‘Su último deseo’, de Joan Didion

Su último deseo

Joan Didion

Traducción de Javier Calvo

Random House

Barcelona, 2019

222 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

¿Cómo hacer del plan político mundial una novela que denuncie y nos alcance? Joan Didion (Sacramento, 1934) tiene la receta, como tiene casi todas las recetas de la literatura contemporánea. Y, además, sabe cocinarla. Su último deseo es una obra en la que se relata cómo funcionaba el mundo en los años ochenta. La protagonista intenta controlar lo que le acontece a diario, y termina por darse cuenta de que el destino nos arrolla. Ella, la cáscara de nuez en medio de la tormenta, es una mujer que abandona su trabajo como periodista para seguir la senda que marcó su padre, como si fuera importante ir tras los rastros de sangre, como si las sugerencias genéticas nos impusieran más que la propia invención, que los amores que uno se ha ido creando. Esa persecución la llevará hasta Centroamérica y los efectos de la política de Estados Unidos en la región: tráfico de armas, financiación de guerrillas, mantenimiento de estados fallidos, explotación de recursos bajo condiciones oscuras.

La novela traza lo abstracto, la política, dentro de lo concreto. Nos habla de la maldición que supone habitar un planeta en el que alguien ha condenado a alguien, así, en términos generales, y nos va poniendo nombres a los condenados y a los verdugos. Raramente se dirige hacia los malvados, los que decidieron, aunque todos sabemos quiénes son los que gobiernan el presente y uno se atrevería a decir el futuro, si es que esos que gobiernan pensaran que el futuro existe y lo tuvieran en cuenta. Cercenadas las vidas de los habitantes de regiones enteras, de países enteros, condicionadas por la presencia de violencias, la protagonista se pregunta qué diablos perseguía allí su padre, e indaga, con poco rigor, sobre su muerte. De hecho, la piedra arrojada al estanque que dará lugar a toda la producción de actos de los personajes, trazados con pinceladas tan leves como seguras, es la intriga por el último deseo, ese al que se supone que todos tenemos derecho justo antes de morir.

Didion despliega todos los recursos literarios del periodista, como si se tratara de una crónica larga, y de la novela, con el añadido de la imaginación que combina los elementos y suple las carencias. El estilo es ligero, hábil, perspicaz. El afecto es tan concreto como el de una novela romántica bien avenida, pues la motivación queda plenamente explicada, así como los cambios de rumbo en las inquietudes y las sensibilidades de los personajes. Lo terrible es la enseñanza sobre cómo nos arrolla el destino si nos alejamos de los cauces que alguien, al parecer alguien poderoso, el más fuerte, el más malo, ha decidido que sigamos. Como si nos tuviéramos que limitar a caminar por una senda trazada o someternos a otra voluntad, porque, de lo contrario, lo que nos espera es la tortura, esa actividad que se eterniza en cualquiera de los infiernos que han creado las religiones. Porque en el gobierno del planeta que se denuncia dentro de Su último deseo, política y religión se igualan.

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