«Cazzoas. Las fuentes de la luz. Cuadernos del frente», de José Elgarresta
Por Rafael Talavera. Para muchos poetas, su obra es un esfuerzo depurado y, a la vez, supremo de conocimiento de sí mismos y del mundo que los rodea, así como una indagación en el misterio de existir. Y exactamente así es el poeta que hoy reseñamos. De modo que voy a comenzar, a la luz de tales planteamientos, mis palabras sobre la obra de José Elgarresta, esta trilogía, servida en dos volúmenes separados en el tiempo, y que es una original aventura personal y poética.
Es José Elgarresta un hombre delgado, enjuto, sin un gramo de grasa, amable y educado como pocos, empático, amigo fiel desde el primer momento, generoso, inteligente, serio y veraz, esencialista, ético y nada retórico, así como un magnífico poeta, un poeta de verdad. Le preocupa el destino del hombre, su solidez moral e intelectual, su armonía interior y exterior, su paso digno por la existencia, la riqueza imprescindible de su experiencia amorosa, la amistad, la libertad, la compasión y, finalmente, el modo de afrontar la muerte. E igual a él es su poesía: ponedle los mismos adjetivos y tendréis sus claves.
Siempre me ha interesado, más que interpretar un libro y reducirlo a una perspectiva única, contemplar cómo se mueve el poeta y progresa al amparo de su obra, saber por qué la hace, ver cómo la construye y cómo ella, a su vez, lo construye a él. Su camino es su lucha, y su lucha es su destino revelado en el tiempo. El destino es lo que sucede, y en poesía es lo que se escribe.
No llegó Elgarresta a la lírica para pasar el tiempo. Su obra está hecha de pensamiento, de reflexión, es una limpia especulación espiritual, le interesa más la creación de un hombre capacitado para habitar con dignidad el mundo y hacerle frente a su ineludible tragedia que adornarlo con las metáforas y la musicalidad y las bellezas caedizas que no sean estrictamente necesarias para lo que pretende: el dibujo de ese hombre ideal que tanto ansía y echa de menos en el mundo esquizoide e involutivo actual. Hablemos un poco de ese ser ideal.
Eso de que un tal Evángelos Cazzoas, guerrero griego que luchó en la guerra greco-turca y murió en 1919 en la batalla de Sakarya, vino en sueños y le habló al poeta de su vida, de su lucha, y le hizo el regalo de su obra poética es un ingenioso artificio necesario, un inteligente relato, una puesta en escena que centra nuestra atención: puede que Elgarresta oyera voces, cosa que no dudo, pero desde luego no eran las de Cazzoas, sino las suyas propias, aunque puede que él las confundiera. Cazzoas es un maravilloso sueño que Elgarresta ha conseguido soñar a lo largo de una vida de trabajo y de pertinaz ensoñación poética. Es el producto de un estado casi febril de necesidad, de inspiración, a fin de componer y hacer visible el ideal de un hombre armonioso y capacitado para la compasión y la felicidad, para la amistad y el amor, un ser bien armado contra el mamarracho social que se nos viene encima, tema este de fondo que tanto le angustia y que, junto con el del sentido de su vida, alienta y es central bajo el entramado de su obra: no en vano la poesía, como parte de la más íntima y emocionante cultura, como renovadora de ideales y deseos, hace fuerte al espíritu, y una sociedad de individuos fuertes sanaría sin duda el tejido social enfermo.
Sabe muy bien Elgarresta que ése es el eje sobre el que se debe actuar: el individuo sólido, relajado dentro de su piel, no deformado por sus apetitos y por la inmediatez de su logro, el hombre íntimamente culto en busca de su armonía en la tranquilidad de un tiempo que le pertenece, lo que es decir de su salud espiritual, de la belleza de su fuerza: sabe muy bien que un tejido enfermo es un conjunto de células enfermas. Y, como el guerrero que es todo buen poeta, ha dado un paso al frente para poner en pie a un ser que agrupe y haga visibles en su personalidad de carne y hueso todas las formas de dación y percepción de la realidad actual y lograr armonizarlas: al fin y al cabo ésa y no otra es la labor del poeta, la particularidad preciosa del lenguaje poético: convocar simultáneamente todos los lenguajes posibles de acceso a la realidad, todas sus armas espirituales, ese es su ser guerrero: así es como se construye el poema, y también un hombre, la redención personal de un hombre. Tras perseguirlo a lo largo de toda una vida valiéndose de abstracciones pero privado de aventura real, ha comprendido que necesitaba crearlo como hombre, hacerlo visible para contemplarlo como personaje vivo, para sopesarlo y autenticarlo, para hablar con él, para observarlo siendo, luchando y amando y, herido, muriendo y aceptando su muerte; para enseñarlo al mundo y decirle: “¿Veis? Ese hombre ideal existe”. Vivir, en fin, en Cazzoas la aventura de Elgarresta para verse a sí mismo en conjunto y sopesar el resultado de su empeño como poeta y como hombre.
Pero, ¿por qué Cazzoas, un guerrero griego? Esta es la cuestión más sutil: Porque el hombre ideal jamás ha existido salvo en el mito o la leyenda; porque siempre hemos sido violentos y avaros y destructivos, seres entrópicos hambrientos de poder y de gloria a la vez que incapaces de generosidad, de grandeza interior; porque sólo hemos sido perfectos en nuestras creaciones literarias o artísticas, pero a través del mito griego hemos logrado, a lo largo de siglos de añoranza y búsqueda en aquel supuesto pasado ejemplar, hacerlo encarnar en nuestras mentes resumido en un ser capacitado para llenar el vacío espiritual occidental y, aunque mermado de mito en este guerrero del siglo XX, con la heredada energía suficiente para fundamentar un hombre actual de espaldas a su culpable melancolía, un hombre consciente de sí mismo, armonioso, digno de felicidad. Nos lo dice Elgarresta con claridad de entrelíneas en uno de sus poemas: Creo en los hombres / porque es la única forma / de creer en el hombre.
