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Sátira y belleza

Por Gregorio Muelas Bermúdez.  Resulta impagable el trabajo que el editor Toni Alcolea viene haciendo en Valencia desde hace unos años al frente de Olé Libros, dando voz a nuevos autores y voto a quien no lo tenía, y contribuyendo a diversificar el panorama lírico actual a través de sus variadas colecciones, no contento con esta encomiable labor, también lleva a cabo una frenética actividad como gestor cultural a través de la organización de conferencias, presentaciones y tertulias en los espacios más exclusivos de la ciudad.

La más reciente de las colecciones de Olé Libros lleva el elocuente rótulo “Selección del Editor”, que dice mucho de su exigencia y calidad, y comienza su andadura con la publicación del volumen Cartas a Giselle, firmado por el escritor cubano Manuel González Busto, en una cuidada edición, marca de la casa, con una ilustración de portada de José Martí Barrachina.

El libro, compuesto por sesenta y ocho poemas en prosa, divididos en dos apartados, las “Cartas a Giselle” que dan título al conjunto, y “Nuevas cartas a Giselle”, cuenta con un gran aliciente, el prólogo titulado “Cuando Ámsterdam es sueño y realidad La Habana”, redactado por el Ministro de Educación, Cultura y Deporte del Reino de España, don Íñigo Méndez de Vigo y Montojo, donde éste define la literatura del autor como “de la buena”, y no es para menos pues las cartas imaginarias que González Busto dirige desde la capital cubana a su musa en la capital holandesa están cargadas del resplandeciente lirismo de la isla antillana:

              “Giselle: casi nunca llueve. Parece que la lluvia olvidose de la ciudad, o tal vez, la ciudad, cansada, diose cuenta de que esperar es pretender la eternidad”.

Sesenta y ocho cartas cuyas palabras, pulidas como un diamante, evocan los pensamientos más profundos del autor, desde la fisiología a la política, esgrimiendo su pluma como un proyector sobre los más diversos temas donde las preguntas retóricas actúan como el motor que induce a la reflexión crítica sobre la cruda realidad de un país depauperizado por los intereses contradictorios de “La Señora del Dólar”.

Los títulos de las cartas son una verdadera exquisitez, veamos algunos: “Esa cadencia en la eternidad de los violines”, “Cuando la casa es un rumor de invierno”, “Cuando Alfonsina se aleja custodiada por delfines”, “Como si no emergiesen malvas en cada genuflexión” o “Heridas de luna que la desmemoria escribe”, versos hechos con hambre, indignación y no poco de nostalgia, donde la sátira se cubre de belleza para sortear los desmanes de la dictadura y la penuria que lleva aparejada: “Giselle: Hay moradores que quisieran crucificarte, como si el iris fuese una espada filosa y exacta.”.

Ecos modernistas conviven con la evocación de Borges, Virgilio Piñera y Lezama, versos y reversos en un poemario epistolar que alberga su mejor virtud en la forma, libre como la voluntad del autor, por donde la tristeza y la soledad encuentran su albergue de esperanza.

Nos hallamos, pues, ante un libro para paladear con todos los sentidos, rico en matices, que pone el acento en numerosos temas cotidianos que el autor tiene la virtud de elevar a la categoría literaria y lo hace con fina ironía y sabia elegancia, solo así, tal vez, es capaz de redimir la escasez de la mayoría para alcanzar la justicia poética y aspirar al mayor de los anhelos: “Ah, Giselle, no mueras nunca: la eternidad es Dios”.

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