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‘Días de cuarzo y aristas’, de Inma Arrabal

JOSÉ LUIS MUÑOZ.

Tengo la convicción de que la mejor literatura es la que se hace desde el dolor, muchas veces para paliarlo: escribir ahorra al escritor el diván del psiquiatra y sus facturas, es uno de mis latiguillos frecuentes.  Mi teoría puede tener visos de absurdidad pues presupone que el escritor para ser bueno tiene que ser un atormentado, lo que no siempre es así. Cada uno tiene gustos literarios muy personales. Jack London, Robert Louis Stevenson, Edgar Allan Poe, Malcolm Lowry, Fedor Dostoievski o Thomas Bernard, algunos de mis iconos literarios, no tuvieron existencias muy felices y desde el alcohol, la locura, la enfermedad, la miseria o bordeando el suicidio consiguieron plasmar textos que perduran en mi memoria aunque los leyera en mi lejana juventud.

Inma Arrabal (nacida en Jerez de la Frontera, aunque reside en Barcelona en donde estudió biología y cuatro cursos de técnica literaria, miembro de la ACEC y del colectivo El laberinto de Ariadna) escribe desde el dolor, pero lo hace con una serenidad ejemplar, domeñando con su cabeza lo que sale de su pluma, sin que la pasión le estalle. Días de cuarzo y aristas, editado por la madrileña Torremozas, a la que la escritora de Jerez de la Frontera es fiel desde hace muchos años—en ella ha publicado los poemarios Luna de cristal (1996), Sura (2001), Amayamar (2004), Los que no volvimos (2006),  La poesía es una enfermedad cardiovascular (2009), Cruzar el umbral (2011), Una mirada al absurdo (2013), Tijeras oxidadas (2014), El corazón es solo pájaro que llama (2016)—, es un conjunto exquisito de textos tan breves como contundentes, reflexiones sobre sí misma y el absurdo mundo en que le ha tocado vivir, que se inscriben dentro de la prosa poética. Sin artificios, yendo a lo sustantivo, con una capacidad de síntesis ejemplar, Inma Arrabal pone negro sobre blanco lo que le inquieta y conturba en 44 páginas que golpean al lector por su hondura dramática y su trascendencia. 

Hay reflexiones sobre el azar—Sé que el azar, siempre selectivo, con su mano afilada y cortante, me dejará calva de ramas, hojas y flores. Nadie puede confiar en el destino. De momento sigo conservando mis raíces, pero ¿acaso sé que pasará mañana?—; la depresión— Una vez más tropiezo y caigo. Caigo y me levanto. ¿Hasta cuándo?—; la preocupación por la deriva del mundo— Me extraña todavía que noches como esta arañen el estómago. Quisiera salirme de la rueda en que gira la vida, crear un cálido planeta de ilusiones para compartir, y así sobrevivir sosegada y en paz, porque el mundo es un volcán lleno de odios y está a punto de estallar. —; el valor terapéutico de la literatura como paliativo al dolor— A veces todas las palabras pueden ser de sangre y de dolor, pueden abrir una herida y provocar  el llanto. Las adoro y las odio porque no tengo elección. Y aquí estoy, me siguen, me rodean y me encuentran debajo de mis lágrimas. Algunos las escribo y hay muchas más que callo. —; o la muerte— Un día  mi vida y mi muerte se darán un abrazo y yo estaré en medio.

Dolor, desapego, indignación, preocupación existencialista, sentimiento trágico de la vida  y preguntas sin respuesta con las que el lector puede identificarse en esas 44 páginas que uno lee atentamente. Los Días de cuarzo y aristas, muchos en la vida de cada uno de nosotros, nos abren en canal e Inma Arrabal convierte ese trauma emocional en palabras sabiamente destiladas. Cada texto de este libro breve e intenso se lee con conmoción. Me quedo con este que suscribo al cien por cien: No comprendo la muerte, pero menos comprendo la vida.

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