La trinchera infinita (2019), de Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga – Crítica
Por José Luis Muñoz.
Otro film sobre la guerra civil tras el estreno de Mientras dure la guerra de Alejandro Amenábar, pero en este hay balas, sangre y hasta sexo telúrico (esa escena de amor en el zulo impacta). La trinchera infinita golpea, duele y emociona con una sucesión de imágenes que respiran autenticidad y hondura dramática.
Los directores de Loreak y Handia nos sirven este melodrama, basado en hechos reales, llamado La trinchera infinita que recrea la insoportable vida del topo Higinio Blanco, al que da vida magistralmente Antonio de la Torre, que permanece más de treinta años emparedado en la casa de su pueblo andaluz desde que empieza el conflicto y hasta la ley de amnistía de 1965. Film claustrofóbico, que puede recordar a El pianista de Roman Polanski (la realidad, siempre fragmentada e incompleta, el personaje principal la ve a través de la mirilla de su zulo o de su ventana de una casa de la que no saldrá hasta 1969), con algunos momento de extrema violencia nada gratuita (esa muerte a cuatro manos de un frustrado violador guardia civil) y otros de terror con guiños al fantástico (la vida de Higinio, sepultado y al margen de la realidad, da para ello).
Ese trío vasco formado por Aitor Arregi, Jon Garaño y José Mari Goenaga viaja al sur y nos ofrece un fresco de nuestra más reciente historia a través de la anécdota de su topo y su abnegada esposa Rosa, interpretada por Belén Cuesta. Cruda, desoladora y emotiva cinta dramática sobre uno de esos miles de muertos en vida que permanecieron ocultos tras acabar la guerra civil y la prisión que supuso para esa España derrotada y atemorizada el largo invierno franquista. Un film de un enorme valor testimonial y cinematográficamente impecable. Lo que en el film de Alejandro Amenábar podría ser ambigüedad, en el del trío vasco es denuncia sin paliativos de la dictadura franquista y sus consecuencias.