‘Los sabios de la oscuridad’, de Salim Barakat
Los sabios de la oscuridad
Salim Barakat
Traducción de Haj Mahmoud y Jaume Ferrer Carmona
Karwán
Barcelona, 2019
347 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Sucede en tiempos de cambio, en tiempos entre estaciones: un impulso, cualquier impulso, pone en marcha movimiento. El movimiento se multiplica, se desplaza, se agranda, se estira, se fractura o cualquier otra de sus modalidades, o todas a la vez, pero no deja de ser movimiento: crece y se desarrolla, y con él crece y se desarrolla todo lo que se sube a la ola, al viento, al terremoto, al fenómeno que está generando. El resultado puede ser el absurdo o puede ser una distorsión de la realidad; o puede ser la mismísima realidad vista con un telescopio, un microscopio o con una aguja clavada en la retina. Puede, incluso, ser el realismo mágico, esa creación que supuestamente nos llegó de América Latina pero que siempre tuvo cabida en África, en Asia, en las leyendas populares, y hasta en la Biblia.
Ahora podemos comprobar cómo ese movimiento, esos días entre estaciones que jamás terminarán de cuajar, también existió, y existe, y existirá, en países como Siria, en regiones de Siria como el Kurdistán, al margen de convenciones, al margen de los sucesos cotidianos: no sabemos si allí la gente se lava los dientes cada mañana, y también ignoramos dónde van a hacer la compra o la calidad de su fe, si es que es fe lo que se apodera de sus voluntades. Sobre ese terreno construye Salim Barakat su primera novela, este ‘Los sabios de la oscuridad’ que ahora nos entrega la valiente editorial Karwán. En la familia de un mulá nace un muchacho que crece y envejece a una velocidad pasmosa. Antes de veinticuatro horas ha decidido casarse y a tal fin elige a una muchacha de pocas capacidades intelectuales. El suceso sacude como un peñasco de una tonelada arrojado al estanque de las ranas que se transformarían en príncipe tras un beso. El asunto se desarrolla a gran velocidad y da pie a una serie de temas superpuestos que se despliegan por debajo de la trama: el conflicto kurdo, el amor y el desamor filial, los engaños de los enamoramientos, el cuestionamiento de la realidad, la necesidad de la fantasía, la ilusión de echarnos los días y las noches a las espaldas, la disonancia cognitiva.
Se podría pensar que se trata de un milagro, pero como se narra en un flash back libérrimo, el origen en pura quimera, tiene la consistencia de los sueños. De hecho, por momentos pensamos que estamos frente a una novela surrealista, un texto sin plan previo, una de esas experiencias que van surgiendo a medida que el autor despliega frase tras frase. Y, sin embargo, solo el contraste entre lo concreto, como es la familia y las reacciones de la familia, y lo ambiental, como es la naturaleza y la calle, basta para hacernos caer en la cuenta de que Barakat tiene muy claro cuál es su intención: plantear dilemas, exponer que el estado natural del hombre es la irresolución. Para ello se vale de una narración metafórica. Ahora bien, ¿de qué es metáfora esta novela? Las claves son complicadas de entender, pues tienen demasiado afecto por lo cultural y se trata de una cultura que desconocemos en gran medida. Pero, al mismo tiempo, esta obra es una ocasión dignísima de comenzar a conocerla. A nuestro juicio, la metáfora habla de la desolación que produce darnos cuenta de que no somos dueños de la realidad. Cualquier empujón ha echado a rodar al mundo por completo, y ante ese movimiento nos presentamos como una mera brizna de hierba sujeta al capricho de la tormenta.