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«Amiga», el amor femenino en una creación de Irina Kouberskaya basada en hechos reales

Por Horacio Otheguy Riveira

Dos mujeres bajan una antigua escalera portando una vela encendida cada una. Imagen dulcemente fantasmal con que comienza la travesía de Amiga, pieza teatral escrita y dirigida por Irina Kouberskaya basada en un fragmento de la vida de la escritora Marina Tsvetáyeva y su relación de juventud con Sofía Parnok, también escritora. Ambas casadas, descubren una amistad con una riqueza jamás imaginada, intelectual y emocional que las lleva a mantener una intensa relación sexual.

La libertad que conocen con el redescubrimiento de sus cuerpos entrelaza con la alegría espontánea de cada uno de sus mágicos encuentros, y con el sentimiento de culpa, la angustia de un ambiente de holgura económica y criterios patriarcales muy arraigados.

La función comienza con la aparición estas dos mujeres que se mueven con mucha lentitud como si vinieran de otro mundo, ya fallecidas ambas, valientes en cuanto emprendieron, geniales en muchas de sus aperturas. Luego llegaría la revolución, la invasión nazi, hambrunas y crisis. Pero este espectáculo sólo las exhibe a ellas, al margen del contexto político, y en la piel de dos actrices fabulosas, la actriz-directora se deja llevar por su ya reconocida sabiduría escénica y literaria y nos hace partícipes de ese gozoso encuentro de dos que bien se quieren, que traspasan límites inconcebibles.

Todo el circuito está expuesto con una exquisita sensibilidad que se traduce maravillosamente en todos los detalles. Cada movimiento, cada tono de voz conforman cadencias admirables junto a una banda sonora que transporta al Moscú de entonces, cuando dos amigas se convierten en amantes y bailan, ríen, intercambian ideas, viajan en tren, en trineo, se rinden ante la belleza de la fe en un antiguo monasterio… y sobre todo se hacen partícipes de un mundo propio que llega al cenit que imponen las circunstancias, siempre con un ritmo envolvente del que el espectador no logra separarse, pues ha mirado de cerca los cuerpos siempre vestidos, las bocas nunca unidas y al mismo tiempo observa los encantadores destellos de una piel desnuda que descubre el amor para compartirlo en el espacio universal de la poesía. Desnudas sin desvestir ni un hombro, carga erótica contenida y sin embargo interiormente expandida, la escena se nutre de una creación incomparable, evitando estridencias y obviedades, con una estructura literaria que recuerda a los maestros de la gran literatura rusa de todos los tiempos.

Sin duda, uno de los trabajos teatrales más admirables de la cartelera madrileña.

 

 

«Marina: Carezco de este don de rezar, rezar con todo el corazón y no con el cerebro. Me asusta esta absoluta incapacidad de rezar y de obedecer. Yo reniego y a mí me reniegan. Me siento de puntillas como un pequeño danzarín tambaleando sobre una cuerda que está a punto de romperse. ¿Soy sólo la sombra de la sombra de otro?, ¿lunático de dos lunas oscuras? ¿El talento de alguien que me acuna, o soy la suma de mí misma? Un ser anómalo, pegado a la catedral del cuerpo… Un individuo tocado por la creatividad… Cambiante, controvertida, constante e inconstante a la vez… ¿Será que esta simbiosis caprichosa es el misterio de todo talento? Tener el valor o condena de ser uno mismo».

Marina Ivánovna Tsvetáyeva (Moscú, Rusia, 1892-Yelábuga, Rusia, 1941)

 

«Sofía: Vladimir, vamos a despedirnos corto y sencillo… le suplico. ¿Qué importa lo que dicen? Lo que dirán no tiene peso, puesto que todo lo que dicen está mal dicho y todo lo que ven mal visto. El mundo yace en el mal y nadie tiene nada que decir…

Humildemente le pido que no me trate peor que lo que lo hizo la naturaleza… No, no hablo de mis caprichos, hablo de los suyos… No entiendo su criterio.

Mi poesía bajo su redacción seguramente le parece a usted mejor acabada, pero ya no es la mía. Sí… tiene razón… cada rostro no es más que un punto de partida… ¿Pero cree usted que realmente posee el sentido de mi dirección?… y el punto de llegada.

Ya me estoy enfadando… prefiero que me conozcan y me repudien a ser inventada y amada… No trate de cambiarme… me ha creado Dios y me basta con una sola creación».

Sofía Yákovlevna Parnok (Taganrog, Rusia, 1885-Moscú, Rusia, 1933)

 

 

Rocío Osuna (Marina Tsvetáyeva)
Catarina de Azcárate (Sofía Parnok)

Autora y Directora Irina Kouberskaya
Escenografía, coreografía y vestuario Irina Kouberskaya
Diseño de iluminación Eduardo Pérez de Carrera y Miguel Pérez-Muñoz

VIERNES en TEATRO TRIBUEÑE

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Otras producciones de Irina Kouberskaya en CULTURAMAS:

La rosa de papel, expansión del esperpento

La mirada de Eros, bellísimo espectáculo

Una «Bernarda» con desgarro de beaterío español

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