“En casa”, de Tony Kushner: emocionante reencuentro con Vicky Peña
Por Horacio Otheguy Riveira
Una señora inglesa nos habla con pocos movimientos, sin salir de su salón. Desde el primer momento nos demuestra que está cargada de ideas y emociones. Es una lectora compulsiva que ha encontrado en una guía sobre Kabul, motivos suficientes para reflexionar sobre sus personales conflictos y los padecimientos de millones de personas. El resultado: un feliz reencuentro con una de las más grandes actrices españolas que, como es costumbre en su larga trayectoria, representa un valioso texto dramático, dirigida con el brío y la elegante distancia de Mario Gas.
He de reconocer que echaba mucho de menos a la actriz que muchas veces me divirtió o me hizo saltar lágrimas. Una mujer, también, que siempre resultó muy fácil de conectar en un Café como un espectador más o como un periodista muy interesado en saber cómo elaboró tal o cual personaje. Impresionante en escena, cantando alegres, dramáticas o tenebrosas canciones que ahora se presenta en Madrid después de cinco años de ausencia y se planta en un pequeño y coqueto salón, como una desolada ama de casa londinense. Y es así, En casa, donde me recibe para hablar sin parar, aunque, eso sí, pidiendo disculpas cada dos por tres, una mujer desgarrada por las maravillas y “las espantosas” peripecias político-militares en Afganistán, un Kabul conocido a través de un libro.
Me invita a mí y a todo el que se presente en la Sala Verde de los Teatros del Canal, gente anónima, sin telón de por medio, sin tiempo de preparar el té de las cinco, porque la señora llega agitada a su íntimo salón, pues ya viene hablando consigo misma de su propia soledad perfectamente enraizada en la soledad de millones de seres atormentados por intereses terribles de una u otra potencia, de una u otra organización, todos sus dirigentes con la certeza de que son dueños de la verdad más absoluta. Crímenes de estado, barbaries de un siglo tras otro, y la gente resistiendo y muriendo, muriendo y resistiendo, como el enigmático vendedor de baratijas al que le han cercenado tres dedos de la mano derecha: una mano rota que saluda cortésmente, estrechando la mano entera de la desconocida señora de clase media que le compra diez bellos sombreritos para regalar a los invitados de una fiesta…
La insólita estructura dramática de Homebady/Kabul, de Tony Kushner, en tres partes muy distintas ubicadas en 1998, mucho antes del 11S, se estrenó en el Teatro Español en el año 2007, cuando ya el ataque a las Torres Gemelas se había producido. Con Vicky Peña en el monólogo de hora y cuarto con que empieza la función, y luego con Gloria Muñoz, en una inolvidable mujer afgana, y en el último tramo con Roberto Álvarez, Jordi Collet, Mohamed El Hafi, David Danechvar, Mostaza El Houari, Mehdi Ouazzani, Hamid Prim, Driss Karimi. Este tinglado tan especial tuvo también un diferente patio de butacas en grada, para que nadie estuviera sorteando cabezas para admirar semejante empresa que testimoniaba la desconexión trágica entre oriente y occidente. Ahora En casa nos trae ese monólogo del comienzo y se basta a sí mismo para hablarnos de muchas otras guerras, de muchos otros conflictos similares, de Ucrania a Siria, de tantos otros en África o las guerras civiles auspiciadas por las potencias en América Latina. Kabul sintetiza trágicamente un drama universal.
Cuando espero para ocupar mi butaca, me satisface mucho escuchar al público desconocido que me acompaña, parece que entonamos un coro recordando las maravillas que le vimos interpretar a Vicky Peña: Sweeney todd, A little night music, Folies, La reina de la belleza de Leenane [en un duelo madre-hija llevado a cabo con su propia madre, Montserrat Carulla], Un tranvía llamado deseo, Después de mí, el diluvio…
Sus últimas apariciones fueron en El diccionario, donde encarnó admirablemente a María Moliner (foto), dirigida por José Carlos Plaza, y en 2014, El largo viaje del día hacia la noche, el clásico de Eugene O´Neill, esta vez con Mario Gas compartiendo escenario, ambos dirigidos por Juan José Afonso.
Cuando ya estamos instalados en el silencio del patio de butacas escuchándola, descubrimos asombrados la maravillosa coreografía de manos y rostro con los mil y un reflejos de una magnífica contadora de historias llena de palabras, de una gran cantidad de palabras que brotan de sus libros leídos, de su vida desconsolada de amores frustrados, de la espesura de una amada y detestada gran ciudad donde un inmigrante sobrevive, y con él sus sombreritos artesanales, y la intensa ternura de una mujer que nos ofrece todo lo que tiene: nada menos que una soledad infinita, como la de los millones de seres de todas las edades que recorren mundo buscando un lugar donde refugiarse, tal vez uno pequeño, del tamaño de la alfombra sobre la que ella pone sus pocos muebles. Pero, eso sí, ayudándonos a todos a mantenernos en pie. Como los antiguos contadores de historias alrededor de un fuego en una cueva rodeada de bestias al acecho; mientras dura el relato perdemos el miedo, avanzamos hacia la noche más oscura seguros de encontrar una salida.