La audición (2019), de Ina Weisse – Crítica
Por José Luis Muñoz.
Todo arte exige una dedicación y una disciplina muchas veces obsesiva. Miguel Ángel no se lavó en los cuatro años que tardó en pintar la Capilla Sixtina: no tenía tiempo para hacerlo. Quien no vive por y para el arte difícilmente podrá destacar en él. Audición es una coproducción entre Alemania y Francia, rodada en Alemania y hablada en los dos idiomas. La protagonista, una exigente profesora de música, Anna Bronsky (Nina Hoss), es alemana; su pareja Philippe Bronsky (Simon Abkarian), un lutier que fabrica prestigiosos instrumentos de cuerda, francés. Anna tiene un amante, Christian Wells (Jens Albinus, que parece copia del marido), un contrabajista (aquí hasta el sexo se mueve en el mundo de los arpegios, corcheas y semicorcheas). Cuando la profesora de música acoge bajo su tutela a un virtuoso y joven violinista llamado Alexander Paraskevas (Ilja Monti), su hijo Jonás Bronsky (Serafin Gilles Mishiev), minusvalorado por esa madre exigente, sufre celos insufribles. Anna se derrumba emocionalmente cuando, en aras de la perfección absoluta, humilla a su aventajado alumno y este se rebela en una de las escenas más tensas y de violencia soterrada del film. Contra ese joven y talentoso violinista descarga la profesora toda sus frustracion de ser precisamente eso, profesora, y no brillante concertista.
La música y su entorno inunda esta segunda película (la primera, El arquitecto, la rodó en 2008) de la realizadora y actriz Ina Weisse (Berlín, 1968), responsable también del guión. Formalmente fría, incluso en su espléndida fotografía metalizada, La audición parece narrada por su protagonista que oculta a toda costa sus sentimientos y emociones bajo una capa de dureza.
Película muy notable esta La audición que gira en torno a la exigencia artística que conlleva la praxis de todo arte y de cómo en aras de un perfeccionismo enfermizo se pueden laminar emociones y personas. Anna es una mujer insegura (pierde el arco del violín en medio de un concierto, y eso la sume en la desesperación más absoluta) e indecisa (en el restaurante al que acude con su pareja cambia tres veces de mesa y otras tantas de plato) que tampoco parece disfrutar mucho del sexo con su amante músico. Intuimos que la suya fue una educación rígida por parte de sus padres (el padre, Walter (Thomas Thieme) en una de las secuencias, mete el brazo de su nieto en un hormiguero, para ponerlo a prueba).
Brillantes interpretaciones por parte de todo el elenco de actores, especialmente de Nina Hoss, que se fue con un premio muy merecido a la mejor interpretación en el último festival de San Sebastián, matizando su personaje de Anna, una mujer que oculta una enorme fragilidad bajo su coraza de profesora de música despiadada, y el joven Ilja Monti. Y de nuevo el conflicto entre madre e hijo, y al tanto de lo que hace éste (ya lo sabrán cuando la vean) para eliminar a su rival en la atención de su madre. Una película exquisita y elegante, y no sólo musicalmente hablando, que también, porque toda ella gira sobre ese mundo cerrado y endogámico de la música, del que los personajes, como abducidos en una secta, no consiguen salir.