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Fondane en la rue Rollin

Estuve en Auschwitz, al sur de Polonia, donde murió el gran escritor judío rumano Benjamin Fondane. Vi los montones de trajes a rayas, vi los montones de gafas fantasmales, vi el cartel irónico a la entrada: “El trabajo os hará libres”. Vi los hornos crematorios. Pero prefiero recordar a Fondane en la rue Rollin de París.

 

En El mal de los fantasmas dice que quiso escribir poesía de solo palabras como sus contemporáneos, pero algo más fuerte que él lo llevaba a expresar sus desgarros. Se sentía inexistente como tantas personas sin nombre, sin destino, mareadas por la Historia, y quería existir. Los seres humanos son como vagabundos llevados por todos los mares, por todos los vientos.

 

La filosofía moderna con su racionalismo trajo la deshumanización y cosificación, pero él con Leon Chestov quiso existir, defendió el absurdo y la tragedia como rescate del ser humano metafísico. Para él, Rimbaud no fue un surrealista ni un rebelde, fue alguien que manifestó el absurdo metafísico contra el racionalismo moderno.

 

Habló por esos fantasmas que quieren existir, que sienten la angustia de ser fantasmas: “Han atravesado estos mares acostumbrados / en el anónimo flujo de los horizontes / trazando por todas partes sus carreteras de humo”. La Historia aplastante, el mar de la vida, los arrastra de aquí para allá: “Ningún fondo de estos mares / viene, de su espuma, bajo las lámparas / a llenar sus cabezas vacías de universos”.

 

Bordeábamos el Barrio Latino y al salir del anfiteatro de Lutecia encontramos la rue Rollin. Subimos por ella y allí estaba la placa. En ella dice que solo quería ser hombre, tener un rostro de hombre. Al final lo consiguió con creces, a pesar de los bestias. Era un fantasma, pero late fuerte en nosotros. ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR

FOTO: CONSUELO DE ARCO

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