Cazzoas es Elgarresta, su necesario alter ego. El primer libro nos dibuja la actividad diaria de un hombre, un guerrero, Cazzoas: nos lo construye pieza a pieza en su totalidad visible. Es un libro dinámico a la vez que sintético, rebosante de acción, de personaje creíble por su realismo como individuo, por su lenguaje griego, por sus poemas en inglés que lo sitúan en un mundo cosmopolita, por sus textos en prosa que le dan volumen y lo tallan desde fuera: pero a quien estamos viendo es al guerrero Elgarresta preocupado por su patria a la vez que por su integridad y su destino, así como por los de los demás hombres. Son unos versos llenos de felicidad compositiva donde Elgarresta rompe con su intelectualismo, con su pensamiento de aventura, con su devoción trapense a la belleza de la verdad, y pasa a la acción como protagonista real, héroe que acabará, y él lo sabe, como todos los buenos poetas, bellamente vencido.
El segundo y tercer libros nos ponen al descubierto la inteligente y original labor de montaje cuasi cinematográfico de Elgarresta, quien, una vez diseñado el personaje físico y su acción a la medida de su ideal, pone a pensar a Elgarresta a través de un Cazzoas herido y hospitalizado que medita acerca de sí mismo, como si éste le transfundiera su sangre: las mismas preguntas que él se hizo siempre las pone en boca de Cazzoas, pero ahora con las peculiaridades y la ganancia de realidad asociadas a su epifanía como personaje y, además, como griego. Y el resultado de tan inspirada reconstrucción personal es un puro y emocionante conocerse a sí mismo.
No es baladí esta culminación de la trilogía, a la que el tercer libro añade un plus de credibilidad al poner en relieve la crueldad y violencia que conforman al hombre y lo hacen a la vez verdugo y víctima, pero estamos ya en el pensamiento de Elgarresta-Cazzoas, que son una sola voz. Y no es baladí porque teje sutilmente un puente tan robusto como invisible entre ambos personajes, un puente necesario entre pensamiento y acción en el conjunto y el empeño de su obra, el uno creándola, escenificándola el otro; ambos sobreviviendo en un mundo con demasiadas variables trágicas en el que parece un milagro el hecho de seguir en pie siendo uno mismo sin deformarse.
Obra esta, en fin, gozosa, de armazón muy sólida, y más que oportuna en el delicuescente panorama literario actual y, sobre todo, supongo, en el espíritu, tenazmente empeñado en su objetivo vital, de José Elgarresta, a quien sin duda logrará compensar de tanto trabajo y tan empeñados afanes. No se hacen ya obras así, tan alambicadas, tan atrevidas, tan complejas, tan generosas, tan costosas. Démosle, pues, la bienvenida.
Aunque los tres libros van precedidos de otros tantos excelentes prólogos de Victoria Díaz Corralejo que analizan pormenorizadamente y en profundidad los poemas, no me he podido sustraer a reproducir uno que lleva por título “Una palabra”, y dice así:
Una sola palabra
de un idioma desconocido,
eso es la vida.
En cada gota de sangre
habita un dios pequeño.
Espera hasta el último momento
para llamarnos; nos dice:
ya sois labio, ya sois viento.
Entonces, de pronto,
sabemos.
Así mismo, al leerlo, sabemos nosotros qué excelente poeta es Evángelos José Elgarresta.
Y, para terminar, he tratado de hacer un retrato-robot, o semblanza, aunque más bien es un autorretrato de José Elgarresta, una especie de trailer, puesto que he utilizado para ello sólo versos entresacados de esta trilogía. Y lo que en principio era un homenaje al amigo, se ha transformado en la constatación de que nadie puede ser más claro en la profundización de una obra que el poeta que la compuso, ni nadie puede hablar con mejores razones de un poeta que su propia obra. Es éste:
SEMBLANZA DE EVÁNGELOS JOSÉ ELGARRESTA, GUERRERO Y POETA, COMPUESTA CON SUS PROPIAS PALABRAS
Canta el pájaro
al amanecer,
cuando más puro
es su canto.
Descorro las cortinas
y el mundo se precipita
en avalancha, sobre mí.
¡Es la creación!
Soy viento: vine para partir
y me quedé para siempre.
Sé que el mundo
está en mí,
la eternidad
es este momento.
Toda caída es un recuerdo
de que debo levantarme.
Creo en los hombres
porque es la única forma
de creer en un hombre.
Siempre quise a todos los hombres.
Los amé
incluso en la mira del rifle
antes de dispararles.
Hemos jugado a la guerra,
pero ¿a qué guerra?
No sé si existe Dios, pero ¡Ay si le cojo!
El círculo de ojos ardientes
en torno de la hoguera
es el único fuego
que jamás se apagará.
Tengo frío: no es hora de filosofar.
La muerte es un instante de plenitud,
un sueño más profundo…
La vida es un baile sin pareja:
la mía es la muerte.
Amada, una mirada de tus ojos
es la moneda con que pagaré
al barquero.