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«Amiga», una bella historia de amor entre dos mujeres singulares

Por Ana Riera

Estamos en 1914, a principios de la Primera Guerra Mundial. Marina Tsvetáyeva, una joven poeta rusa de apenas 22 años, conoce a Sofía Parnok, poetisa, crítica de arte y periodista de 27 años, en un acto social. Ambas se sienten atraídas la una por la otra desde el primer momento e inician una relación nada convencional que se prolongará durante 3 años, hasta 1916.

La época en la que se conocieron, a principios del siglo XX, y el lugar, una Rusia rígida y llena de convenciones, no auguraban nada bueno. Pero su atracción mutua, la intensa pasión que bullía en el interior de ambas, junto con su espíritu libre, que se rebelaba al rol que les imponía la sociedad, les hicieron superar todos los miedos y trabas.

Seguramente influyó el hecho de que su pasión no fuera una mera atracción sexual, sino algo mucho más intenso, mucho más profundo, mucho más completo. De alguna manera, consiguieron fundirse en una sola, tanto a nivel físico, como intelectual y espiritual. Consiguiendo una unión absoluta en cuerpo y alma.

Ambas estaban dispuestas a romper estereotipos, a luchar contra visiones encorsetadas, a reivindicarse como seres completos capaces de sentir amor con absoluta libertad sexual, anteponiendo ese amor a todo lo demás.

 

Las encargadas de interpretar a estos dos personajes singulares son dos actrices habituales de la casa. Rocío Osuna hace de Marina y es la más visceral y rotunda, de modo que puede dejarse ir, explotar todas sus armas. Catarina de Azcárate, por su parte, es Sofía, muchos más evocadora y sugerente, lo que la obliga a hacer un trabajo de contención y equilibrio. Juntas forman un precioso tándem perfectamente engranado y compenetrado en el que la belleza y la sensualidad brota a cada paso.

La autora de esta propuesta intimista y emocional cargada de sensualidad es Irina Kouberskaya, que a pesar de ser rusa de nacimiento, alberga ya un alma española. Ella es también la encargada de la coreografía y la escenografía. Esta última es minimalista. Tan solo tres paneles capaces, eso sí, de crear imágenes de gran belleza plástica que nos sumergen en una atmósfera irreal y cargada de poesía. También es obra de Irina Kouberskaya el vestuario, unos hermosísimos vestidos en tonos crudos, casi neutros, que confieren un aire etéreo a la escena.

Eduardo Pérez de Carrera y Miguel Pérez-Muñoz se ocupan de la iluminación, que crea un juego de claroscuros muy eficaz que refleja a la perfección el ambiente sofocante en el que éstas dos mujeres consiguen amarse. Preciosa la escena inicial en la que vemos el reflejo de un vela acercándose que, de repente, se desdobla en dos llamas: dos seres con luz propia que brillan en la oscuridad.

El texto, muy rico en matices y en imágenes, sugiere mucho más de lo que las palabras dicen, sobre todo al pronunciarlas las protagonistas, que las enriquecen con sus gestos, sus silencios y sus miradas.

Su relación íntima les supuso el olvido, la negación y el desprecio de buena parte de los intelectuales rusos, pero también dejó una intensa huella en sus respectivas obras poéticas que allí sigue, intacta, cien años más tarde.

A pesar de todo, ellas siguieron adelante y se atrevieron a vivir su historia de amor demostrando que la libertad interior, el sentimiento sincero, tiene más fuerza que todas las convenciones sociales y todas las barreras culturales.

“¡El entendimiento de los cuerpos es tan completo y tan complejo! Es erotismo en su máxima expresión”.

Rocío Osuna (Marina Tsvetáyeva)
Catarina de Azcárate (Sofía Parnok)

Autora y Directora Irina Kouberskaya
Escenografía, coreografía y vestuario Irina Kouberskaya
Diseño de iluminación Eduardo Pérez de Carrera y Miguel Pérez-Muñoz

VIERNES en TEATRO TRIBUEÑE

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Otras producciones de Irina Kouberskaya en CULTURAMAS:

La rosa de papel, expansión del esperpento

La mirada de Eros, bellísimo espectáculo

Una «Bernarda» con desgarro de beaterío español

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