Atlantique (2019), de Mati Diop – Crítica
Por Jaime Fa de Lucas.
Intrascendencia y vacuidad es lo que transmite Atlantique desde el primer momento. Una película que incomprensiblemente se llevó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes y que, visto lo visto, sólo sirve para hinchar el catálogo de Netflix.
Estamos ante una historia que mezcla de forma caótica elementos convencionales, concretamente: el conflicto entre un matrimonio de conveniencia y el supuesto amor verdadero y la lucha entre ricos y pobres. Mati Diop intenta hacer malabares con su premisa, pero las naranjas se le caen. Si este batiburrillo ya de por sí no funciona, la directora se encarga de que todo se alargue hasta la extenuación –aquí como mucho hay material para un cortometraje–. Es difícil que el letargo no se apodere del espectador y uno se plantee dormitar hasta el final.
Lo único valioso de Atlantique quizá sean sus localizaciones de Senegal y la buena fotografía de Claire Mathon. La última media hora –spoiler a continuación–, introduce a unos fantasmas –emigrantes que murieron ahogados por intentar escapar en patera– que vienen a vengarse de los ricos que les perjudicaron. Esta idea es moderadamente interesante, pero apenas tiene fuerza, ya que el desarrollo narrativo es algo torpe y Diop no sabe cómo articular con solidez los diferentes hilos de su discurso.