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‘Franquismo S.A.’, o como algunas empresas se forraron con la represión franquista

AASHTA MARTÍNEZ.

Se ha escrito mucho acerca del genocidio franquista y lo nefastos que resultaron para España los casi cuarenta años de represión e involución sociopolítica soportados bajo la dictadura de Francisco Franco. Mucho menos conocida es la realidad detrás de la represión económica y la obtención de beneficios empresariales y patrimoniales relacionados con la opresión de libertades. Ese, precisamente, es el principal cometido de Franquismo S.A. (Akal), donde el periodista y documentalista Antonio Maestre realiza una revisión crítica de la historia empresarial de las grandes sagas familiares que componen las élites de este país.

Parece claro que la administración franquista no escatimó en modos y formas de extraer las rentas y los bienes de los perdedores de la Guerra Civil. A fin de cuentas, Franco nunca ocultó que uno de los principales objetivos de la guerra consistía en preservar el patrimonio de las clases altas —al menos, el de aquellas que ayudaron a financiar el alzamiento—. Y no son pocos los empresarios que hicieron fortuna con la dictadura. “Algunas de las empresas más cercanas a las élites franquistas usaron mano de obra forzada —rojos, vagos y maleantes— apelando al programa de redención de penas por el trabajo ideado por el jesuita Antonio Pérez del Pulgar”, señala en el libro Maestre. “Otras empresas se aprovecharon de la represión de sus competidores por pertenecer al bando fiel a la legalidad republicana y otras, simplemente, se lucraron gracias a la cercanía con el dictador Francisco Franco cuando el régimen efectuó su inmensa labor de obra pública, carreteras, monumentos, reconstrucción de pueblos, ciudades y pantanos. Tráfico de influencias, corrupción, nepotismo y enchufes”.

El libro, notablemente documentado, recoge los ilustres nombres de la oligarquía empresarial y política que se enriquecieron con la represión, la corrupción o las íntimas relaciones con la dictadura franquista y que, en casi todos los casos, siguen ocupando hoy cargos de responsabilidad en consejos de administración, administraciones públicas o fundaciones de todo tipo sin que la sociedad exija una sanción o una compensación.

Muchas de las empresas que cotizan en el IBEX35 se lucraron enormemente con la represión y el modelo autárquico que impuso Franco. Y hoy día siguen disfrutando de los beneficios que produjo aquel favoritismo sin reparar, aunque solo sea de manera moral, a las víctimas. Iberdrola, referente de las hidroeléctricas —y actualmente una de las cinco empresas más importantes del sector en el ámbito mundial— es un buen ejemplo de ello. Nacida de la fusión en 1992 de Hidroeléctrica Español e Iberduero, se forjó gracias a las relaciones de sus dirigentes con el franquismo. El empresario vasco José María de Oriol y Urquijo, presidente de Hidroeléctrica Española desde 1941 hasta 1985 y hombre muy ligado a la causa franquista —llegó a ser jefe de Falange Española Tradicionalista durante casi un lustro—, estuvo dispuesto a casi cualquier cosa con tal de posicionar bien a su empresa en el mercado español.  “Vinculados directamente con sectores integristas católicos y políticos del País Vasco y de Madrid, no ha habido área de influencia del poder que no tenga a un Oriol y Urquijo cerca para medrar y lograr posicionar a la familia en un lugar preeminente. Dinero para el golpe de Estado, corrupción, evasión fiscal, participación, contrabando de armas, Legionarios de Cristo e integrismo político en democracia”, relata Maestre.

La exhumación del cadáver de Franco, si bien tardía, ha servido para dotar de cierta memoria, justicia y reparación a las víctimas del franquismo. Sin embargo, aún hay muchos españoles que se preguntan cuál es la responsabilidad moral de las élites que se lucraron al calor del franquismo, o si son legítimos los patrimonios transmitidos a sus herederos. Dar una respuesta categórica resulta casi imposible. Lo que sí parece obvio es que, tal y como apunta Maestre, nadie debería olvidar que la mayor resistencia a la reparación histórica no es cultural, política o moral. Es económica.

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