Un poeta yamana en Patagonia
Por Antonio Costa Gómez. Fuimos a Patagonia, fue un arrebato, solo quedaban cuatro días para dejar Buenos Aires. Descubrimos la nieve, los lobos de mar, el canal de Beagle, el último tren, el final de los Andes, los últimos lagos, una confitería en mitad de la nada, los barcos hacia la Antártida, el cine más al sur del mundo, una cárcel donde se llevó a unos hombres para apartarlos de todo. Desde la ventana del Hostal Malvinas veíamos el canal de Beagle silencioso en la noche.
Fuimos al Parque Natural de la Tierra del Fuego, serpenteamos entre las lenguas cubiertas de hojas amarillentas, llegamos al lago Roca con el agua más limpia del mundo, encontramos a un joven japonés que venía desde Alaska en bicicleta , subimos al barco Tres Marías y llegamos al faro que inspiró “El faro del fin del mundo” de Julio Verne, vimos un bar en que una enredadera pasaba de un cuarto a otro, salía por una puerta y entraba otra vez por una ventana.
Los yamana encendían fuegos en las barcas, las barcas eran para ellos su casa como las alfombras para los beduinos del desierto, y eran grandes poetas.
Un poema delicioso de los yamana hablaba del héroe Elal que quiere desposar a su amada Teluj, la hija del Sol. El Sol se opone y le exige una serie de pruebas, tiene que conseguir un anillo que está en el fondo de una cueva en el huevo de una serpiente, tiene que acercarse a ella que lo espera en un palacio fabuloso detrás de un terreno que se hace cada vez más pantanoso, tiene que reconocer entre dos mujeres a su amada y elige a la más vieja. Pero el Sol le pone pruebas y pruebas, y su bruja madrina le dice que no haga ni caso y se escape con su novia. Yo también quise seguir esa pasión, sacar un anillo de un huevo. Y me encantó la audacia de la bruja que dice: dile al Sol que se deja ya de gilipolleces. Los poderosos tienen siempre tantas ceremonias.