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‘Paraguas en llamas’, de Jordi Mestre

ARANZAZU GORDILLO.

Cuando alguien me dice que no le gusta la literatura de Enrique Vila-Matas ardo en deseos de recibir a continuación un buen argumento que sostenga dicha opinión para poder debatir largo y tendido. Pero los motivos suelen ser tan dispares como disparatados: porque siempre lleva abrigo, porque habla bajito o el peor y más jocoso que he llegado a escuchar, porque es demasiado intelectual (¿puede ser alguien demasiado intelectual?, ¿puede ser un lienzo demasiado bello o una comida demasiado deliciosa?). 

Y dado que no existe un motivo para no adorar su literatura tampoco lo existe para no adoptar sus recomendaciones literarias cual dogma divino. Además, en este caso, Enrique Vila-Matas se encarga del prólogo, que por sí mismo es una pequeña obra literaria, como todos los prólogos que escribe.  Estoy hablando del prólogo escrito para el libro Paraguas en llamas, de Jordi Mestre.

Y es que Vila-Matas diferencia entre escritor y narrador. Entre los segundos podríamos encontrar a Paul Auster o Stephen King mientras que los escritores, entre los que estarían Kafka o Pessoa, son los que crean una literatura por sí solos y escriben a lo largo de su vida una única gran obra. Y eso es lo que hace Vila-Matas cuando escribe sus libros, artículos, prólogos, conferencias e incluso cuando habla en una entrevista, agrandar esa peculiar obra, magnificar esa literatura propia, esa obra indivisible y unitaria que va creando.

En septiembre de 2018 Vila-Matas escribió un artículo en el diario El País titulado Un amigo en la red. En él el escritor lamentaba la desaparición  de Jordi Mestre, autor del blog Paraguas en llamas, e instaba a que alguna editorial independiente publicase los cuentos mínimos que Mestre había escrito en su blog. Yo, por supuesto, leí en unos pocos días el contenido del blog de Mestre, que no conocía hasta entonces, y aplaudí la iniciativa de Vila-Matas.

Ahora la editorial Pepitas de calabaza, esa editorial exquisita que se autoproclama con menos proyección que un cinexín, publica Paraguas en llamas. Diarios, apuntes y otras distorsiones de la realidad (2005-2014), con un prólogo a cargo de Enrique Vila-Matas que define la obra de Jordi Mestre como «Una exquisita inteligencia narrativa, indisociable de su gran sentido del humor». 

Tras el prólogo encontramos en el libro Cuarenta observaciones a modo de introducción. Estas observaciones son una especie de anecdotario donde hechos y pensamientos variopintos se mezclan con verdaderas lecciones de literatura y arte. Así pues, Mestre habla de las coincidencias asombrosas que unen a Lincoln y Kennedy, de un cuadro de Géricault titulado La vieja loca o sobre el los espeluznantes encuentros que tiene con un taxista que escucha psicofonías en la radio del taxi.

Y mucho me temo que, al igual que los fabulosos Diarios de Iñaki Uriarte, Paraguas en llamas se convertirá en una de las piezas indispensables de la editorial riojana (no se pierdan tampoco Lagunas, de Sarah Hepola).

Mestre denota en sus textos una cultura deliciosa y un humor fino y afilado cual hilo dental, sabe llegar hasta las encías. Uno sale de sus textos con ganas de reír, algo de euforia y cierto regusto final que invita a la reflexión.

Esta obra, que ya merecería la pena solo por el prólogo que la antecede,  es una especie de blíster con minipíldoras literarias apropiadas para cualquier tipo de malestar intelectual. Agárrense fuerte al paraguas, amigos, se avecina tormenta.

One thought on “‘Paraguas en llamas’, de Jordi Mestre

  • «Descubrí Paraguas en llamas poco antes del triste final, y quedé deslumbrado por su refinadísimo humor. ¿Tan difícil es detectar, valorar y lanzar editorialmente escritores realmente buenos? Sí, y esto explica muchas otras cosas». Me alegro enormemente de que al final haya ocurrido.

    Y no estoy de acuerdo con el primer párrafo de tu comentario, Aránzazu. Hay otras razones para que no guste un escritor. Subjetivas, por supuesto. Como todas. https://antoniopriante.com/2013/06/24/cansancio-del-escritor/

    Además, lo artístico y lo intelectual no siempre van acompañados. Como, a veces, resulta evidente.

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