: el amor de Paustovski por Rusia. Y en esto también conviene su prosa para ser difundida, porque ese amor lo llevó a ser un incansable viajero de tierras difíciles de conocer para el occidental e incluso para el propio ruso. 

En su descripción de la región boscosa de Meschora, Paustovski expresa un sentimiento análogo al de otro enamorado de su tierra: Ernest Wiechert, que tan hermosamente habla de la Selva Negra en Bosques y hombres. Es muy del cuño romántico y de estos “neorománticos” tardíos que aparecen en el siglo XX, el amor por el terreno salvaje, la exploración de este terreno y la vida rural exaltada en un estilo bucólico. Por esa exaltación quizás es que el fruto de su obra ha sido tan utilizado por los regímenes totalitarios para exaltar el patriotismo; indirectamente este tipo de textos convienen a esos efectos. En el caso de Wiechert sin embargo, eso no fue suficiente para el régimen nazi, que lo puso en una de sus listas negras y quemó alegremente sus libros. Paustovski por su parte tuvo mejor suerte con el régimen comunista. 

Una de estas descripciones que Paustovski hace de las tierras baldías de la Rusia profunda, es la que motiva este humilde apunte. Cito textual:

“Al oeste del territorio de Meschora, en las llamadas tierras de Boróvaya, hay ocho lagos rodeados de pinos. A ellos no lleva ningún camino ni senda y sólo se puede llegar allí atravesando el bosque con ayuda del mapa y de la brújula. 

Aquellos lagos tienen una peculiaridad muy extraña: cuanto más pequeños son, mayor es su profundidad. La del gran lago Mítinskoe sólo llega a cuatro metros, y en cambio, la del pequeño lago Udiómnoe es de diecisiete”.

Estos dos breves párrafos saltaron a mi mente dotados de una extraña resonancia que no pude comprender al principio. Sin nada fuera de lo común, sin una expresión especialmente veraz ni mucho menos lírica o poética de lo que trataban, motivaron sin embargo algunas reflexiones que a continuación intentaré plasmar.

Antes de estos párrafos Paustovski describe el modo deficiente en que estaba cartografiada la vasta geografía de Meschora. Consigue un viejo mapa donde va constatando que la región ha cambiado o no ha sido recorrida a conciencia por los cartógrafos. Enormes extensiones se encuentran apenas esbozadas y muchas han mutado, incluso los causes de los ríos han variado de emplazamiento. Descartada la ayuda de los lugareños que son especialmente ineptos para dar cualquier referencia que se les pida, Paustovski toma la tarea en sus manos y se dedica a recorrer la zona impulsado sobre todo por su afición a la pesca. En compañía de otros aventureros trasunta los bosques, los pantanos, los humedales de musgo, donde pesca y acampa.

Es de suponer que visitó personalmente los ocho lagos que describe en su frase. Por lo inexacto de los mapas también podemos conjeturar que su hipótesis de que los más vastos eran menos profundos y los más humildes guardaban profundidades vertiginosas, surgió de sus propias exploraciones. Esto es: remar en bote hasta el centro de cada lago y echar una sonda para medir su profundidad. Ocho lagos, ocho sondas echadas al agua, al menos ocho días a uno por lago en el mejor de los casos; seguramente más días. Días soleados o atravesados por el frío y la humedad del bosque, sendas abiertas o descubiertas, probables extravíos en la espesura, anécdotas de encuentros y desencuentros físicos o de temperamento con sus compañeros de viaje. Una pequeña o gran aventura, según se mire o según se escriba, puede adivinarse en esos ocho lagos explorados y medidos por Paustovski.

Pero toda esa exploración, esa vivencia, está condensada por el autor en dos breves párrafos, como una frase que describa fríamente un país o un continente. ¿Qué cielos se habrán fatigado sobre la cabeza de Paustovski y sus compañeros? ¿Cuántos días lluviosos habrán entorpecido sus andanzas? ¿En qué pastizal se habrá internado para orinar? ¿Cuál era el olor de ese pastizal húmedo todavía por el rocío de la madrugada?

Cuántas cosas que se esconden en la literatura, que sólo es un rayo de luz que se multiplica en los prismas de nuestra cabeza. Dos breves párrafos encierran un pedazo de vida palpitante para el que lo pueda ver. Paustovski ya descansa bajo la tierra rusa o de otra latitud, poco importa. Pero en lugar de pasar ignorado de todos dejó el rastro de su literatura como registro. Tanto como un perfil dibujado con lápiz a una persona, será esa literatura al Paustovski real que vivió, lloró y rio en la lejanas estepas o en las abigarradas ciudades llenas de historia de la madre Rusia. Pero ese boceto que llenamos de vida en activa labor los lectores, dice al menos: hubo una vez un hombre en Rusia que se llamó Paustovski y dedicó al menos ocho días para medir ocho lagos en la mitad de la nada que a nadie le importaban. Suficiente para justificar una vida o, al menos, un breve artículo de otro ignoto que casi sesenta años después se dedica malamente a lo mismo que Paustovski, escribir.

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