Mona Martínez y el irresistible poder de la imaginación en “Óscar. O la felicidad de existir”
Por Horacio Otheguy Riveira
Una obra testimonial en la que el protagonista es un niño de 10 años enfermo de leucemia. Cómo se enfrenta a la enfermedad y a la muerte, cómo vive su día a día entre otros enfermos de edad similar y cómo descubre las infinitas posibilidades de su imaginación dependen en gran medida de la relación con una voluntaria del hospital, Mami Rosa, una ex campeona de Lucha Libre, a la que le gusta decir tacos e inventarse un Dios a la medida de un ser humano que se hace a sí mismo en sus últimos 12 días. Ambos personajes —y nueve más en breves intervenciones— son interpretados por una actriz. De su creación han de brotar Óscar, como gran protagonista, y su querida Mami Rosa.
Con este material, Juan Carlos Pérez de la Fuente realizó el pasado año una formidable puesta en escena con Yolanda Ulloa en una asombrosa creación. Fue un éxito que ahora repite con un público que vuelve a verla y muchos que se la perdieron entonces y se extasían ahora, esta vez con Mona Martínez.
Contra todo pronóstico el talento del autor ha logrado convocar numeroso público y emocionarle y divertirle con uno de los temas “intocables” por la crudeza de la enfermedad en un ser tan indefenso como un niño. Pero Óscar aprende a vivir en el encierro de un hospital y con él quienes asistan al gozoso espectáculo de la creatividad, la inteligencia, la sensibilidad que ríe y llora en brazos del inmenso amor de una mujer valiente, como todos los que pueblan los hospitales para niños, que se tragan la amargura y dejan fluir la capacidad de soñar y convocar al dios de los justos.
También contra todo pronóstico, Mona Martínez supera con creces la inevitable comparación con Ulloa. Bastante público a la salida prefiere a una u otra, pero Mona espera su apretón de manos o su abrazo a la salida, convencida de que ha hecho en cada función un gran esfuerzo muy personal e incomparable. Su trayectoria, también muy distinta, le permite jugar con una expresividad y una batería de voces con cuerpo de magisterio, el mismo que demostrara en personajes tan diversos como el muy sumiso de la criada de “mi señor amo” Montenegro en las Comedias Bárbaras de Valle Inclán o la bravía mujer de hoy en Dios K, de Antonio Rojano.
Logra un despliegue tal de energía que, del mismo modo que anda de prisa por el escenario en busca de las “Cartas a Querido Dios” escritas por Óscar, nosotros seguimos sus palpitaciones con una devoción a ras de tierra. La adoramos admirándola, la apreciamos queriendo en ella a esa mujer, esa Mami Rosa que se inventa muchas historias para confabular la más importante, la construcción de un mundo imaginario que es el único que importa para dar alas a una empecinada constancia en la necesidad de vivir aprendiendo a morir un poco cada día.
En el abanico fabuloso de voces y expresiones corporales de los distintos personajes, siempre capitaneados por el niño y su Mami, tal vez destaque de una forma especialmente valiosa la gran labor de Mona Martínez cuando Óscar descubre las debilidades del médico que le atiende junto al escaso coraje de sus padres. En esos momentos y a partir de allí, todo es crecimiento cada vez más rico en matices, permitiendo que el primer amor del chaval hacia una niña —que padece el mal de tener el cuerpo azul— se consagre como uno de los momentos más apasionantes del sentimiento trágico de la vida, bañado, sin duda, por el hermosísimo colorido de la fuerza infatigable de un beso. Que además hasta se permite abrazo nocturno.
Al acabar la función, lo dicho: Mona Martínez lleva adelante un magistral esfuerzo de múltiples rostros en uno solo, el de una actriz fantástica que, tras su agotador trabajo nos saluda en el hall agradecida por nuestra presencia, por el calor humano de la sala llena sumida en un silencio sólo interrumpido por fugaces llantos. Hemos presenciado un drama tan duro como bello, tan desgarrador como alegre, tan implacable como tierno. Por eso volvemos cada tanto a ver Óscar. O la felicidad de existir, porque hay en el sinuoso viaje interior-exterior de sus personajes uno de los homenajes más generosos a la capacidad de resistencia de nuestra tan denostada humanidad.
El autor de la obra, Éric-Emmanuel Schmitt, es un escritor y dramaturgo francés, nacionalizado belga en 2008. Autor de El señor Ibrahim y las flores del Corán, representada en España por varias Compañías y llevada al cine en 2003 con Omar Shariff. Una obra que confirma su compromiso con la relación del ser humano con la fe: en niños y adolescentes marginales especialmente.
El título original de la presente función es Oscar et la Dame Rose. La estrenó en 2003 la ya fallecida Danielle Darrieux (1917-2017), luego se repuso en una nueva versión con un actor, Pierre Matras, que consiguió un nuevo triunfo asumiendo a Óscar y todos los personajes. El propio autor la adaptó al cine y dirigió la película en 2009 con un niño de protagonista. En España se tituló Cartas a Dios.
Schmitt es uno de los autores francófonos contemporáneos más leídos y representados del mundo. Se ha traducido a 40 idiomas y se ha representado en más de 50 países.
En enero de 2012, aceptó el ofrecimiento de dirigir el teatro Rive Gauche en asociación con el productor y comediante Bruno Metzger y el autor y director Francis Lombrail. El sábado 9 de junio de 2012, la Real Academia de Lengua y Literatura Francesa de Bélgica eligió al Académico Éric-Emmanuel Schmitt para la sucesión de Hubert Nyssen en la silla 33 (miembro literario extranjero) que fue ocupado por Anna de Noailles, entre otros. Colette y Jean Cocteau. La recepción pública se realizó el 25 de mayo de 2013.
En 2016, se convirtió en miembro del jurado de la Academia Goncourt…
ÓSCAR. O LA FELICIDAD DE EXISTIR
Versión: Juan José Arteche
Dirección y Espacio escénico: Juan Carlos Pérez de la Fuente
Iluminación: José Luis Guerra
Música y espacio sonoro: Tuti Fernández
Vestuario: Lisa Bassi
Fotografías: José María Visiers
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