El TeatroscopioEscena

Cuatro buenos comediantes intentan salvar «Me gusta como eres» en el Lara

Por Horacio Otheguy Riveira

El original francés de Carole Greep entra por la puerta grande de la gran comedia francesa desde Molière, Labiche y más acá el gran Feydeau, Barillet y Gredy, Marc Camoletti, o más cerca aún Jean Poiret y su «Jaula de las locas». ¿Qué tienen en común? Con dinámicas distintas, cercanas a la farsa o zambullidas en ella, estimulan el espíritu crítico ante la hipocresía de la clase alta y media. Clasistas siempre, se ocupan de desenmascarar a la «honrada sociedad» de cada época con un estilo tan peculiar que consiguen que el espectador se parta de risa, convencido de que el cinismo, la torpeza y la cobardía de los personajes no van con él… sino con los otros, los de al lado, los de enfrente.

El arte de estos comediógrafos se ha desarrollado con enorme éxito internacional. En España, el director Gabriel Olivares produjo y dirigió una espléndida función de origen norteamericano, Mi primera vez, sucedió en 2008, poco después unos productores franceses decidieron que el suyo era el mejor montaje que habían visto, y se lo llevaron a cuerpo de rey para que la montara en París. En esa jubilosa estancia en la Ciudad de la Luz descubrió varias producciones autóctonas novísimas, de las que recuerdo con entusiasmo al menos tres: Una semana nada más, de Clément Michel, Una boda feliz, de Gérard Bitton y Michel Munz, y el clásico de Feydeau. estrenado en 1896, Ding Dong. En ellas ronda la amistad interesada, el amor como un absurdo más o menos llevadero y el cinismo como un arma de superviviente siempre a mano, lo mismo entre socios, amigos o amantes.

Olivares también ha dirigido con acierto muy variados espectáculos, entre los que destacan algunas funciones nacionales como, por ejemplo, Reencuentro, de Ramón Paso, y Burundanga, de Jordi Galcerán, aún en cartel tras diez años en escena. Valga esta breve presentación para explicar por qué su montaje de la función de origen francés estrenada recientemente en el Teatro Lara, Me gusta como eres, resulta muy decepcionante.

«Una pareja escucha, a través de un móvil mal cerrado, cómo sus amigos íntimos se burlan de ellos, precisamente cuando van de camino a pasar juntos el fin de semana. A pesar del desagradable descubrimiento, los afectados deciden esperarles con una sonrisa, dispuestos a vengarse…». Con este material se ha realizado una versión española notablemente ramplona, en la que ninguno de los cuatro personajes resulta atractivo. Tres muy planos y un cuarto moderadamente divertido a la vieja usanza, con recursos muy vistos: chica escultural que equivoca las palabras y se ha operado excesivamente los pechos… En definitiva, todo se vuelve muy vulgar, a la manera de los antiguos juguetes cómicos en manos de actores con carisma, cuya sola presencia provocaba la hilaridad del público, incrementando situaciones chispeantes, según fueran llegando las risas de los espectadores (léase Martínez Soria, Juanjo Menéndez, Quique Camoiras…). Y esto es lo que intentan los cuatro intérpretes, gente de mucho talento, fogueada en muy diversos estilos, que aquí hacen lo imposible por provocar una comicidad directa, llena de guiños e improvisaciones que en algunos momentos pueden provocar cierta gracia, pero que ahogan el sentido de la obra y, desde luego, nada dejan de lo bueno que aquella contiene.

La propuesta de la autora es bastante más interesante que lo que aquí se produce con mucha estridencia en una serie de caricaturas compulsivas que dan la impresión (al menos me la dio a mí en la función del martes 14 de octubre) que el elenco no se sabe el texto o ha decidido saltárselo para ir de chascarrillo en chascarrillo a caballo de situaciones físicas improvisadas que provocan, primero y principal, la risa de sus compañeros, muy tentados, en más de una ocasión disimulando tras una servilleta o un adorno… Una actitud muy poco profesional, y en todo caso, una algarabía que nada tiene que ver con el humor del texto original; sin duda, una versión incomprensible en manos de un autor como Jordi Galcerán y un director como Gabriel Olivares.

De los cuatro intérpretes es poco lo que puedo decir, lamentándolo mucho. De todos ellos he dejado constancia en estas mismas páginas de buenas y formidables creaciones, pero esta vez solo Miren Ibarguren logra su objetivo, aprovechando al máximo lo que se ha dejado en pie como único personaje interesante, aunque muy manido: una guapa esnob, tan tonta como ignorante.

Pepa Rus, Óscar de la Fuente, Juanan Lumbreras han sabido brillar en muy variados registros, pero aquí se ven muy limitados por el tono general de provocar risa como sea, caiga quien caiga, incluso si la que cae estrepitosamente es la obra de Carole Greep (escritora, actriz, directora), que lleva justo éxito en distintos países, con su elegante trama de humor negro entre un escritor frustrado y su esposa preparando comidas que no le gustan a nadie, ambos ligeramente dichosos en su nueva casa campestre, y sus visitantes, dos energúmenos urbanos. Lo que aquí puede verse es una comedia desmadrada, muy sobreactuada y en general con muy poco interés a poco que se exija.

Ayudante de dirección: Carlos Heredia

Escenografía: Anna Tusell

Iluminación: Daniel Navarro

Vídeo: Bruno Praena

Espacio sonoro: Andrés Belmonte

Vestuario: Mario Pinilla

Asesor movimiento: Andrés Acevedo

Fotografía: Javier Biosca

Dirección técnica: David González

Producción ejecutiva: Nicolás Belmonte

TEATRO LARA. DESDE EL 4 DE OCTUBRE 2019

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