Historia de un matrimonio (2019), de Noah Baumbach – Crítica
Por Jordi Campeny.
El fin del amor ha dado lugar a infinidad de creaciones artísticas. Esta amarga fractura, con la estela de dolor y pérdida que deja a su paso, ha inspirado desde siempre a músicos, cineastas, pintores y poetas. El cine se ha ocupado de ello profusamente, y en el imaginario colectivo albergamos dos títulos paradigmáticos del descalabro conyugal: Secretos de un matrimonio (Ingmar Bergman, 1974) y Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979). Bebiendo de ambos, el director neoyorquino Noah Baumbach aporta su propia visión gourmet del conflicto y ofrece la agridulce, lúcida y, desde una perspectiva estrictamente cinematográfica, excelente Historia de un matrimonio. El punto de vista que adopta, más discutible, ya es otro tema.
Estrenada en algunos cines y de próxima aparición en Netflix, la película muestra el duro y kafkiano proceso de divorcio de un director de teatro y una actriz, con un hijo de por medio. Con un arranque brillante que nos muestra el lado más amable de cada cónyuge visto a través de los ojos de quien ya es su rival, Historia de un matrimonio avanza con convicción por el espinoso periplo que va distanciando –emocional y físicamente– a su pareja protagonista. Un guion meticuloso, sus diálogos precisos y enjundiosos, los toques de comedia del absurdo que a menudo aderezan el relato y unas interpretaciones memorables son los mimbres más destacables que sostienen la que es, para muchos, una de las películas más relevantes del año.
Cierto es que resulta difícil no empatizar frente al abatimiento de esos cónyuges enfrentados por la custodia de su hijo. También es encomiable el esfuerzo de su director a la hora de incorporar luminosidad y fugas cómicas a un viacrucis tan amargo. El apartado interpretativo es el que más brilla de la película, con unos trabajos soberbios de Scarlett Johansson y Adam Driver, probablemente los mejores de su carrera. Cabe mencionar un hermoso punto climático en el film, en el que Driver interpreta “Being Alive”, de Stephen Sondheim, con unas reservas de energía bajo mínimos tras tantos meses de tristeza y desaliento. Merecen una mención sus secundarios, entre los que sobresale una Laura Dern ataviada con las maneras y formas histriónicas de su Renata de Big Little Lies. Por si fuesen pocas las virtudes, cabe añadir la precisa dirección de Baumbach y sus loables intentos por mantener la imparcialidad y no tomar parte en el conflicto. Y es justo en este punto donde surgen los problemas.
Historia de un matrimonio no logra la ecuanimidad, o paridad, que sin duda pretende alcanzar. Puede que la razón la encontremos en la propia biografía de Baumbach y en sus cicatrices, y que ello sólo le permita empatizar realmente con una de las partes, obviamente la masculina. Su mirada, con un sesgo evidente –la cerrazón y negativa de ella en cooperar ante un consejero matrimonial, su voluntad de empezar su nueva vida en la otra costa americana, dificultando así los encuentros del padre con su hijo, los momentos solitarios y sombríos a los que se ve abocado él en contraposición a las estampas luminosas y familiares de ella– tiene visos, en demasiadas ocasiones, de un lamentable ajuste de cuentas personal. Esta involuntaria parcialidad en la mirada de su director empuja y condiciona al espectador, colocándolo a menudo –como ya ocurría de forma obscena en la mencionada Kramer contra Kramer– a un lado de la trinchera.
Y es que la adopción de un determinado punto de vista puede malograr, en algunos espectadores, una propuesta por lo demás espléndida. Es fácil empatizar con una corriente de fondo tan universal como es el dolor y el desgarro ante el final del amor y el derrumbamiento del núcleo familiar, y más con una ejecución tan sólida y solvente. Sin embargo, algunos espectadores puede que sientan cierto rechazo y frunzan el ceño al tener que situarse, una vez más, bajo la eterna luz del punto de vista masculino. Y es que también las fracturas del amor las siguen contando, y juzgando, ellos.