La hija de un ladrón (2019), de Belén Funes – Crítica

Por José Luis Muñoz.

Una historia de padre e hija interpretada por padre e hija en la vida real. Sara (Greta Fernández) es una hija coraje que, con un trabajo basura, sobrevive como puede cuidando de su bebé, del que su padre natural de desentiende, y un hermano pequeño. Manuel (Eduard Fernández), padre y abuelo recién salido de la cárcel, hace dejadez de sus obligaciones familiares, es un pícaro con encanto y un vividor que sigue por la senda de los pequeños delitos sin ocuparse de los suyos; cuando intenta acercarse de nuevo a su familia se encuentra con un muro: llega demasiado tarde.

Parecía predestinada Belén Funes (Barcelona, 1984) a juntar en una misma película a padre e hija ya que los había dirigido por separado en sus dos anteriores films, dos cortometrajes: a Eduard Fernández en Sara a la fuga, y a Greta Fernández en La inútil. La directora catalana, familiarizada con los dramas femeninos, dirige con buen pulso y austeridad emocional a ese elenco familiar en esta tragedia sobre esa lucha en soledad de una joven que está en edad de divertirse y tiene sobre sus hombros más obligaciones de las que puede soportar. La responsabilidad y madurez de Sara frente a la irresponsabilidad e inmadurez de Manuel.

Un final muy bueno, en sede judicial (la hija demanda a su padre para tener la custodia de su hermano pequeño), y desolador sobre la soledad emocional de esa muchacha que se autodefine como normal y enmudece cuando la parte contraria le pregunta qué puede ofrecer a su hermano pequeño: su silencio es puro desgarro.

De tal palo, tal astilla, y lo digo por la hija de Eduard Fernández que parece haber heredado el inmenso talento de su padre y es finalista en los Goya muy merecidamente por una interpretación llena de naturalidad, del mismo modo que Belén Funes lo es a los Goya a la mejor dirección novel. Un espléndido debut en el largometraje de esta joven directora barcelonesa formada en la ESCAC y en la Escuela de San Antonio de los Baños, Cuba.