Por Antonio Costa Gómez. Cavafis era un poeta griego. Pero era un poeta de la Grecia de la memoria, de la Grecia recordada en otra parte. No era un griego de la Grecia clásica de Pericles, era más bien de la Grecia alejandrina de decadencias y sensaciones. Era un griego de la Grecia que se soñó en otros sitios, que se liberó en otros sitios. De la Grecia que ni siquiera era de Dionisos, sino de sensaciones apasionadas, de melancolías videntes.
Era un poeta que no tenía nada de Esparta, ni de la Atenas del Partenón, sino más bien de Corinto. Pero más bien de la época alejandrina, de las novelas enloquecidas sobre el Nilo y los mares, de las Argonáuticas de Apolonio de Rodas. Pero sobre todo de la Grecia que es sueño, que es un reflejo de un reflejo, y que tiene toda la libertad intensa de un reflejo. Era un griego en un café decadente de Alejandría. Esa Alejandría que una vez fue todos los libros y todas las culturas.
Le interesaba mucho la Grecia bizantina. Es curioso cómo a muchos Grecia solo les suena a la Grecia clásica del Partenón, pero Grecia fue tantas cosas, hubo tantas épocas en Grecia. A Cavafis le interesaban los emperadores de Bizancio y la cultura bizantina. Vivió unos cuantos años en Estambul/Bizancio. Esa cultura de refinamientos y de sensaciones metafísicas. Esa cultura de grandezas y decadencias, de dorados decadentes y perversiones nocturnas. Escribió mucho sobre personajes bizantinos. Escribió sobre Miguel el Borracho, sobre Ana Commena. Y escribió como si fuera un emperador corrupto de Estambul en el poema “Fui”: “A placeres medio reales, medio soñados / me fui en la noche iluminada. / Y de los más fuertes vinos bebí como / del que beben los héroes del placer”. Consuelo y yo lo recordamos en la terraza del hotel Londres cerca de la torre de Gálata. Lo recordamos mientras adivinábamos las cúpulas griegas de Santa Sofía sobre las aguas vibrantes en un barco en el Bósforo.
FOTO: CONSUELO DE ARCO