La crisis del siglo XVII: éramos pocos y parió la abuela
Por Tamara Iglesias
Si existe un periodo histórico en Europa que los historiadores jamás nos cansaremos de explicar, ese es el siglo XVII. ¿Por qué? Bueno, podríamos decir que es el paraíso de las catástrofes demográficas: epidemias, hambre, guerras, ambiciones, pobreza, caída en picado de la natalidad… ¡lo tiene todo! De hecho podríamos decir que es una de las etapas más oscuras de la historia del continente y por eso vamos a hablar hoy de ella.
Los antecedentes
Donde hay una crisis hay un conglomerado de situaciones pretéritas que fueron llenando la burbuja hasta hacerla explotar. En el caso del siglo XVI lo cierto es que se venían arrastrando pérdidas humanas debidas a las epidemias (especialmente de viruela) y al colonialismo (bajo la espada de personajes como Francisco Pizarro y Hernán Cortés) pero, pese a todo, lo cierto es que el fragmento temporal recogido entre 1501 y 1599 seguía manteniendo su esplendor: Copérnico había planteado su teoría heliocéntrica, Miguel Ángel comenzaba a trabajar en la Capilla Sixtina y Leonardo da Vinci en su Mona Lisa, Elcano había logrado la circunnavegación del globo… con lo que la vida parecía sonreír a los supervivientes de las catástrofes modernas. Por desgracia, lo que nadie vio venir, fue la dentellada mortal que se escondía debajo.
¿Qué pasó al llegar el siglo XVII?
Lo cierto es que este crecimiento excesivo y desequilibrado produjo dificultades en la hasta entonces tradicional economía de subsistencia, un obstáculo que se agravó con la apropiación del producto agrario por parte de extranjeros adinerados. La indefensión de la población ante esta situación y la sobrevenida de enfermedades (especialmente peste bubónica) y climatologías adversas (como la pequeña “edad glacial” de la que ya te hablé en otros artículos) dieron lugar a un alza exacerbada de los precios que sumió a las clases menos pudientes en la hambruna y la desnutrición. Esta situación, que los historiadores denominados crisis de subsistencias, tienen una serie de efectos ocultos y colaterales que no se ven a simple vista (para ello es necesaria hacer una retrospección cronológica y comparativa), como pueden ser el aumento de la mortalidad y el descenso de enlaces nupciales (con su correspondiente tasa de natalidad).
Eso sí, para ser sincera, tengo que decir que algunos países (como Inglaterra y Países Bajos) amortiguaron el golpe de la crisis gracias a una legislación de la pobreza centrada en la economía agraria, lo que les permitió realizar una previsión constitucional así como acceder a los mercados internacionales; trágicamente, eso no les libró del enemigo más peligroso: la enfermedad.
Las epidemias
Las pestes del siglo XVII resultaron ser mucho más fuertes que las del XIV y, a pesar de que en el noroeste de Europa parecieron simples casos anecdóticos, en el centro y el sur su efecto fue devastador. Tras el año 1660 las pestes tendieron a desaparecer del mapa europeo, pero muchas otras pandemias prevalecieron afectando a los sectores humildes y expandiéndose con celeridad por las ciudades gracias a la carencia de ventilación entre calles y a que los grupos sociales menos adinerados no tenían la posibilidad de evitar el contagio escapando al campo.
El matrimonio
Y cuando hay hambre y epidemias por doquier, poco o nada apetece montar un banquete nupcial con un puñado de harina y tres o cuatro invitados infectados. Seamos claros: las dificultades de la centuria favorecieron la aparición de nuevos comportamientos demográficos, como el celibato (una salida cómoda para comer y gozar de buena salud a cambio de unos cuantos rezos) o el retraso en la edad de contraer nupcias hasta los 30 años de edad para asegurarse la disposición de medios suficientes para la subsistencia del nuevo núcleo familiar. Precisamente en este aspecto, el siglo XVII constituyó un período esencial para la transformación del sistema de valores y el modelo de comportamiento de la población europea.
Los conflictos bélicos
Hemos visto el hambre, la enfermedad y el matrimonio tardío pero, sin duda, si existe una causa de pérdidas materiales y humanas que sobresale entre todas las demás, esa es la guerra. Y en el caso del siglo XVII destacaremos tres conflictos principales: la crisis de 1640 que estuvo a punto de acabar con la Monarquía Hispánica de los Austrias y tuvo lugar durante el reinado de Felipe IV de España (especial culpa de su estallido tuvo el proyecto de Unión de Armas del Conde-Duque de Olivares); la Revolución Inglesa (1642-1689) propiciada por el interés de Carlos I en reestructurar la iglesia católica y las continuas respuestas del parlamento en forma de leyes que perjudicaban la autonomía monárquica (la ruptura total entre ambas partes sobrevino cuando el monarca decidió enfrentarse contra los rebeldes en Irlanda sin participación ni apoyo del parlamento, una actitud que se saldó con su ejecución y el inicio de la democracia moderna en Inglaterra); y la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), iniciada como disyuntiva político-religiosa entre reforma y contrarreforma pero asimilada a su término como un conflicto de fuerza entre potencias.
Todos estos actos marciales provocaron la devastación de cientos de parcelas de cultivo por parte de los famélicos ejércitos, dilatando los episodios de hambrunas y dolencias que perjudicaban a la población civil y llevaron a la bancarrota a muchas de las naciones implicadas.