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‘Tony Takitani’, de Haruki Murakami

Por @chitor5

Una vez más, la ficción como muestra de lo que somos, pero sobre todo de lo que podemos ser. Nacer alejado y crecer alejado da como resultado, sin ninguna duda, vivir alejado. Y eso es lo que le pasa a Tony Takitani, alguien que quiere ser (sin él saberlo), y es, un ejemplo de lo que somos: seres alejados. ¿Alejados de qué? Ahí que cada uno ponga lo que crea. Murakami escribió sobre ello en uno de sus relatos, uno de los que compone Sauce ciego, mujer dormida, y ahora Tusquets, después de que incluso haya una película basada en el relato, lo publica de manera independiente, con su cartoné, su sobrecubierta, sus preciosas guardas, su marcapáginas, etc. Todo protagonizado por las geniales ilustraciones a todo color de Igansi Font. Con texto traducido, como ya es habitual, por Lourdes Porta.

Resumiendo rápido y aprovechando una frase del propio relato, se podría decir que la historia que se nos presenta aquí es un recorrido, breve pero intenso, por «el territorio de la memoria» del protagonista. Tony Takitani es un joven ilustrador que siempre ha vivido alejado de todo y todos. Su madre murió a los pocos días de él nacer y su padre, músico de jazz, siempre estuvo fuera, de gira. Correcto con todo el mundo, Takitani nunca ha sabido o querido o podido traspasar la barrera de la mera cordialidad. Buen trabajador, siempre cumple, y bien, con todo lo que le encargan. Vive solo, sale poco, gana bien, con lo cual tiene bastante dinero. Su vida pasa así, sin sobresaltos. ¿Anodina? No lo sé. Quizá sí.

Pero en un momento sin más, como siempre pasa, Takitani se enamora. Una joven empleada de una de las editoriales con las que él trabaja va a su casa a recogerle unas ilustraciones, y pasa. Takitani siente algo que nunca antes ha sentido, pero eso no le lleva a cometer ninguna locura, a desatarse, a darle por fin rienda suelta al amor y la vida dentro de sí mismo. Sí, se enamora por primera vez, pero sin nunca dejar de lado esa tan suya actitud de autocontrol.

Después del pico, del cénit de su enamoramiento, Takitani empieza a ver las cosas que no le gustan de ella. Es una compradora de ropa compulsiva. Sí, él tiene el dinero suficiente para que ella pueda comprarse todo lo que quiera, para que se haga su propio vestidor en casa de él, para que cada visita a una tienda comporte un gran gasto. Pero no le gusta. Y cierto día, otra vez sin más, ocurre algo. Algo triste, algo duro, algo fatal. La vuelta de tuerca. El sello Murakami.

Y entonces Takitani, que nunca antes había experimentado algo así, busca la que para él puede que sea la mejor forma de salir de ese bache. O no, pero es la que elige. Y sale mal. Y se da cuenta de que alejarse de todo era su comodidad. Que volver a esa sobriedad vital quizá es lo que la vida le pide. Que nunca debería haber salido de ahí. Pero el amor, quién puede controlar el amor.

Lo que no sabe Takitani es que al despojarse de todo, que es lo que hace o intenta hacer, corres el gran peligro de despojarte de ti mismo. O quizá sí lo sabe, y es lo que busca. O quizá es lo que quiere, y no sabe conseguirlo. Tony Takitani va desapareciendo a medida que el libro va terminando. Y entonces desaparece. Y entonces termina.

Más allá de la historia, que, cómo no, vale mucho la pena (o mejor dicho, el gasto), qué libro tan bonito para tener en tu librería. Un gran regalo para estas próximas navidades.

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