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El arte de vivir compartiendo «Cosas extraordinarias» en un teatro

Por Horacio Otheguy Riveira

Un niño de 7 años se enfrenta a su primera crisis familiar. Tiene un padre poco comunicativo y una madre depresiva. En escena, un actor que interpreta al chaval hasta que cumple 30 años. En todo un proceso de crisis más o menos continua, el niño luego joven, va armando una lista de Las cosas extraordinarias que le permiten soñar, sobrevolar la desolación, las angustias incomprensibles de adultos tan queridos como imprescindibles. Así contado, a grandes rasgos, el argumento de esta pieza escrita por el inglés Duncan Macmillan puede parecer que se trata de un monólogo convencional con un actor que hace de niño y adolescente cambiando la voz y el cuerpo. Pero no. Ni siquiera hay un escenario, pues el intérprete que, en efecto, representa el personaje —pero sin alterar voz y gestos— lo hace en el reducido espacio central de la sala, rodeado de espectadores que formarán parte de la trama.

Tampoco es un espectáculo interactivo al uso, pues la participación parte de un respeto y un cariño muy grandes por los desconocidos que asisten a la peculiar representación.  Inmediatamente se crea tal atmósfera de camaradería que cuando se nos reparten textos o se nos escoge para un personaje u otro, la participación se lleva a cabo con decidida necesidad de complacer. No al actor, sino al personaje del niño-muchacho que nos necesita para contarnos su historia. Una trayectoria dramática con momentos divertidos que aportan muchas emociones al drama de sobrevivir a la desdicha.

No es posible contar más detalles de la trama ni de lo que sucede en escena. Las cosas extraordinarias rompe con todas las reglas conocidas, y a poco de empezar liquida cualquier prejuicio que podamos tener. Cuando acaba, seguimos disfrutando de la experiencia y la reconstruimos afectuosamente al paso de los días, tan valiosas son las insólitas escenas que hemos presenciado y sobre todo compartido junto a un grupo de desconocidos que parecen amigos de toda la vida.

El autor es inglés, pero el director es el español Pau Roca, también único actor del evento, en funciones alternas con Brays Efe. Llevan muchas funciones recorriendo país. Su estancia en Madrid tiene mucho éxito. Cada intérprete en su estilo logra el milagro de la inmediata comunicación, convenciéndonos de que a su lado todo puede ser estupendo.

Resulta conmovedor festejar este insólito encuentro con una teatralidad que reinventa el arte de contar historias, compartiendo pérdidas y reencuentros que a todos nos atañen. Mientras seguimos los movimientos del intérprete, que va de un lado para otro, que crea situaciones muy interesantes con parte del público, todos los asistentes también nos vemos las caras, las expresiones de júbilo, entre sonrisas y carcajadas breves, o con los ojos lacrimosos. Todos somos los aliados incondicionales de una aventura entre tinieblas que busca y acaba encontrando lo que parecía imposible: un toque de esperanza.

Pau Roca, director e intérprete en días alternos. «Esta pieza es un salto mortal para quien la interpreta. Conecta de lleno nuestra profesión de actores con algo ancestral: contar historias para sentirnos acompañados: quien la cuenta y quien la escucha».
Brays Efe, intérprete en días alternos: «No sé si existe una obra de tu vida, pero creo que esta me habla a mí de una forma especial, esta obra me entiende. Me hace sentir menos solo».

autor Duncan Macmillan
traducción Adriana Nadal
dirección Pau Roca
ayudante de dirección Iñaki Mur y Alba Sáez
producción ejecutiva Mercè Puy y Adriana Nadal
producción Jan Vilanova y Rosa Domingo
regiduría, producción y técnica Gisela Serrano
comunicación Meritxell Abril, Andrea Calbet, Gemma Saperas
comunicación digital Mia Font
escenografía e iluminación Paula Bosch
diseño cartel Eduard Buch
fotografía cartel Kiku Piñol
distribución Fran Ávila

TEATRO LARA. DEL 22 DE OCTUBRE AL 31 DE ENERO 2020.

Martes  20:15 h; Miércoles, Jueves y Viernes  22:15 h; Sábado 21:15 h.

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